My rommate is... a boy!

Capítulo veinte

Desde que mamá se enteró sobre la boda, no deja de bombardearme con catálogos en línea sobre vestidos de novia. Supongo que estás agradecida de que le haya quitado de encima.

Estaba en la isla de granito haciendo tarea con la voz de mi hermana de fondo a través de la alta voz.

–¡Claro! Ya sólo me pregunta cinco veces si me he puesto bloqueador y me llama cuatro veces, aunque sólo conteste en la noche.

La chica se rio al otro lado de la línea. Mi madre se había “olvidado” un poco de mí para centrarse ahora en Ivy, aunque en cada rato que no andaba pensando en su hija mayor dando el siguiente paso en su vida, se acordaba de la niña pequeña que vivía a kilómetros de su casa, sólo y sin idea de la vida independiente. No era una mentira que habían reducido sus llamas o mensajes para preguntarme que tal el día, recordarme el uso del bloqueador solar y de la importancia de comer tres veces al día más colaciones si es que tenía hambre, y que no me desvelara a menos de que fuera necesario. Ahora, el centro de atención de mi madre era la boda de Ivy y le estaba eternamente agradecida a la chica de que lograra hacer que mi madre se olvidara de mí. «Espero que en la cena den el anuncio también de que están esperando un bebé. Por lo menos así estaré perdida del radar maternal los próximos ocho años».

Estaba pensando, que, para los vestidos de las damas de honor, podríamos hacer la prueba cuando vaya a comprar el mío. Tienes libre el primero de octubre ¿no es así?

El primero de octubre era un día feriado para los estudiantes de la C.A.C. por ser el aniversario de su fundación, daban platicas y conferencias en el salón audiovisual con motivo de su conmemoración, y a pesar de que si había estudiantes que asistían, estos casi siempre eran universitarios, que bien, o nos lo querían en casa, o vivían demasiado lejos como para irse y regresar por un día. Normalmente ese día también me quedaba en la escuela, pero encerrada en casa fingiendo que no estoy.

–Sí. ¿Ya has pensado en el color que quieres?

Aún, aunque una cosa tengo clara desde que fui a la boda de Miranda Prescott hace un año, no quiero que mis damas de honor parezcan muñequitas coleccionables de la casa de una anciana con vestidos sosos y de colores llamativos. Quiero tonos ligeros. Quizá los adornos sean en color champagne y oro… Tal vez mi vestido sea de ese color. Pero no sé, porque en caso de que escoja ese tono ¿qué otro color puede ser para mis damas de honor? ¿Color crema?

–¿Han contratado a una wedding planer ya?

Mamá se ha encargado de eso. ¿Te acuerdas de Harriet O’Connor? La ahijada de la señora Douglas.

–¡Ah, sí! La chica que le gustaba a Caleb cuando estaba en preparatoria.

Bueno, ahora ella es una wedding planer profesional, y según las reseñas a su empresa, «Es lo mejor de lo mejor que le puede pasar a tu boda, si es que quieres una fiesta de cuento de hadas»–leyó la chica, burlándose–. Pero, viendo la galería de fotos se nota que la chica sí sabe como plasmar los sueños de los novios.

Harriet pasó un verano en la casa de la señora Douglas cuando tras el accidente automovilístico de su madre, quien estuvo internada en el hospital casi dos meses, al final, se recuperó y Harriet regresó a casa, pero visitaba a nuestra vieja vecina cada fin de semana, en forma de agradecimiento por haberle acogido demasiado tiempo en su casa sin aviso previo, pues ella sólo apareció una noche, con los ojos llorosos y la mochila llena de útiles escolares, pues acababan de iniciar las vacaciones. Desde ese momento, jamás había visto a Caleb tan entusiasmado de “salir a correr” ayudar a papá con el jardín, o simplemente se quedaba como un idiota viendo por la ventaba esperando verla salir. Jamás se armó de valor para decirle que le gustaba, y para ella, Caleb sólo era el hermano encimoso de Ivy, quien la había ayudado un poco cuando la estaba pasando mal.

–Supongo que ahora es turno de Harriet de salvar el día.

Sí. Quien lo diría–se rio de nuevo la chica–. Hace unos años yo estaba consolándola porque la pobre creía que su madre moriría y se quedaría sola, y ahora ella estará consolándome a mí porque la boda me tendrá bastante estresada. Me gustaría mucho que Caleb se reencontrara con ella, ¿crees que ya la haya superado?

–Lo dudo. Fue su trauma, ¿qué ya no recuerdas la vez que Harriet cruzó la calle y tocó a nuestra puerta, desesperada, por qué creía que la señora Douglas se había caído en la ducha? Caleb fue quien abrió la puerta, pero al intentarle explicar a papá lo sucedido, se le trataba la lengua, que fue ella quien tuvo que explicarle. Después de eso, Caleb no salió al jardín ni se asomo a la ventana durante una semana.

¿En serio? Ya decía yo que aquella mentira del tirón muscular y la fiesta de Harrison era mentira.

–¿Tirón muscular y la fiesta de Harrison?

Eh, sí… Luego te lo explico, cuando seas más grande.

–¿Esas eran sus claves para hablar de sexo? –pregunté sin poder contener la risa.

Bueno, no… ¡Oye! No deberías de andar pensando en esas cosas aún, eres muy pequeña.

La risa se me cortó al recordar la plática que había tenido con las chicas aquella mañana. ¿Qué importaba que me acostara con Kyle una, dos, tres, las veces que quisiera? Pues que tenía diecisiete años, para mi familia aún era una niña, alguien que no debería de andar pensando en la vida sexual activa…




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