Nefesh Hayah

CAPITULO II

Quinto piso. Imposible llegar sin la ayuda del elevador. Las escaleras. Claro, ahí están. Pero quién las usaría, sobre todo para subir. Talvez, y solo talvez, para bajar.

La cuestión es: ¿Qué ocurría en el departamento C? ¿Qué incidente llevó a un oficinista honorable, candidato a un ascenso en una próxima jefatura, a transformarse de manera tan radical en un energúmeno?

¿Qué había tras esas puertas que motivaba tan desesperado trajín? Lo sabría en contados segundos, en el momento en que, finalmente, la puerta del ascensor se abrió para dejar salir a un ser vivo, aunque no tanto, y casi a rastras, que avanzaba a tropezones, recorriendo la recta final hacia su último destino, dando tumbos, pared con pared, puerta a puerta.

-Jota!

Y la visión le empezaba a traicionar.

-I!

Todo parecía dar vueltas.

-Ache!

Solo quedaba seguir.

-Ge!

La lista se hacía interminable.

-E…fe!

Jamás pensó que sería tan largo el camino.

-EEEE!

Vamos, un poco más.

-Deee!

Y por fin…la meta:

-Ceeeee!

Ya sin fuerzas para golpear, intentaba mantenerse consiente para abrir la puerta, sin poder conseguirlo. En ese momento la puerta se abrió, y una gran luz lo cegó. Luego, todo fue oscuridad y silencio.

 

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Al despertar, se encontraba ya en el interior del departamento C del quinto piso. Abrió sus ojos, muy lentamente, y solo podía ver figuras borrosas, como vistas a través del lente desenfocado de un fotógrafo. Poco a poco, todo fue tomando forma y fue reconociendo que, efectivamente, se encontraba en su habitación. Pudo notar que ahí estaban sus muebles, sus cuadros, cortinas, todo cuanto había dejado antes de salir. Todo intacto. ¿Pero…Isaac? ¿Dónde está? ¿Qué pasó con él?

Intentó ponerse de pie y fue imposible. Estaba sujeto a una silla. Sus muñecas inmovilizadas por correas a los lados del asiento, lo mismo que sus pies, en las patas delanteras. ¿Qué era todo aquello? ¿Qué le estaban haciendo? Solo atinó a gritar:

-Isaac! Isaac!

Fue cuando Isaac hizo su aparición, surgiendo del interior de la habitación contigua:

- ¡No te preocupes, ya todo está bien! ¡Solo relájate y vive el momento! ¡El nacimiento de una nueva era! ¡Y tú has sido el elegido para cruzar primero el umbral! Eureka!

Isaac. Cuando no Isaac. El incomprendido y bien intencionado hermano de Tales, su conejillo de Indias, ahora rebautizado como el elegido.

Ambos tenían una relación fraternal muy afectiva. Aunque de características abismalmente opuestas, siempre habían demostrado ser muy unidos. Tales como el mayor, aunque no por mucho, apenas tres años y medio de diferencia, se mostraba siempre paciente y comprensivo con respecto a su hermano Isaac, alegre y alborotado y con una imaginación y una creatividad que más que asombrar asustaba. Ambos empezaron a vivir juntos hace un par de años, desde que Tales invitó a su hermano para hacerle compañía y al mismo tiempo, en forma tácita, vigilar sus movimientos, pues era común el tener noticias de Isaac envuelto en líos por sus ideas un poco fuera de este mundo. Por suerte, provenían de una familia más o menos pudiente y al perder a quienes los trajeron al mundo, al menos pudieron gozar de una sustanciosa herencia que cada cual recibiría y usaría según su propio criterio y no del ajeno. Tales, hombre centrado y con objetivos claros en la vida, supo desde el primer momento lo que debía hacer. Estando a mitad de su carrera, se enfocó en terminar lo más pronto posible y de la mejor manera, para así ser profesional, por lo que destinó un monto sustancial a dicha meta. Lo restante, que no dejaba de ser una cantidad importante, no tuvo mejor idea que invertirla en acciones, que, según un buen asesor, le ayudaría a obtener excelentes ganancias. Y no se equivocó. A pesar de la fluctuación de la bolsa, y aunque siempre existía el margen de error o de pérdida, las ganancias siempre prevalecían, y con creces.

Logró convertirse en contador, y con honores. El futuro le sonreía y, en la compañía para la cual trabajaba, su nombre sobresalía en la lista de candidatos para ocupar un puesto de eminencia en la empresa. O en el directorio. Ahora se abriría un mundo de posibilidades.

Y en la otra esquina, Isaac. Con sus sueños de inventor, astronauta y científico loco. Al igual que Tales, también intentó estudiar una carrera. Del mismo modo que su hermano, asistió a la mejor Universidad del país, en la facultad de Ciencias. El problema era que no era compatible con sus ideas. Ni aún la mejor Alma Matter a nivel nacional estaba al nivel de los alcances visionarios de tan célebre personaje como era Isaac.

A todo lo que veía, leía y oía en las horas de clase, él terminaba con un “Eso ya lo sé” o “¿Eso es todo?” Y es que mayor autodidacta que él no se conocía. Cuando los profesores daban la orden de leer un libro, él ya había leído diez y con mayor información que el común de los estudiantes, y hasta de algunos o muchos de sus profesores. Cada clase se convertía en un verdadero debate profesor-alumno, que generalmente terminaba con una magistral exposición sobre el tema por parte de este último, acompañado de grandes aplausos de sus compañeros y la humillante derrota del primero, el cual, en represalia, no le quedaba más salida que reprobarlo, solo para demostrar, cobardemente, quién mandaba.

Isaac entendió el mensaje. Y no le dolió en lo más mínimo. Lo que sí era frustrante, para él, era no encontrar una fuente de mayor conocimiento. Ese paraíso donde sus hambrientas neuronas pudieran darse un banquete de información y sabiduría. Por lo cual buscó y buscó, hasta que lo encontró: La gran Biblioteca. Con solo un pase, fácil de obtener, tenía acceso ilimitado a todo lo que quisiera, de manera irrestricta, sin horarios y a su propio ritmo. Una delicia.




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