Abandoné Cedar Street en compañía de Daryel y Sam una vez que acabó mi cita con el decano de la facultad. La cita era para hacerme unas cuantas preguntas acerca de una investigación sumamente privada. Yo todavía estaba preocupada por el robo del auto de mi madre. Ella continuaba en la ciudad con la intención de buscarle una razón lógica al hecho de que se hubiese encontrado el coche a unas pocas calles de la casa de mi terapeuta.
Ese día —nos vimos más tarde— le conté lo que le había escuchado decir a Clarisa. Mi madre volvió a proponerme que rentásemos un departamento fuera del campus; le prometí que me lo iba a pensar siempre y cuando no fuera a ser un prisionero en mis propios territorios.
Usualmente, no me gustaba admitir que mamá tenía razón en alguna cosa, pero estaba claro que las rarezas de mi vida no se habían ido del todo.
El decano me lo había confirmado.
Tocamos el tema de mi fotografía por primera vez. El hombre, que había conocido a mi padre y que conocía al de Daryel, me contó que había una nueva acusación sobre una alumna que acababa de abandonar el campus. Le narré lo que sabía; en mi caso, que tuve un problema muy personal con Nasha Singh, y él era el único poseedor de mi foto.
El decano indicó que no había manera de relacionar a la muchacha, que se llamaba Aida, con él, con Nasty, de manera que, como me indicó antes de marcharme, necesitaban de toda mi discreción.
Al contrario de la mía, que había sido colocada en las redes y compartida como un hecho viral, la fotografía de Aida le había sido entregada a sus padres directamente; también los miembros de la directiva estudiantil recibieron una copia. Y es que, en esta ocasión, se trataba de una alumna modelo, miembro de una de las familias más adineradas del país.
—¿Crees que Nash lo hizo? —preguntó Daryel, después de que entramos en su auto.
Sam se colocó en el lugar del compañero y yo abrí la puerta trasera. Desde mi lugar, emití un largo y pesado suspiro. Dary me miraba a través del espejo retrovisor. En cambio, Sam, que no había dicho una sola palabra, no se molestó en mirarme para compartir su opinión al respecto de aquel asunto.
El decano Myers había mencionado que no era la primera vez que cosas como esas ocurrían. Pero estaba claro que la universidad nunca se sintió tan amenazada como cuando una familia con bastante poder, hizo uso de sus escrúpulos.
Mi primera reacción fue imaginar que Nash seguía contribuyendo al planeta con algo de basura, a través de su ser; pero, en el fondo, yo sabía que la cosa estaba más inclinada por el lado de Sam. Él era el más versado en ese aspecto; su antigua fraternidad había utilizado prácticas de ese tipo para que pudieran ingresar los novatos.
—Sea lo que sea —murmuré, completamente hastiada de todo—, quiero mantenerme al margen.
—Es lo mejor —Dary dijo y puso en marcha el automóvil—. ¿Quieres que hagamos todo en mi casa? Podríamos comer algo... —le preguntó a Sam.
—Sí, sí. Como quieras —respondió el aludido, segundos después
Parecía que lo habíamos sacado de una cavilación bastante profunda. Aún con la punzada de incomodidad que percibí al notar su ensimismamiento, sentí que no tenía derecho alguno de preguntarle si él pensaba lo mismo que yo.
Después de Cristin, y gracias al estrago ocasionado con ella, la fraternidad a la que Sam había pertenecido no dio señales de vida, al menos no de la manera en la que Sam había logrado ingresar. Pero aquello parecía ser un intento por renovar sus intensas sesiones de pruebas a los novatos que querían militar en su historia.
Era obvio que Sam lo sabía, y si yo le contaba la reciente visita de Cristin, cobraría aún más sentido.
Aun imaginándome una discusión acerca de ello, decidí esperar a que sopesara las cosas. Si fuera yo, en su sitio, y tuviera la información necesaria que la escuela requería para encontrar a un culpable —aunque fuera de forma tan estúpidamente favoritista—, seguro que me estaría sintiendo la peor de las personas.
Esa era una de las mejores cosas de Sam.
Me alegró mucho el darme cuenta de que, al menos en ese aspecto, no había cambiado ni una pizca.
—Pensé que querías algo sencillo en el centro —comentó Dary ya que habíamos llegado a la casa. Entré en el despacho del que estaba provisto su hogar de siempre, y me senté al lado de Sam frente a mi primo.
La madre de Siloh no había rescindido de la compra del regalo de graduación de su hija, pero Sam se negaba a contar cualquier detalle. Según mi compañera, su madre no le respondía las llamadas y Shon se encontraba evitándola con desfachatez. Por lo que solo quedaba un gran amasijo rubio de ojeras violetas, muy pronunciadas, y humor voluble, en mi habitación.
—Siloh va a hacer una especialidad así que tiene que estar cerca del campus de todas maneras —respondió Sam, con gesto indiferente.
Lo admiré teclear un par de veces en su móvil y, una vez que levantó la mirada hacia Dary, me atreví a decir—: ¿Sabes de qué me acordé? —Él me miró de reojo y levantó también la vista hacia mi primo, que clavó la mirada en mí. Como ninguno respondió, dije—: Es muy común para Upsilon el haberse quedado fuera de los radares después de que Cristin les armara un problema. Y luego, con la publicidad que le hicieron a mi foto, tal vez decidieron descansar mientras la marea bajaba.
—¿Crees que ellos fueron los responsables de la foto de Aida? ¿O tratas de exentar a Nash de tener cualquier culpa en ello? —preguntó Daryel.
La sorna en su voz era evidente, pero igual me irritó escucharlo.
—Nash no es el tema —repuse. La mirada de Sam se posó en mí, al tiempo que entrecerraba los ojos—. No tendría por qué subir la fotografía de una chica con un perfil tan alto. En cambio, los Upsilon están adiestrados en el arte del escándalo. Mientras más desastrosa sea la ruina, más honorable será el miembro, ¿no, Sam?