Nerea extendió sus alas mientras clamaba fuerza.
— Da mihi fortitudinem. — había bramado la chica mientras tenía como objetivo volver a Azazel a su humilde lugar y que soltara a la suprema que era estrujada en las imponentes manos de aquel demonio tan poderoso e invocado por el hermano de cierta súcubo.
Por la cabeza de la chica ángel pasaron fragmentos de recuerdos, en ellos su hermano sonriente y su familia cenando como todas las noches.
Una lágrima resbaló por su mejilla y su espada apuntaba al cuerpo del enemigo, arrugó su nariz pensando que no tenía nada que perder, y tampoco nada que temer.
Se dijo a sí misma que si sacrificar su vida significaba salvar una más valiosa lo haría. Y no sólo eso, sino que también cabía la posibilidad de volver a encontrar a su familia reunida y hasta quizá al amor de su vida; quien había sacrificado su vida por la de Nerea.
Cuando la fuerza se incrementó en todo su cuerpo, sus alas aletearon una última vez y se dejó caer en picada contra su objetivo. Se encargó de no dañar a Emma cuando impactó contra el enorme cuerpo del demonio.
Pero incluso cuando éste había liberado a Emma de sus filosas garras, no había disminuido su fuerza, sino que la incrementó para que así los ángeles tuvieran ventaja y pudieran cerrar el portal para seguir con su lucha.
Nerea escuchaba los susurros de los guerreros que asomaban su cabeza por la fosa. Se dijo a sí misma que lo que hacía era correcto y trató de imaginar cómo sería volver a tocar a su hermano.
En un abrir y cerrar de ojos ya no caían al vacío, sino que junto a Azazel, flotaba en un espacio salpicado por brillos morados, y así como apareció, desapareció alejándose de Nerea y del demonio.
Nerea observó a su alrededor con atención. Se dio cuenta de que la parte gelatinosa por la que había pasado, formaba parte del cielo de una dimensión demoníaca, y si sus estudios no fallaban, el color morado que observaba a lo lejos pertenecía a uno de los reinos de Azazel.
Giró sobre sí misma en el aire, intentando ver cómo el demonio caía con más velocidad que ella por su tamaño. Nerea comenzó a agitar sus alas, pero cada vez que establecía un vuelo concreto, una de sus alas trastabillaba y seguía cayendo sin ningún resultado.
Al ver el castillo que sobresaltaba por todo el paisaje, se dió cuenta de que su suposición no había sido falsa.
Los hermosos detalles de mármol que conformaban el castillo y la gran gema en forma de una L mayúscula en color morado brillante, le confirmó lo que Nerea temía.
Estaba volando por los aires de nada más y nada menos que Landimus, el reino de raíz de Azazel. Heredado por su padre y madre, y sin lugar a dudas con una fuerte conexión a Edom.
Y al estar en territorio enemigo decidió alejarse aleteando despavorida, pero en vez de que sus alas dieran un resultado positivo, el cuerpo de la chica ángel cayó por los enormes árboles escarchados de polvo morado, dejando a su paso un rastro de él.
Con el cuerpo adolorido comenzó a levantarse del suelo frío con unos cuantos moretones asomándose.
A lo lejos se escuchó un enorme rugido, y al voltear la cabeza hacia arriba pudo observar que el portal por el que había caído a lo que sería su perdición se había cerrado por completo dejando un enorme cardenal en él.
De pronto se dió cuenta que todo lo que simulaba ser el cielo de Landimus estaba lleno de cardenales, cada uno de ellos con una letra diferente de un color oscuro. A su parecer, era un portal para cada dimensión demoníaca que necesitará de la ayuda del rey Azazel.
Al ver su única salida sellada se propuso a levantarse un poco desfallecida.
Observó el cardenal que tenía grabada una E y suspiró.
— Suerte, Emma... — susurró tratando de respirar el aire frío de Landimus.
Detrás de ella se escuchó el crujido de uno de los árboles del bosque en el que se encontraba y Nerea se puso en posición de defensa con su espada cubriendo su cara menos sus ojos.
Su posición de autodefensa se fue desvaneciendo conforme distinguía la figura que tenía en frente. No era más que una niña con mejillas sonrojada Y cabello azul con una tez muy pálida.
Nerea guardó su espada y sus alas a la vez. Decidió ignorar a la niña y se le ocurrió ir a explorar el bosque.
Extrañamente había decidido darse por vencida y tal vez tumbarse en algún lugar dónde un habitante de Landimus la viera y por fin acabara con ella.
Su misión de ayudar a Emma ya había concluido puesto que no imaginaba una manera más para ayudarla, al menos que abriera un portal que por su naturaleza no estaba permitido.
Llegó hasta una zona dónde ningún árbol rodeaba el castillo y supuso que había dado con el castillo de Landimus, el lugar perfecto para que un demonio acabara con ella.
Sin miedo alguno, salió de entre los árboles y se adentró con total naturaleza en las puertas del castillo sin esforzarse en ocultar su presencia en el lugar.
Al llegar al centro del castillo y observar las baldosas y los decorados del mismo lanzó un silbido. Definitivamente el castillo de Landimus era mucho más bonito que el de Edom.