Todo parece marchar muy rápido, un día Nayla conoce a su primer guardián, al otro comienza a entrenar y en esa misma noche esperan un micro, que los llevará hacia la próxima estación de tren, para al fin poder pisar la siguiente ciudad, que solo les servirá como parada para luego seguir viajando.
—No puedo creer que lleves todo eso a cuestas. —Dice ella, que con solo una mochila, ve todos los bolsos y libros que carga Kyros.— ¿No se te ocurrirá pedirme que lea todo eso no? —pregunta con una leve risa.
—Es la idea. De algún lado tienes que aprender.
—Si mis profesores no me hacen leer, tu tampoco.
El micro llega, levantando el polvo de esa vieja calle, el chofer prende las luces con el desanimo que demuestran varias horas de viaje, y muchas más por venir. De manera relajada sube la poca cantidad de pasajeros que hay en esta estrellada noche en Bolton, y el vehículo inicia su marcha.
Una vez en los acolchonados asientos, Nayla viaja del lado de la ventana, y Kyros a su derecha, decide romper el hielo con ella, mientras la ve desenredando sus auriculares.
—Así que a la elegida no le gusta la lectura. —Menciona bromista.
—Me gusta Poe. —Responde ella, conectándose los auriculares, y despidiéndose del mundo.
Con esto entiende que le será difícil socializar con ella, y establecer una relación, aunque eso no debe afligirlo, es su guardián, no es necesario que sean amigos. La ve quedándose dormida, supone que abra tenido un día agotador y así era. Pero tendrá tiempo para reponerse, ya que, hasta que no tomen el tren, y lleguen a las afueras de Carnagan, no podrán volver a entrenar. Las luces del micro se apagan y mirando al techo, comienza a quedarse dormido.
A través de la ventana, la luz del día despierta a Kyros, esta misma se dio por vencida con Nayla, que seguía dormida, aun cuando los auriculares ya se habían caído de sus orejas, y se podía oír esa música pesada que atormentaría a una anciana puritana. Al oír ese genero, recuerda el estado de su departamento. Al acompañarla decidió esperar de espaldas a la puerta, pero esa curiosidad que nos corrompe lo hizo voltear, y ver sin entender, como puede existir tanto desorden en un lugar tan pequeño.
Cuando el micro llega a su última parada, despierta a Nayla, quien se toma todo su tiempo para bostezar y estirar tranquila.
—¿Llegamos? —pregunta con sus ojos achinados.
—Si, la estación está justo en frente.
Al bajar, Nayla nota que todo le es nuevo, recuerda la última vez que pasó por ahí, cuando era tan solo una niña asustada. El lugar ya no era como sus recuerdos lo pintaban, y ella tampoco era la misma que en ese entonces, doce años pasaron para que vuelva a decirle hola al mundo que la rodea. Para su suerte, el tren no los hace esperar, y en tan solo minutos, se encuentran dentro de sus vagones.
Un viaje de casi tres horas, y la estación de Carnagan está conociendo sus pisadas.
—Tenemos que entrenar un poco antes de ir a la ciudad ¿te gustaría comer algo? —le pregunta Kyros.
—Un hot dog.
—Pero ni siquiera son las doce.
—Siempre es buen momento para un hot dog.
—Pero… Está bien, me acercaré al carrito y pediré dos hot dogs.
—El mío con mostaza y papas fritas, y tu pagas.
El bosque, entre la estación y la ciudad de Carnagan, es el indicado para este tipo de entrenamiento. Sin mucha gente cerca, Nayla podrá dar rienda suelta a su fuerza desmedida, o esa es al menos la intención de su guardián.
—Esto servirá. —Dice mirando un grupo de rocas entre los árboles. Junta las palmas de sus manos un segundo, y luego apunta una hacia aquellas rocas. Las que abandonan el suelo y forman un imponente golem.
—Increíble. —dice Nayla boquiabierta— ¿Cómo hiciste eso?
—Solo hechicé un par de rocas y las hice tomar forma de golem.
—¿Tiene conciencia propia?
—Claro que no. Está hechizado, no vivo.
—¿Me vas a enseñar a hechizar rocas?
—Si también. Pero ahora quiero que las derribes.