— ¡Es navidad! vayamos al árbol, Garry ¡Ya quiero abrir mis regalos! —lo tomé de la muñeca mientras brincaba de la emoción y corría con él hacia el recibidor.
—Tranquila, Ib, te vas a cansar de arrastrarme —me dijo entre risas jalándome con delicadeza hacia él—. Además, hay que esperar a tu madre.
—Bueno —me detengo y giro a verlo fingiendo tristeza, algo que le hizo suspirar y enseguida hacerme correr tomándome del brazo mientras reía. Fue un gesto muy lindo.
Sonreí todo el camino que faltaba al recibidor. Al llegar, un montón de regalos en diferentes colores y muy bien adornadas con grandes lazos nos sorprendieron. Estaba muy, muy feliz y ansiosa, así que no tardé en correr hasta llegar al pino.
— ¡Vaya!, ignoraba que habías llegado ya, Garry. ¿Qué tal la escuela? —mi papá entraba a la habitación con un plato lleno de chocolates.
—¡¡Papá!! —lo saludé con mi mano, sin dejar de arrastrar con la otra una de las cajas rojas hacia mí.
—Buenos días, hasta ahora no me quejo y estoy a punto de entrar a la universidad. —contestó Garry.
—Muy bien, pero hablemos a detalle sobre ese tema con más tiempo, porque quiero que me cuentes todo. Por ahora, abramos los regalos. —sonrió para los dos.
—¡¡Si!! —ya con el permiso de hacerlo, terminé de atraerme el regalo.
Sabía que los rojos eran míos, así que comencé en seguida. Garry y papá simplemente reían mientras yo luchaba contra las cintas y grapas.
— ¿Gustas uno Garry?
Giré y vi de reojo cómo mi padre acercaba el plato hacia Garry.
— ¡Gracias! —respondió y estiró su mano para tomar uno.
Regresé mi atención hacia la caja y seguí tirando como loca el papel y los globos que había dentro, luego me asomé rápidamente al interior cuando estaba casi vacía.
— ¡Un libro!, lo leeré al terminar de abrir los regalos —sonreí para ambos mostrándoles el libro, y, claro, ellos correspondieron mi sonrisa.
—Oh, casi lo olvido, Garry, mi hija y yo vemos que te encanta el color azul.
Miré a Garry, dejando mi libro nuevo en el piso.
—Eh... —miró su suéter azul, la boina azul, luego hacia las botas... azules también— Sí... ¿qué pasa con eso?
Estaba un poco sonrojado.
—Revisa las cajas azules —respondió mi padre entre risas.
— ¡Oh!, ya entiendo —comenzó a ponerse tímido—. No. Es mucha molestia. —reía por lo bajo tapando su boca con la mano.
Ahora Garry estaba rojo como tomate y sólo miraba el suelo.
—Garry —me estiré un poco buscando su mirada y cuando nuestros ojos se cruzaron le sonreí, pero solo conseguí que empeorara su enrojecimiento.
Bajó lentamente del sofá y vino hacia el pino gateando. Yo le ayudé pasándole a empujones un par de regalos azules y ambos reímos mientras escuchábamos a papá reír también. Esta mañana era increíblemente risueña.
—Veo que ya empezaron.
Los tacones de mamá resonaban cada vez más cerca de nosotros y su perfume comenzó a llenar el espacio. Me gustaba ese olor dulce, como a flores, que siempre me tranquilizaba.
—Lo siento mamá, estaba ansiosa.
—Ya es costumbre que no esperes por mí, hija. —Se cruzó de brazos y sonrió.
Yo sólo me encogí de hombros, pero le repetí con la mirada un ‘lo siento’, observé su linda sonrisa unos segundos y volví a lo que estaba haciendo. Quité la tapa de una nueva caja roja y luego volteé a verla otra vez, ella estaba contemplándome con una enorme sonrisa y ojos llenos de amor; quizá estuvo mirándome así antes de entrar. Le mandé un beso, y de vuelta a los regalos, me asomé a la caja con cuidado.
— ¡¡Un osito!! —tiré de su brazo para liberarlo de la caja y todo el papel dentro.
—Tiene pinta de llamarse ‘White Ball’, porque es redondo y blanco. —dijo Garry entre risas.
—Es un buen nombre —abracé el peluche unos segundos para después ponerlo, por un lado.
Ambos comparábamos nuestros regalos y planeábamos cómo compartirlos. Mientras oía las voces de mis padres hablando por un lado sobre la cena, los invitados que vendrían y si debían decorar un poco más.
Quería grabar este momento en mis recuerdos porque lo sentía como algo que, aunque pueda repetirse el siguiente año, no va a ser exactamente igual a éste. Lo pienso así porque desde que conocí a Garry han pasado cuatro navidades, y todas tienen algo diferente a la actual. Se sentía algo, una conexión, el ambiente era cálido, pero también “normal”. Quizá se deba a que estoy creciendo.
Cuando terminamos con las cajas azules y rojas, noté que había cajas de otros colores como naranjas, verdes, una que otra morada; seguramente para mis primos e invitados. Aunque para mí, una de ellas destacaba entre las demás. Estaba al fondo entre el pino y una pared, era de un color amarillo apagado.
—Mamá —giré a verla—. ¿Y los otros regalos? —quería preguntar directamente por el regalo solitario, pero decidí esperar un poco.
Ella se acomodó el cabello mientras reía y miró a mi papá.
—Son nuestros, cariño, y por supuesto, para el intercambio.
—Entonces tengo razón, vendrá mucha familia.
—Así es, y algunos vecinos. —intervino mi papá.
—Uh... disculpe ¿Y el único amarillo? —preguntó Garry curioso.
Paré de arrastrar una de mis cajas para escuchar con atención las respuestas, ya que yo no me atreví a preguntar eso.
Mis padres reaccionaron sorprendidos y se miraban entre sí algo serios, pero enseguida se levantaron del sofá a buscarlo. Mi papá lo sacó con dificultad.
—No pesa —dijo Garry al levantarlo con una mano.
Mi padre lo corroboró pidiéndole que le pasara la caja, y entonces lo sostuvo con algo de disgusto.
— ¡Vaya!, no recuerdo haber puesto uno… menos de este color.