Nasham

Primera Parte - Capítulo XIV

La luna se encontraba en su punto más alto y las tinieblas arropaban los árboles, el único punto de luz era aquel campamento ubicado en una colina rodeada por un denso bosque, en su entrada había un par de guardias, semidesnudos y con cicatrices en todo su cuerpo.

Azath había transformado su cuerpo en aire, pasando por la entrada sin que notaran su presencia; tenía que apresurarse ya que dicha transformación drenaba grandes cantidades de energía espiritual. Cada tienda parecía resguardar en sus puertas los ecos de incontables atrocidades, adornadas con huesos y calaveras. Se escuchaban gritos de dolor y el hedor a sangre y carne putrefacta impregnada el ambiente.

En los pequeños pasillos se encontraban ríos repletos de sangre y órganos que desechaban, las ratas y moscas abundaban, la visión misma desafiaba los límites de la cordura humana, un lienzo de depravación que alimentaria a las peores pesadillas.

Quería primero encontrar a Jillya y ponerla a salvo, por lo que atravesada cada una de las tiendas en busca de la pequeña niña, apretando sus dientes al observar cómo los Babuinos devoraban lo que una vez fue vida. Su atención se fijó en la tienda más grande, al traspasar sus paredes encontró que en su interior había grandes mesas con todo tipo de cuchillos e instrumentos para arrancar la carne.

La tienda estaba empapada de un oscuro pasado, el aire espeso llevaba consigo los ecos de incontables agonías, una niebla viciada se arremolinaba corporeizando los más aberrantes actos jamás cometidos, las jaulas oxidadas contenían pequeñas almas cuyas miradas se habían tornado opacas, condenadas a un destino que desgarraría incluso al más valiente.

Sin embargo, un estandarte llamó su atención, tenía el símbolo de una enorme corona negra y en su centro había una “A”. Cuando fue a inspeccionarlo un caníbal entro a la tienda, acercándose a las jaulas y golpeándolas para que los prisioneros gritaran de pavor para después reírse a carcajadas mostrando sus dientes asquerosos.

Cuando el caníbal organizaba los instrumentos en una de las mesas, Azath se dirigió hacia las jaulas en busca de la pequeña Jillya, su desesperación aumentaba con cada rostro que inspeccionaba; su corazón comenzaba a detenerse y su mente se confundía.

El caníbal se acercó hacia la jaulas con sádica mirada y empuñando un siniestro utensilio, hasta que el aire mismo pareció cortar su mano con un tajo violento, al ver su cuerpo mutilado, cayó hacia atrás, chocando con la mesa y derribándola en el proceso. Presenció cómo, de la nada, una figura oscura con ojos rojos se apareció ante él, agarrando con fuerza su cabeza y destrozándola.

Enfrente, se encontraba un pozo lleno de cabezas humanas, infestado por alimañas que huían a medida que se acercaba.

Su mundo se desmoronó, el dolor invadió su alma, la rabia estaba nublando su mente, su corazón se había detenido, al observar una cabeza con una pañoleta de seda negra; era la pequeña Jillya.

El recuerdo de la cálida sonrisa de la inocente niña y su dulce amabilidad atravesó el alma de Azath como una daga, con manos temblorosas, acunó su pequeña cabeza contra su pecho, apretándola fuertemente no paraba de sollozar: “lo siento, lo siento mucho.. perdóname, llegue muy tarde” no paraba de suplicar al tiempo que las lágrimas caían sobre la pañoleta negra.

De repente, de su espalda se desplegaron un par de majestuosas y oscuras alas de dragón, extendiéndose con un chasquido atronador, sus garras se alargaron y dos largos cuernos retorcidos emergieron de su cabeza, una cola ennegrecida y amenazante se materializó detrás de él, azotando el aire con violentos latigazos, sus fauces se abrieron en un rugido mudo, repletas de colmillos afilados como dagas, sus ojos ardían en un fulgor carmesí intenso, y sus lágrimas, densas como la sangre y negras como la obsidiana.

Cada parte de su cuerpo ardía en profunda ira, su piel se tornaba en acero fundido quemando su humanidad, una parte ancestral y olvidada de su ser despertaba en un rugido atronador que sonó por todo el lugar.

La transformación era un tormento y liberación simultáneos. Dejaba atrás todo atisbo de compasión para ceder ante una ira milenaria que sólo el más puro sufrimiento podía desatar, su demonio interior había roto sus cadenas, ansioso en canalizar su dolor en devastadora venganza...




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