Navis regresó al colegio parloteando por los pasillos. La sangre de Noor hizo bien de las suyas, y esa mañana su mano estaba totalmente curada.
—Buenos días —saludó a sus amigos.
Morgan se acercó a él.
—No puedo creerlo, ¿acaso ocupaste de nuevo la sangre de hruchee?
—Por su puesto, Noor me obligó —era verdad—. De ser por mí, hubiera dejado que mi mano sanara por sí sola, pero Noor es un terco. No te preocupes, traje un poco para la quemadura de Francis —le mostró el frasquito nuevamente lleno.
Lo guardó. A lo lejos vio pasar a Amarilis y a Rufio. Se dirigían a clases. Al solo verla, le hizo recordar un pequeño asunto olvidado.
Sacó el papelito de su bolsillo.
—Morgan, ¿sabes quién vive aquí?
—¿Por qué? —preguntó al darle un vistazo.
—Alguien me la dio, y ya sé de quién es.
—¿A sí? ¿De quién?
—Iphegenia Oleg. La encontré en el directorio de sectores.
—¿Iphegenia Oleg? ¿La abuela de Nathaniel Oleg? ¿Qué hay con ella? —dijo Morgan.
—No lo sé —contestó—, sea quien sea el que haya escrito esto quería que fuera a verla. Así que iré a su casa.
—¿Y por qué no le preguntas a Nathaniel? Él sabe mejor dónde vive, y podría acompañarnos.
—¿Piensas ir conmigo? —le dijo.
—Claro que sí, no te voy a dejar ir solo.
Nathaniel estaba reunido con Harold Miles y Russel Rivers en el salón. Por desgracia, el profesor llegó en ese momento.
—Le preguntaré después. Nathaniel tiene que llevarnos.
Sianne se acercó a él en la hora de la biblioteca.
—Felicidades por el partido, Navis —dijo la chica.
—De nada, Sianne.
—Ayer no nos dieron mucho tiempo para verte en la enfermería, así que te dejé descansando.
—Tranquila, no hay problema. Fuiste al partido —dijo alegremente.
—Esto es para ti —le tendió un regalo.
—Gracias.
Era una libretita negra con hojas color pergamino. Navis estuvo con ella toda la mañana hasta la hora del almuerzo.
—¿Qué tiene de especial esa libreta, Niccals? ¡No la sueltas por nada del mundo! —dijo Scott en pleno bocado.
—¿Acaso no lo ves? —respondió Morgan—. Sianne Dougherty se la dio.
—Ah ya veo —dijo insinuando—, picarón.
—El único problema es que no sé que escribir en ella. Son de esos obsequios que te tientan a conservarlos intactos.
—¿Por qué no escribes poesía? A nosotras nos encanta —dijo Puawai.
—Le escribí un poema.
Todos lo miraron expectantes.
—¿Qué le escribiste? —dijo Francis con una sonrisa burlona.
—No lo recuerdo.
—¡Cómo que no lo recuerdas! —dijo casi a gritos.
—Es que, perdí el poema y nunca lo recuperé. Ni yo mismo sé que escribí, era todo confuso y no rimaba para nada —confesó.
—¡Demonios! —maldijo Scott—, debería golpearte por despistado.
—Cierto —no lo dudó Navis.
Perder un poema era una atrocidad. En Borka tenían esa creencia que perder un poema o alguna carta de amor para alguien especial era de mala suerte.
—Maldición —Navis acomodó su cabeza en la mesa, derrotado.
—No pasa nada, sólo haz otro poema, y asunto arreglado —dijo Puawai—, es más, yo te ayudo a hacerlo.
—¿En serio, Aroha?
—Claro que sí —lo dijo de todo corazón.
—¿Quién idiota hará un poema para quién? —preguntó Aegan Flakes.
—Por favor, no queremos perder nuestro tiempo contigo —lo rechazó Francis. Scott y Puawai lo miraban enfadados.
Aegan sacó algo de su bolsillo.
—No me digan que esta es la letra del novo wrovil.
Era el poema.
—¡De dónde lo obtuviste! —brincó Navis de su sitio.
—¿Y eso qué? Me lo entregaron a mí.
Navis miró la mesa en donde estaban Hans y Nabilia. Osha se encontraba enojada y lanzó un “te lo dije” demasiado seco y rabioso a Hans.
—¡Devuélvelo, ladrón! —exclamó con ira.
—¡Atrevéte a quitármelo si es que puedes! —lo rompió a la mitad.
Navis perdió los estribos y lo zarandeó del cuello, y ambos cayeron al piso. Todos en el comedor miraron la escena, hasta las mesas más lejanas tuvieron que rodear a los chicos para poder ver de cerca quién estaba ganando.