Sentía un escozor en mi pecho...
El océano habitaba alrededor...
Volvía a ser aquella niña.
Aquella niña en el medio de la tempestad.
Tenía miedo...
Tanto miedo...
De pronto una mirada me encontró, unos ojos azules inconfundibles...
Pero ya no se trataba de dos niños en el medio del océano.
Poseidón se encontraba junto a mí.
Yo me hundía lentamente y él venía a mi encuentro, una y otra vez.
Cuando sentí que jamás me alcanzaría y que las profundidades me alcanzaban empecé a luchar, pero grandes barreras nos separaban.
Veía sus ojos desesperados.
Me veía a mi siendo consumida por el mar.
— No...
Alzaba mis brazos hasta él, con todas mis fuerzas.
Y cuando sus brazos me rodearon y sus manos me acunaron con tanta delicadeza me desmoroné ante él soltando tantos suspiros como jamás pude.
— No me dejes...
Sentí que el aire me faltaba.
Nada de esto era real.
No era real.
No es...
Sentí una caricia en mi rostro.
Pequeñas corrientes se esparcían por todo mi cuerpo causando estragos en mi piel.
Ardía.
Tenía en mis manos una sensación cálida, una que apretaba con fuerza.
Y al abrir mis ojos de pronto una mirada tan atrayente como el océano me encontró.
Él...
¿Será que él...?
Mis mejillas se sonrojaron al sentirlo a escasos centímetros de mi rostro, sus manos en mí...
Apreté su mano y él respondió acariciando la mía.
Nos observamos por minutos sin decir nada.
Él siquiera despegaba sus ojos de los míos, yo no me atrevía a parpadear...
Y de pronto aquel calor de la noche anterior volvió a mí cuerpo. Sentía que mis latidos se intensificaban y que mi cabeza parecía zumbar.
¿Qué me estaba ocurriendo?
Y sabía que algo parecido le ocurrió a Poseidón en ese mismísimo instante, porque su mirada se oscureció de una manera abismal.
Relamí mis labios y mi respiración se aceleró hasta notarse en mi pecho agitado.
Tan solo la idea de tenerlo más cerca...
Él apretaba su mandíbula y tenía el ceño fruncido pero me veía con tanta... Intensidad.
Observé sus pupilas dilatadas y como su pecho parecía agitarse tanto como el mío.
— Poseidón...
Las palabras que pretendía decir sonaron como un gemido cargado de éxtasis que me dejó sin aire y a él sin fuerzas de voluntad.
Porque en tres segundos sus labios se unieron a los míos sin darme tregua.
La explosión de temperatura me hizo resurgir entre las cenizas de mi ardiente dolor.
Sus labios eran adictivos.
Me sostuvo con una mano la barbilla reclamándome con tanto ímpetu que mis suspiros desbordaban entre nuestros labios.
Y yo sentí que mi corazón se detuvo.
Apenas me había dado tiempo de reaccionar, así que me aferré a su mano como si de ella dependiera y la seguí apretando con fuerzas.
Su lengua recorrió mis labios y sin siquiera pensarlo probó todo de mí.
Mi cuerpo emanaba fuego, mi espalda se había arqueado ante él.
Pero si de algo estaba segura, era que sus labios emanaban la calma que necesitaba mi corazón.
Una mezcla adictiva y hechizante que me descolocó.
Me besaba sin respiro alguno, me reclamaba, me consumía con tanta pasión que me era imposible pensar.
Tan solo podía sentir lo que estaba pasando con todas mis fuerzas, sin querer que se detuviera.
Poseidón acababa de robarse mi poca cordura.
Y con una de mis manos tomé como pude su cuello, afianzando la atracción que ambos desprendíamos.
En mi mente se dibujaron tantos pensamientos...
Dejé escapar un gemido entrecortado cuando sus labios fueron deteniendo su propia euforia.
Me dio tres besos antes de rozar nuestros labios por un infinito en el que mis ojos se apretaron.
Y al abrir mis ojos jadeando descolocada, me encontré con sus ojos cerrados.
Lo vi inhalar profundamente como si pretendía guardar mi aroma en aquel momento y retener lo que fuera que estaba sintiendo.
Cuando deslicé mi mano con lentitud en la piel de su cuello exclamó su respuesta en un gruñido que erizó mi cuerpo.
Y no supe de dónde salió tanta osadía pero alcé mi rostro ante su tacto rozando nuestros labios una y otra vez.
Mi vientre parecía tomar vida, y un hambre voraz de él se agitó en mi.
Dejé escapar todo el aire y su mano suavemente soltó la mía.
No sabía qué decir o hacer, solo quería sumirme en el mar de deseo que me había enseñado su boca, pero fue entonces cuando la puerta resonó.
El momento oportuno.
Su mirada quemó al abrir sus ojos, casi tanto como para consumir el inframundo entero, pero tan rápido como se habían dilatado sus pupilas, en ese instante aquella muralla volvió a su lugar y se separó de mí tan rápido como pudo haber llegado.
Y sin siquiera darme una mirada salió de allí dejándome ardiendo en grandes llamaradas y con el corazón en la garganta.
(...)
Habían pasado dos días.
Dos días sin saber absolutamente nada de él.
Dos días en los que me había adaptado a una nueva rutina.
Me despertaba y me esperaban las sirenas...
Me arreglaban y pasaba a desayunar completamente sola y en completo silencio, e iba por toda la mañana recorriendo el inmenso lugar hasta que debía comer nuevamente y así sucesivamente.
No podía dejar de pensar en él.
En sus labios sobre los mios.
Y mis nervios aumentaban al pensar en lo que había sucedido ese día, entre los dos.
Sabía que habíamos sentido algo diferente.
Algo que pensé que no existía, al menos para mí.
Pero no le había visto desde ese instante.
Y comenzaba a pensar en mi vida, en las lagrimas acumuladas en mis ojos al pensar en mi hogar...
Extrañaba el calor humano.
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Editado: 06.11.2024