«Gracias por darme color aún desde tu oscuridad »
Nathaniel Brooks
Miro el antiguo reloj dar la vuelta entera en el despacho de los Owens, justo arriba
de las pinturas de los viejos integrantes, no soy precisamente fan de perder el tiempo.
Desde mi llegada he dejado en shock al personal en general. Claramente escucho como susurran desde la primera planta, se comparten toda la información que tienen de mí con tal de salvaguardar sus vidas; tratos, desapariciones, organizaciones, ¿Complejos mentales? Eso es nuevo.
No, no lo es con una consciencia adicta a destruir.
Una sonrisa corroe mis labios al verme frente al enorme espejo a lo largo de la pared, disfruto ocasionar ese efecto, temor, me resulta placentero.
Dominic me saca de mi ensimismamiento al colocar una pila de libros sobre el escritorio del despacho, la niña ha dado tres vueltas para dejar su colección sobre la superficie.
—Estoy harta.
Alzo la ceja izquierda apenas gesticulando una mueca sin el mínimo ápice de interés, pero ella decide continuar.
»Siempre tengo que estar explicando mi nombre. Hay chicos listos y de los otros como Alex—expone furiosa—. ¡Si, soy chica y me llamo Dominic! ¿Pero qué es un Dominic?
—Cada nombre define un poco de ti…
Escucho desde el primer paso que Alexander da al ingresar a la casa. Su recorrido por las escaleras y saboreo su enojo al verme sentado en la silla de su padre.
»En veinte años te imagino enérgica, dominante, poderosa. Siendo una letal tentación y un peligro para quien intente acercarse a ti, entonces tu nombre será tan temido como único.
Como el mío.
Como el nuestro.
—¿Qué haces aquí?—Me da una mirada mordaz el rubio dándole dirección a su pregunta.
—Me adelante a tu reunión de la semana—lo desafío.
—¡Dominic sal ya!
Le dice a la niña quien es a semejanza de él.
—Llegué antes que Nathaniel, que él se vaya.
Hay que tener agallas para decir eso o una mente muy inocente como en este caso.
»Parece que la única manera de poder hablar contigo es agendando Alex—expone con dolo petulante antes de abandonar la habitación.
Sé perfectamente que ella puede defenderse sola, pero también que jamás tendrá que hacerlo.
Revocaría la orden que Alexander le dio, pero el tumulto de voces a mi alrededor se volvió más insostenible como cada vez que él se me acerca, una ruleta de alaridos, gritos desgarradores y sollozos. Sobre todo el de ella, su débil voz grita una y otra vez mi nombre.
Me pierdo de ver la escena con facilidad, cierro los ojos, al abrirlos los veo muertos a ambos, la pequeña criatura lleva un vestido beige lleno de sangre oscura, su rostro y rubio cabello está salpicado al igual que sus oscurecidos ojos.
El portazo me vuelve a la realidad, por un segundo eso me tranquiliza. No los he matado. Los tres estamos aquí.
Doy un respiro profundo, el ardor en mi piel cesa, podré ignorar aquellas órdenes voraces exigiendo que acabe con todo un poco más.
—¿Qué has decidido?
—No lo haré, no a tu modo Owens—le dejo claro.
Con apenas esas palabras cruzadas abandono la habitación. Aún sintiendo los huesos calar, jamás había imaginado la muerte de Dominic. A diario calmo mis demonios para poder verla, todos escaparian si un día me hace falta. Y no saldrían precisamente para algo bueno.
En la estancia de la primera planta me encuentro con Aranza, la mayor de las Owens, a su lado en un pésimo intento de discreción se encuentra Marcus Vega, este último sostiene a Dominic, ella está llorando en su hombro mientras él le da pequeñas palmadas en la espalda. Este tipo de acciones no me mueven, aunque a veces si tengo la duda de que se sentirá. Que las personas no les aterre mi presencia, dar un mínimo movimiento en falso. Que piensen que llevo el caos por dentro.
—¿Te vas tan pronto Nathan?—me cierra el paso la mayor.
Sonríe con cinismo en un perfecto destierro a Marcus, me gusta eso. Saber que el mundo entero me pertenece sin el mínimo esfuerzo.
Aranza se acerca a mí, escudriña toda mi anatomía en un vistazo, en un instante puedo imaginar lo que bien podríamos hacer y estoy seguro que se lo hago ver, el aroma de la lujuria nos acompaña, siento el cambio en su temperatura y las palpitaciones de su cuerpo, miro directo sus ojos, puedo visualizar llamas verdes al fondo, todas se incendian por mí, destruyen sus adentros y yo soy el nombre de su destrucción.
Alexander llega detrás de mí interponiéndose en nuestras miradas, entonces ella escapa del hipnotismo que se creó conmigo.
—¿Qué quieres? ¿No que estabas muy ocupado?— Dominic hace una mueca furiosa en su dirección.
—Ya dejamos claro ese punto, en la semana he estado ocupado, ayer intente convivir contigo y te encerraste a “dormir” toda la tarde.
—¡Estaba cansada!
—¿De que?
—De ti—hace un mohín.
Owens cambia su peso de pierna, caminando con disgusto entre nosotros.
»De solo existir cuando quieres, que tus reuniones sean más importantes que nosotras…
Los movimientos rápidos de Marcus roban la atención de todos, se hinca frente a la niña secando su mejilla con una sonrisa neutral y transparente.
—¡Hey, pero cuando Alexander no pueda yo siempre estaré presente! Por algo soy tu tío favorito y con gusto estare para ustedes dos.
Cuando me canso de las cursilerias decido avanzar, quedo de frente con Vega, el no logra sostenerme la mirada y termina quitándose de mi camino. Bajo las escaleras escuchando como las leyendas continúan a mis espaldas. Su metiche personal sigue contando falacias a pesar de verme cada semana.
A lo largo del pasillo me encuentro un par de pinturas de Annete Moretti, el ser más bondadoso que este asqueroso pueblo pudo haber tenido. La recuerdo tendiendome la mano cuando estaba asustado mientras ese niño bocón sabelotodo llegó a arruinar mi vida. Más bien no me dejó pudrirme aquella madrugada entre los cadáveres, a diario los envidio, haberme dejado en este mundo inmundo y débil.
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Editado: 14.10.2022