Myrmidon - La Espada Perdida [libro 1]

Capítulo XIV – El gran festín

Evan

Los centauros rompieron lo poco que quedaba del silencio en las cavernas. Todos venían cantando himnos a Dionisio y celebrando la gran victoria. Otra victoria inútil. Aquellos hombres no estaban preparados para un ataque así. Aquello no fue más que una simple emboscada sin sentido.

Dionne escuchaba todo desde las mazmorras.

¿Qué es todo ese barullo? Se preguntó.

Se apartó de Evan y de Cynara, que seguían atendiendo a Cloe, y se dirigió hacia la entrada que era custodiada por las bestias y reforzada por unas gruesas estalagmitas que servían como barrotes.

— ¿Qué está pasando? — preguntó a los vigías.

Pero estos no respondieron nada.

Dionne volvió a adentrarse. Detrás de ella, un centauro desubicó los barrotes para ingresar. Después de esto, los vigías volvieron a ponerlos en su lugar. El centauro comenzó a marchar, mientras otros dos que lo seguían cambiaban el fuego de las antorchas para que alumbren más. El centauro que iba al frente llevaba un parche en el ojo. Era Nesus. La joven, Dionne, no tenía dudas de eso.

El rostro del centauro estaba exaltante de la alegría. Nunca antes se había visto en aquella caverna sonreír a un centauro.

Finalmente, los tres monstruos mitad hombre-mitad caballo, llegaron hasta el lugar donde yacía Evan junto a Timmo y Cloe.

— Has cumplido tu parte, mirmidón — dijo Nesus con su torpe y tosca voz —. Encontramos la caravana. Matamos a los soldados, nos apropiamos de las provisiones y de las armas. Ahora te puedes retirar con tu moribunda hermana.

Evan echó un suspiro.

— Todavía falta cumplir algo — mucitó —. Necesitan más de mi ayuda.

Los centauros intercambiaron miradas.

— Pero ya te dimos tu libertad, ¿Quieres algo más de nosotros? — exclamó Nesus.

— Ya no necesito nada de ustedes, al contrario, ustedes necesitan de mí.

— Como quieras.

Nesus y sus custodios se alejaron entonces.

Dionne se quedó sorprendida ante aquella escena que había presenciado. Tanto que no podía dejar quieta su mandíbula. Se acercó bruscamente a Evan y le dio una fuerte bofetada.

— ¡Cretino! ¡Traidor! ¡Insolente!

Los insultos hubieran seguido de no ser porque Evan la acorraló y le apretujó la boca con sus manos.

— Ya te dije que todo esto lo hago por el bien de nuestro pueblo.

De pronto sus manos sintieron un fuerte dolor.

— ¡Arrrgg! — gritó.

En su mano izquierda pudo notar las marcas de los dientes de Dionne.

— Por tu culpa, hay soldados muertos — replicó Dionne —. Esos soldados le juraron lealtad a nuestro pueblo. Y tú los entregaste. Están muertos por tu culpa.

— En toda guerra hay sacrificios, querida — contestó Evan.

Dionne se echó a llorar desconsoladamente y no dejaba de golpear a Evan.

Cynara se llenó de miedo al ver aquella escena. Era tan pequeña. No podía presenciar una pelea como aquella. A pesar de haber visto cosas peores.

— ¡Basta! — gritó.

Su hermana se detuvo.

A Evan se le empezó a dificultar la respiración. No había tomado medidas para defenderse contra Dionne. Ella era una mujer, y además, era una ciudadana de su reino. Jamás le haría daño. Ni siquiera por defensa propia.

— Lo único importante aquí, ahora, es que ustedes vivan hasta el final de todo esto — dijo finalmente — Solo debemos seguir el plan.

¿Plan? ¿Acaso Evan tenía un plan? ¿Todo aquello que había hecho al entregar a la caravana a los centauros tendría algo que ver? ¿Serviría de algo aquella traición?

 

Esa misma noche, Nesus hizo todo un banquete con lo que había robado de aquella caravana. Hasta los vigías que custodiaban la caverna estaban en aquella fiesta. Cantaron himnos a Dionisio al son de gaitas, flautines y tambores. Con voces toscas de barítonos rudos entonaban melodías tan sencillas y pegadizas que hasta a Evan le daban ganas de bailar. Claro, él estaba ahí presenciando todo. Había salido de la caverna para poder asistir al banquete. Debía estar con sus nuevos aliados.

El vino era tan abundante que alcanzaba para al menos una semana. Pero los centauros no iban a parar hasta terminárselo todo. Sí, así de glotones y bebedores eran. ¿Cómo iría a terminar aquella fiesta?

Las fiestas de aquellas bestias no eran tan distintas a las que solían hacerse en Tesalia.

Lo único que Evan no podía tolerar, ver a varios centauros fornicando con ninfas en vista de todos y bajo la luz de la luna. Claro, ellos no tenían aposentos, ni burdeles. Tampoco usaban camarotes.

— ¿Quieres que te consiga alguna ninfa para hacer feliz a tu verga? — le preguntó Nesus a Evan.

— Eh… Estoy bien así — balbuceó el joven.

— No todas las noches pienso dar este banquete, tengo unas cuántas aldeas pendientes por arrasar.

Pasaban las horas y el vaso de Nesus se cargaba cada vez más de vino. Alrededor, había varios cayéndose de la borrachera. Hechizados por el efecto del vino y con el estómago a punto de explotar por todo lo que habían comido.



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En el texto hay: mitologia griega, guerras, centauro

Editado: 07.07.2018

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