No eran los secretos de Nash los que me habían hecho mirarlo de forma diferente estos días: más bien había sido el misterio de sus ojos y el hecho de que ahora tenía información que me decía que su pasado era más menesteroso de lo que hubiera podido imaginar.
Gran parte de mis pensamientos lo involucraban a él, conmigo, en situaciones comprometedoras. Siloh y yo habíamos tenido una pequeña discusión debido a que ella creía que lo que tenía con él era hambre por alimentar mi ego. Dijo que quería cambiarlo, que deseaba hacer que todo el mundo se diera cuenta de que era yo la que lo hacía ser diferente.
Unos días atrás, después de que Sam me dejara en los dormitorios después de haber salido con él, fui a buscarlo a su edificio. A Nash. No lo hallé allí, así que regresé sobre mis pasos, pero acabé por deambular en el campus mientras intentaba pensar.
De camino hacia la biblioteca fue que por fin pude verlo: ahora, varios días después de haber sentido que el corazón se me comprimía por su culpa. Nash no estaba solo. Iba caminando con una chica de cabellos negros; piel apiñonada, tan alta como él, de andar gracioso y sonrisa cálida. Vestía una playera desgarbada con el logo de los Carpenters; esa banda de old rock.
No supe si fueron celos, angustia y poca determinación, pero dolió: porque a diferencia de conmigo, Nash sonreía diferente para ella. La chica era bonita en una forma poco femenina y despreocupada, pero a él parecía no importarle eso.
No me vieron. Me apresuré a las puertas que daban la entrada al área de la biblioteca del campus. Busqué rápidamente a Siloh porque con ella me sentía a salvo. Hubo muchos sentimientos que se arraigaron en mí, pero no dejé que ninguno brotara. La chica azabache no tenía un aspecto malévolo. Emociones parecidas al recelo surgieron desde mi pecho y se incrustaron en la boca de mi estómago.
Siloh intentó, después de que saliéramos de la biblioteca, hacer que dijera qué me pasaba. Acepté que tenía un proyecto importante; pero mentí, porque esa no era la verdadera razón de mi lapsus. Mi retraimiento la asombró porque yo, en lo particular, siempre estaba con algún tema de conversación. Fuera o no relevante, en nuestra habitación nunca había silencio.
Considerando que la tarde había sido tranquila (por no decir lenta); una nueva idea acerca de la actitud de Nasty me había sido revelada. Efectivamente, tenía un pasado, uno crudo, que lo hacía ser como era ahora.
—¿Qué tal mi hermano? —me interrogó mi compañera.
Yo abrí los ojos, indecisa de si contarle o no las cosas que se formaban en mi interior al estar con Sam; habíamos ido a un restaurante que se encontraba cerca del centro de la ciudad.
Sam era diferente a su estilo. Las cosas de las que hablaba me mantenían en vilo no porque fueran muy interesantes, sino porque lograba captar mi atención con la paciencia con la que emitía palabras; había una frecuencia de cariño cuando explicaba el más ridículo de los detalles, y si me miraba directamente a los ojos, una parte de mí, la que sentía inamovible, se retorcía con fuerza.
Nuestras manos entrelazadas durante una fracción de minuto, sus silencios que lo decían todo; era como estar a la deriva y haber encontrado una salvación.
La sensación era similar a lo que experimentas cuando sueñas que te ahogas en mitad de un desierto, y luego te despiertas a salvo en tu cama. Sí. Era eso; una realidad rosada, apacible, llena de luz. Un desastroso contraste con lo que tenía tan cerca de mí en estos momentos.
Me encogí de hombros, entretanto que sonreía. Siloh me sonrió de vuelta y me echó una mano encima para caminar a mi lado.
—No hay punto de comparación entre la paz que tu hermano me provoca y el parásito de sentimientos que me rumia últimamente —acepté. Entramos en el enorme edificio de dormitorios del campus. En la antesala, justo adonde había unas despachadoras de golosinas y refrescos, estaba Nasha con la chica azabache. Intenté no mirarlos, pero la congoja era demasiado fuerte, por lo que mantuve mi vista unos segundos hasta que los ojos de Nash se cruzaron con los míos. De inmediato, su mirada se tornó gélida, incluso despectiva.
Era obvio que no le agradaba verme.
Me sentí una total estúpida; momentos atrás yo había estado compadeciéndome de ese sin vergüenza y ahora nuevamente sentía repugnancia. Solo porque se notaba que no le hacía nada de gracia tenerme en su rango de visión; como si tener que respirar el mismo aire que yo le causara asco.
—Se llama Shona —musitó Siloh, como si yo hubiera pedido explicación, más bien, como si hubiera leído mi mente—. Está dentro del círculo de Nash. Se supone que se va a graduar con honores —agregó ella.
Suspiré, restándole importancia a su comentario. Llegar a la habitación fue vivificante, pues dormir temprano era lo que quería. No le conté a Siloh lo que sabía sobre Nash; tal vez tampoco era necesario. Esa chica se enteraba de muchas cosas sin yo tener una bendita idea de su fuente.
Sam me había contado un par de cosas acerca de la Calamidad también; ambas muy… confusas para mí. Había dicho que tenía problemas familiares, y que mantenía una relación extrañamente posesiva con su padre, al que veía de vez en cuando y que se rumoraba mantenía nexos con la bazofia de todo Nueva Inglaterra.
—¿No estás celosa, entonces? —volvió a insistir Siloh.
Yo estaba de pie en el lavabo, lavándome los dientes. Negué con la cabeza y, poniendo a un lado mi cepillo de dientes, dije:
—Eres imposible. Tiene la fama que tiene por algo, ¿no crees? —aclaré. Ella me sonrió y yo bufé—: ¡Ya basta, Siloh! A veces puedes ser tan pesada, ¡dios!
Se mofó enseguida de mi pequeño intento de insulto y posterior a eso se puso a mi lado frente al espejo.
—Pen… ¿qué pasa si te digo que Nash te mintió? —Arqueé una ceja. Siloh continuó observándome. Seguramente sabía algo que yo no.