―¡Ximena! ―el grito desolador de Damián fue opacado por el estruendo que aquél alboroto provocó.
Al tiempo que Ximena desgarró su garganta con un aullido de dolor, Damián la tomó de los hombros y la jaló, llevándola a rastras a un costado de la cama.
Damián procedió a escabullirse lo más rápido posible por el suelo, tratando de no ser atrapado por alguno de los rayos luminosos que habían entrado a la habitación, así lo hizo hasta llegar a las puertas.
El viento las golpeaba contra la pared con dureza y agresividad, Damián se incorporó con valentía y arremetió contra la primera, en el mismo instante tomó la otra y las cerró.
El viento se detuvo, pero el sonido agudo siguió taladrando sus tímpanos y varias las luces quedaron atrapadas en la habitación.
Ximena se había hecho un ovillo en el suelo, colocando ambas manos en su nuca para protegerse de las mismas.
Con la respiración acelerada, Damián se arrastró por el piso hasta llegar al lado de Ximena, cubrió la mitad de su cuerpo con el propio y agachó la cabeza a su lado. Apenas lo hizo, sintió cortes en su espalda y supo que eso no iba a funcionar.
Se quitó y gateó al mueble del pie de la cama, jaló a Ximena quién salió de su aturdimiento y se incorporó rápidamente.
Ambos corazones estaban acelerados y estrujados por el miedo. Ximena temía a lo desconocido que le resultaba aterrador y Damián temía a lo que sabía que les podría suceder.
Se arrastraron bajo los rayos luminosos lo más rápido que les fue posible, cargados de adrenalina llegaron a la entrada del baño. Damián se levantó y ayudo a Ximena a entrar para después entre los dos cerrar bruscamente la puerta.
Los sonidos bajaron el volumen, daban la impresión de haber sido sofocados bajo un vaso de cristal. Pero Ximena todavía podía escucharlos y la atormentaban.
Se dieron la vuelta y recargados sobre la puerta, descendieron lentamente hasta quedar sentados sobre el suelo del baño. Ximena cerró los ojos, soltó el aire contenido en sus pulmones y sonrió aliviada.
―Eso estuvo cerca ―exclamó.
―Carajo ―dijo el chico en cambio, Ximena volteó a verlo para darse cuenta de que no lucía muy feliz―, no debí dormirme, lo siento. Esta noche no se duerme. ¡Rayos!
―No jodas Damián... hey, vengo de una cuidad algo loca y mi vida ha sido una mierda, pero nunca, nunca había visto algo tan retorcido como esto, ¿quieres explicarme qué diablos acaba de pasar? ―dijo la chica con las imágenes rondando su cabeza―, eso, ¿eso era lo que te daba miedo? ¿Por eso no querías salir? ¡Ya dime algo! ―gritó incrédula―. Esas cosas pudieron haberme matado.
―Bueno... ―comenzó Damián― esas cosas salen cada último día del mes, y sí, te pueden matar.
El chico vaciló y giró la cabeza al lado opuesto de Ximena.
―¿Cómo que "salen"? ¿Qué son? ¡Hey! ―levantó la mano derecha y volteó el rostro de su compañero en su dirección― ¡mírame!
―¡No sé! Oye, se supone que esto no se "platica" es algo que simplemente se sabe y tú no eres de aquí, no debiste haber visto eso y no debiste poner en riesgo tu vida ―exclamó frustrado y se retiró de la puerta.
Ximena lo miró incrédula, sorprendida e irritada. Se puso de pie y se apoyó con ambas manos sobre el lavado.
―Mi vida está compuesta por "cosas que no debí haber hecho" ¿De acuerdo? Pero aquí estoy, ya pasó, y merezco saber que fue "eso que pasó" ―contestó con los ojos cerrados y la cabeza agachada frente al espejo del lavado.
A sus espaldas, Damián observaba la puerta sintiéndose culpable. No por no darle explicaciones si no por quedarse dormido.
―Xime, lo siento ―murmuró con la mirada baja―, para mañana todo estará bien y podrás marcharte, lo prometo.
La chica no vaciló y se giró encarándolo con una mirada dura.
―¿No me dirás nada? Casi muero y ¿no merezco una puta explicación? ―Su mirada hizo que el chico dejara de verla, sujeto a su propia irritación y molestia.
―Ximena tu solo eres una turista de paso y no necesitas saber más de este pueblo ―respondió alterado. Se lamió los labios y pasó la mano por su cabello―, oye lamento que esto haya pasado. No volverá a pasar.
Ximena permaneció en silencio y su rostro no demostró lo mucho que sus palabras la habían herido. Al percatarse de que los sonidos habían cesado, sé dio la vuelta y salió sin dirigirle la mirada, tan rápido que Damián quedó atónito unos segundos.
La puerta se estrelló con la pared al salir, Ximena no se molestó siquiera en cerciorarse de la ausencia de los rayos luminosos. Si, siempre era así de impulsiva.
―Ximena ―la llamó el chico ante su repentino acto.
Ella apagó las velas de una pecera y regresó al baño para verter el agua.
―¿Qué haces? ―cuestionó siguiéndola de cerca.
Ximena en silencio regresó e hizo lo mismo con las demás velas, dejando el cuarto en una total oscuridad.
―Pensé que te gustaba tenerlas encendidas ―divagó el muchacho sin poder ver nada―, ¿dónde estás?
Damián decidió esperar a que ella se calmara y le explicara las cosas, se sentó en la esquina de la cama y trató de agudizar la vista.
No logró nada hasta que unos minutos después, su excesivo esfuerzo por ver algo lo dejó cegado. Ximena acababa de prender la luz y Damián cerró los ojos por la intensidad.
Poco a poco retiró su mano de la cara y enfocó la mirada a la silueta que estaba enfrente de él.
―¿Esas cosas siguen afuera? ―preguntó ella con dureza.
―No sé ―respondió el chico apenas recuperando la vista―, ¿qué crees que haces?
Ximena tenía todas sus cosas en la maleta y la sujetó con fuerza.
―¿Tu qué crees? ―dijo irónica sin el mínimo toque de gracia en el rostro.
―No puedes irte, es de madrugada... ―acotó Damián preocupado.
―Te pregunté, ¿esas cosas siguen afuera? ―repitió con los dientes apretados y la mano sujeta a la maleta hecha un puño.
Damián ya de pie, la miró con cariño y negó con la cabeza.
Editado: 09.09.2020