A Ximena le costó un gran trabajo elegir entre todas sus cosas; qué se llevaría y que no. Por decisión unánime, caminarían el tiempo restante que les quedara del día con una sola maleta por cada uno, lo que estaba bien para todos menos para Ximena que tenía demasiadas cosas. Al final, optó por sacar sus pertenencias y hacer una nueva maleta con lo más fundamental.
Cerró con llave todas las puertas de su carro y se despidió de él en silencio. Irene sacó su celular y llamó al señor de la tienda en la que Ximena conoció a Damián, que para su sorpresa resultó ser el padre del chico. Él se encargaría de llevar el auto de Ximena de regreso mientras los chicos seguían su camino, los habitantes de Depstor se tomaban muy en serio sus leyendas y no les permitían regresar hasta concluir la misión.
―No sabía que tenías celular ―comentó Ximena una vez que Irene concluyó su llamada.
―Equis, esta wea sólo me sirve para cosas así ―respondió la pelirroja dispuesta a apagar el celular de nuevo pero justo en ese momento; una melodía anunció una nueva llamada entrante. Irene respondió y colocó el aparato reiteradamente en el oído―, ¿Qué quieres culiao?
Los chicos tomaron sus mochilas y maletas, Ximena podía arrastrar la suya pero los demás se las colgaron en los hombros. Cielo tomó la comida para cenar en el camino pues el tiempo era escaso y querían evitar el mayor tiempo de caminata nocturna.
Una vez que estuvieron listos, se acercaron a Irene para esperar a que terminara su llamada.
―Tal vez wey ―decía Irene al teléfono―, hasta luego ―finalizó la llamada, alejó el celular de sí y tomó su maleta―. ¡Vámonos!
―¡Vamos, chicos! ―la apoyó Cielo con energía―, que la carrera casi está sola y será divertido.
―Bueno, pues hay que irnos antes de que anochezca ―sugirió Damián.
―Vale ―acotó Hendrick con el koala recién vendado entre sus brazos.
―Te ves tan tierno ―se burló Ximena con tono minado, avanzo al pavimento y emprendió la marcha.
Hendrick puso los ojos en blanco y la siguió sin vacilar. Iniciando todos de esta manera, una cálida camita por la carretera.
Los temerosos rayos de sol se ocultaban entre las nubes a sus espaldas, hacía el oeste, hacía Depstor. Mientras marchaban con cierto nerviosismo rumbo al este, rumbo a un nuevo amanecer.
Se percibía una enorme calma, solo pasaron dos carros y después soledad absoluta. Por lo mismo, decidieron caminar sobre la carretera con Ximena en medio, quién mantenía el equilibrio sobre la línea blanca que la dividía.
El koala dormía en los brazos de Hendrick con gran tranquilidad, su respiración era suave y pausada. Al chico le sentaba bien tenerlo con él, pero Irene pronto reclamó su derecho a cargarlo así que Hendrick le concedió el gusto.
―Me invitaron a una fiesta en la cuidad ―les contó Irene―, ¿quieren ir?
―¡Sí! ¡Me has contado que son divertidas! ¡Vamos, Ire! ―aceptó de inmediato Cielo con mucha alegría.
―Por mí está bien, no tenemos a donde ir la verdad ―concordó Damián.
Ximena se quedó callada un momento, hacía poco que había perdido el gusto por las ciudades e ir a una fiesta en una no le causaba mucha gracia.
―¿De quién es la fiesta, Airi? ―cuestionó Hendrick.
―De Gabriel, es de disfraces.
El pelirrojo sonrió y miró a Ximena con una media sonrisa.
―¿Te gustaría ir Xime? ―le preguntó, la chica sintió un brinco extraño en el centro de su estómago cuando él la llamó así. Trató de ahogarlo tragando saliva y asintió.
―Claro ―respondió de inmediato.
―¡Yeah! ―exclamó Irene sin demasiado entusiasmo pero con una sonrisa―, faltan varios días así que hay tiempo.
Siguieron caminado y conversando sobre otros temas que a Ximena no le interesaron pues se había entretenido demasiado a analizar su reacción anterior y cuestionando sobre el porqué de su actitud.
Las sombras de los cinco se apreciaban cada vez más largas frente a ellos, pudieron observar las siluetas de cada uno reflejarse en la carretera rodeadas por el tono anaranjado del atardecer. Desde la más pequeña y delgada hasta el más alto. Cinco amigos caminando en una solitaria carretera dejando atrás la puesta de sol.
Ximena se sintió conmovida por la escena que estaba viviendo, era lo más agradable que le había ocurrido. Por desgracia, para saber que aquél era un momento hermoso, tuvo que recordar que el resto de su pasado por lo general no lo era.
Por aquél instante comprendió que ellos eran sus amigos, entendió que aunque se tratara de poco tiempo en el que habían convivido, los cuatro la habían procurado más que cualquier otra amistad que hubiera tenido en su vida. Y a esas alturas, ya su existencia había cambiado, por más extraño que resultaran las circunstancias, su pasado había quedado atrás y ahora tenía un nuevo objetivo, raro y peligroso pero nuevo.
―¿Falta mucho? ―preguntó Cielo con aspecto cansado. Ximena sonrió y asintió con la cabeza.
Ximena también se sentía un poco cansada pero intentaba disimularlo. Aun así se sorprendió al ver que Damián que estaba a su lado, no parecía haber caminado los más de cinco kilómetros que ya habían recorrido. Su aspecto era despreocupado y fresco.
―¿No te cansas? ―le cuestionó intrigada.
―No, me gusta el atletismo de hecho ―dijo con una sonrisa que dejaba a ver los dos lindos hoyuelos de sus mejillas―, ¿quieres que te cargue?
Ximena se rió y negó con la cabeza.
―No podrías, peso mucho ―bromeó, pues era delgada.
Jugaron un rato con lo mismo, era con Damián con quién se sentía tan cómoda que podía hacer o decir lo que quisiera, también con los otros pero más con Damián.
Con el correr de los minutos, sus sombras desaparecieron por completo y el cielo se tiñó de negro cubierto por un manto de estrellas que enternecieron a los cinco.
La carretera seguía sola y tranquila. Así fue hasta que de repente algo ocurrió y la calma que Ximena había experimentado fue cruelmente arrebatada.
Editado: 09.09.2020