Myrmidon - La Espada Perdida [libro 1]

Capítulo XXVIII – Aliados de poca fianza

 

Moloso

 

Entonces, todos se adentraron en el campamento. El rey Moloso junto a Cirene, Ixión, Falero, y los dos escoltas. Acompañados de Filipus, Evan, Timmo y los hijos de Gamínedes.

Todo el campamento se reunió en torno a ellos. La tensión se sentía muy fuerte. Todos aquellos campistas tenían ideales patrióticos. Solo querían volver a tener a un mirmidón en el trono. Y pese a eso, decidieron hacerle la contra a Heleno.

Pero no sabían cómo podrían reaccionar teniendo a Moloso en frente de ellos. Él había masacrado a varios de los amotinados en el palacio. Sin derecho a un juicio, y sin derecho a defenderse. Algo que podría resultar imperdonable por parte de aquellos campistas. Sin embargo, había tomado todas las precauciones necesarias. Todo el ejército se estaba encargando de cercar el campamento en cada extremo. No podían correr demasiados riesgos sin tomar precauciones.

Entonces, Moloso tomó la palabra. Todo aquel grupo lo apoyaba, solo lo querían ver a él en el trono. Y por eso se habían amotinado contra Heleno. Pero, aun así, y a pesar de todos los halagos, Moloso no podía sentirse halagado por aquellos hombres que habían cometido delitos por defender ideales patrióticos.

— Venimos buscando la paz — exclamó —. Queremos dejar en claro que los mirmidones somos un pueblo unido. Somos como las hormigas, el símbolo que nos representa. Nuestro emblema. Las hormigas trabajan juntas para levantar el hormiguero. La colonia no es nada, si una hormiga falta. Por eso, hoy quiero abrirles las puertas de Tesalia, para que vuelvan a ser parte del reino.

— ¿Cómo sabemos que no nos va a traicionar de nuevo? — dijo uno de los hijos de Gamínedes. Este se llamaba Fineo.

— Yo no los traicioné, fueron ustedes los que me traicionaron — respondió Moloso.

— Nosotros le dimos la mano a usted, exigiendo que estuviera al frente del reino — replicó Fineo. — ¿Y cómo nos agradeció? Asesinando a los nuestros. Masacrándolos a todos en su palacio. Sin derecho a juicio. Entre ellos, estaba mi padre, Gamínedes. Y créame que aún me pesa su muerte. Va a tener que pagar muy caro por lo que le hizo.

— Entiendo el dolor, muchos de ustedes perdieron a sus familias en aquella ejecución seguramente. Yo también he perdido a mis seres queridos — dijo el rey —. A mi padre, hace tiempo. A mi hermano, siendo sacrificado en un altar para una diosa diabólica. Mi madre está a punto de morir. Ahora que lo pienso, me arrepiento de haber ejecutado a todas esas personas en mi palacio. No debí haber sido tan cruel.

— Es no nos va a devolver a nuestros muertos —dijo Arsenio, el otro hijo de Gamínedes.

Evan se adelantó y su mirada parecía muy desafiante.

— Yo propongo que descuarticemos a este rey traidor y cobarde y terminemos de una vez con su linaje. Tesalia debe ser nuestra. Solo nosotros podemos vencer  a los centauros. No necesitamos más héroes que intervengan por nosotros.

Moloso sintió escalofríos recorrerle todo el cuerpo. Estaba nervioso, pero no le tenía miedo a la muerte. Simplemente, tenía miedo a morir antes de cumplir con su objetivo. Él debía vivir lo suficiente para defender su tierra.

— Afuera de su campamento hay todo un ejército sitiándolos. En cada extremo — exclamó Cirene —. Si se vienen contra nosotros, el ejército tiene órdenes de ir contra ustedes, sin dejar sobrevivientes. Y como están rodeados, no podrá escapar ni uno solo.

— No es satisfactorio venir a convencernos con amenazas — soltó Filipus.

— Entonces, negociemos — dijo Moloso —. Yo les dejo que vuelvan al reino. Ustedes por su parte, hablen con Nesus. Sé que traen tratos con él. Sé también que Heleno es prisionero en el lugar donde está sitiado su ejército. Lo sé todo.

— ¿Y cómo sabes todo eso? — preguntó Evan. 

— Los centauros no solo están para atacar Tesalia, también nos envían mensajes amenazantes. Y también tenemos espías. Por eso estoy enterado de todo.

Todos murmuraban asombrados.

— Por favor, cálmense — ordenó Moloso.

Una vez vuelta la calma, prosiguió.

— Lo que propongo es que cada uno vuelva a Tesalia, con sus familias, no están seguros aquí. No con Nesus rondando. Los centauros son engañosos. En Tesalia estarán más que seguros. Los hombres pelearán en la guerra contra Nesus, de mi lado, como nuestros padres pelearon al lado de Aquiles en Troya.

— Ni se te ocurra compararte con Aquiles — replicó Filipus —. Yo lo conocí en el campo de entrenamiento. Nunca tuve el placer de verlo en una batalla de verdad. Podría decir que tú no le llegas ni a los talones.

— No soy Aquiles, pero soy su único linaje vivo. Neoptólemo murió, mi hermano Phylos murió. Mi madre está a punto de morir, postrada en una cama. Pérgamo y yo, somos los únicos que quedamos. Necesitamos de ustedes en esta batalla. Solo unidos estaremos más fuertes contra Nesus y su ejército.



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En el texto hay: mitologia griega, guerras, centauro

Editado: 07.07.2018

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