No podía explicar con palabras lo que acababa de pasar.
Lo que seguía sucediendo en este instante.
Una especie de carroza con criaturas marinas o celestiales nos llevaban a toda velocidad a lo que parecía un infinito.
Poseidón se había sentado frente a mí completamente en silencio.
Tenía su mandíbula apretada y parecía ver a través de sus pensamientos.
Mis manos temblaban, y las había escondido debajo de mis piernas como si eso pudiese calmarme.
Sentía que mi corazón latía desbocado y no podía ni pensar en lo que estaba haciendo.
¿El Olimpo?
Pensar siquiera que todo esto era posible me abría un estrago enorme en mi estómago y en mi mente, donde la ansiedad carcomía con gran empeño mi interior.
Mordí mi labio cerrando los ojos e intentando calmar mi respiración.
Pero una corriente de calor inundó mi piel, erizándola por completo.
Al abrir mis ojos dos fuentes azules me dejaron sin aire.
Poseidón me veía con una calma aterrorizante, y con un deseo desgarrador.
Dejé escapar el aire de mis labios al verle, y sus ojos no se despegaron de mí en ningún instante, incluso cuando el carruaje se detuvo y la ansiedad creció en mi interior.
Abrieron la puerta junto a nosotros y ni eso pudo sacarnos de nuestras miradas.
Pero aún así él se inclinó hacia mí antes de bajar.
— ¿Recuerdas lo que te prometí?
Tragué saliva sin poder concentrarme en sus palabras, tan solo mirando sus labios.
Cuando relamí mis labios y sus ojos me seguían estudiando, lo escuché suspirar.
— Nerea...
Su voz erizó hasta lo más mínimo y profundo de mi ser y asentí lentamente.
— No me dejarás sola en ningún momento.
Mis palabras sonaron tan bajas y roncas que no me reconocí, pero fue lo suficiente para observar sus ojos azules al momento que se oscurecieron más...
Fue entonces cuando muy a su pesar se separó y bajó dejándome soltar un gran suspiro, extendió su mano para mí y la tomé con nerviosismo.
Al momento en el que mis pies se encontraron sobre el suelo que parecía estar hecho del cristal más brillante que haya podido existir, él apretó mi mano con delicadeza.
Poseidón levantó mi rostro hacia él y con una mirada me prometió el mundo entero.
Yo solo pude pensar en lo que mis neuronas parecían dar vueltas.
«Una última noche para la eternidad»
Asentí sin decir absolutamente nada y escuché como las grandes puertas se abrían ante nosotros.
Sabía que no estaba absolutamente preparada para lo que estaba a punto de observar.
Y en lo que nuestros pasos se arrastraron hacia el gran lugar pude confirmarlo.
Había luces y hojas suspendidas en el aire, se movían lentamente y a su vez muchas personas se encontraron ante nosotros.
Miradas de todos los colores se dirigieron hacia nosotros dejándome sin aire.
Sentí frío y calor al mismo tiempo.
Pero Poseidón no se detuvo en ningún momento, ni al sentir que mi mano temblaba y que mi cuerpo parecía una gelatina.
Él apretó mi mano y siguió avanzando con la frente en alto.
El magnetismo que desprendía me hizo saber que más allá de cualquier apariencia él era poderoso y algo parecido como al temor y el respeto se desprendía en todos los demás presentes ante él.
Pero como en todas las familias, suponía que había alguien encargado de aligerar el ambiente.
— ¡Pero miren quién nos halaga con su presencia!
Una voz algo melosa y escandalosa resonó en todo el lugar.
Tenía un tono sumamente sensual, y al verla supe que cada poro de su piel desprendía peligro y atracción.
Era una mujer tan esbelta como ninguna. Tenía la proporción perfecta en cada milímetro de su piel, con un cabello envidiable lleno de bucles naturales del color más rubio y hermoso que había podido observar.
Sus ojos eran dos luceros de color rojo mezclados con un brillo que no supe describir en mis pensamientos.
— Poseidón...
Tomó su mano libre y la besó con picardía y luego al verme observándola soltó una carcajada que jamás creí escuchar.
Escuché como todos los demás presentes dejaron de observarnos y hablaban entre sí.
Su mirada me estudió y con una sonrisa llena de travesuras se acercó hasta mí.
— ¿Qué tenemos aquí?
Me recorrió de arriba a abajo y un brillo indistinguible habitó en su mirada.
— Una simple mortal no sobrevive a las puertas del Olimpo...
Poseidón se aclaró la garganta para finalmente hablar.
— Siempre es una desagradable sorpresa verte, Afrodita.
La rubia soltó un quejido como si sus palabras la hubiesen herido y después sonrió grandemente.
Esta mujer era todo menos normal.
Y algo en mi interior decía que era tan peligrosa como se mostraba.
— Lo mismo digo, querido...
Y cuando esperaba que Poseidón me presentara, continuó con su camino dejándola atrás completamente pasmada de que no recibió lo que quería.
Apenas alcancé a procesar el sinónimo de «Afrodita» con «Deseo y belleza» cuando un hombre con un aura aún más intimidante apareció frente a nosotros.
— Ares.
El hombre detuvo su mirada en mí y tomó mi mano sin permiso alguno para llevarla hacia sus labios.
— Siempre es un placer.
Solo que su voz venía acompañada de una gran tempestad, al igual que su piel llena de pequeñas cicatrices que lo hacían ver aún más atractivo.
Más allá de todas las bellezas del universo, lo que sentí por Poseidón jamás se igualaría al ver a otro de ellos.
Pero eran hermosos, sin duda alguna.
— Si nos disculpas.
Poseidón parecía malhumorado, y no sé por qué me dio la impresión de que era el hermano gruñón.
Una sonrisa se dibujó en mis labios al verlo junto a todos ellos...
A medida que caminábamos las miradas llegaban, habían susurros por todas partes, y la gente parecía sumamente curiosa...
Por mí.
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Editado: 06.11.2024