Nasty

Capítulo 2

 

 

Estaba desnuda en la foto. Aunque lo intenté, no logré recordar cuándo había permanecido en esa posición tan despreocupada sobre la cama, con una persona en la que confiaba muy poco —nada—. Pero era tarde para sopesar aquello, ¿no?

Nash aleteó la fotografía delante de mi rostro quizás para que regresara a la realidad.

Y vaya que esta es la realidad.

—Linda, ¿no crees? —se burló él—. No fue difícil tomarla. Te veías hermosa… —Bajó la mirada a mi boca, con gesto lascivo—. Típico de ti, Penélope.

Volvió a observar el papel, alejándolo de mi vista y me observó, esperando a que yo respondiera algo. Lo más asqueroso de la escena, era que él admiraba la impresión con la atención suficiente para que yo creyera en eso que me estaba proponiendo.

Me sentía enraizada al suelo del dormitorio. Él sonreía, en cambio. Se había recargado en la puerta de la entrada. Sus ojos titilaban contra la luz de la habitación: había satisfacción en sus facciones.

—Eres despreciable —dije.

Nasty, como solía llamarlo, sonrió de la única manera en la que saben sonreír los sinvergüenzas. Seguro de sí mismo, con una ceja oscura enarcada y esa piel del rostro límpida que, en este momento, me hubiera gustado arañar con violencia.

Lo que había en su cara era una mueca asquerosa. Un mohín torcido y siniestro; estaba orgulloso de haberse acostado conmigo, pero se veía aún más orgulloso por haberme enseñado la prueba de esa noche.  

—El sábado no dijiste eso. —Se recargó en el marco. Detrás de él algunas inquilinas del edifico cruzaban el largo pasillo, dirigiendo, de manera rápida, una mirada hacia mí—. En realidad, parecías bastante entusiasmada.

Todavía mirándolo con aprensión, las ganas de llorar se agolparon en mi garganta. Nash se mordió un labio. Una mirada inquisitiva, por su parte, me recorrió el cuerpo entero.

Definitivamente había sido muy mala idea recurrir a él esa noche pretendiendo desquitarme; por mucho que dijera que era una manera de probarme que yo también podía caer bajo. Me había relajado compartir la cama con él y, entre sus caricias, permití que se apoderara de una parte de mí que no le había dado a nadie: la voluntad.

Aquel lapso de despecho, de ignorancia pura y de enajenación, fue mi manera de huir. Nash se había comportado como mi refugio: el refugio que, en última instancia, terminó siendo mi condena.

—Dámela, Nash. —Extendí la mano al frente e intenté que me entregara la fotografía—. No me hagas esto, por favor.

Mi respiración se aceleró y mis nervios se intensificaron. La reacción justa que él esperaba, creí.

Él se encogió de hombros y se acercó a mí otra vez.

—Vas a tener que comportarte conmigo si la quieres de vuelta. —Fue todo lo que dijo antes de marcharse de la habitación.

Me senté en la cama con la pesadumbre de las circunstancias cayéndome encima cual si fuera un balde de agua helada. Delante de mí se encontraba Siloh, mi compañera de cuarto. Dejé caer la vista al suelo, humillada y enojada conmigo misma.

El chico en cuestión era popular dentro del campus, pero por razones incorrectas; su reputación y modales eran lo que se podía calificar como despectivos, tal vez extraños y muy, muy particulares.

Pero eso tú ya lo sabías, una voz insidiosa se hizo oír en mi cabeza.

—No creo que la muestre, Penny —musitó la chica rubia a mi lado—. Nash es...

Yo sabía que no encontraría nada favorable qué decir en cuanto a Nasha. El nudo gigantesco de rabia en mi interior no serviría para hacer algo que funcionara como calmante. Había sucumbido a una mala decisión y el tiempo no iba a darme la oportunidad de rectificar mis acciones.

Entonces pensé en mi madre, en lo lejana que estaba y en lo mucho que la necesitaba en situaciones como esta. Ya había dejado de ser una prioridad en su vida y trataba, día a día, de metérmelo en la cabeza. Era consciente de que mis actos y responsabilidades me correspondían a mí y no a ella: porque, sin importar su ausencia, no era ella la que había tenido sexo con Nash por despecho. Yo sí.

Hacía seis meses apenas que cursaba la universidad, y la promesa inicial, sobre no quitar la vista de mi meta, comenzaba a distorsionarse. Acababa de empezar por echar a perder mi reputación; la gente se daría cuenta de lo que había hecho y, por consiguiente, mi madre iba a enterarse, el resto de mi familia, las personas que tenían una imagen de mí… pulcra. Una imagen que me resultó hilarante en este momento.




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