Tuve la oportunidad de crecer al lado de un abuelo muy amoroso, el cual el pasar de los años le había brindado sabiduría y lo que sabía, me lo enseñó. Muchos fueron los momentos que vivimos juntos los cuales estarán hasta la eternidad conmigo. Recuerdo muchas cosas que vivimos juntos, sus decir y aquellas frases motivacionales que de mi cabeza no se irán, un día me dijo: hermosa, dicen por ahí que los niños tienen ojos especiales, así que no te preocupes, crecerás y vivirás aquella realidad que has deseado.
Desde que tengo memoria he visto siluetas en mi cuarto, a veces me tocan, prenden las luces o me jalan las sábanas. Por alguna extraña razón cada vez que estaba con mi abuelo todo lo malo pasaba, me sentía protegida en sus brazos, sentía paz. Aquel calor que enmanaba de su cuerpo en las noches que tenía frío, un calor tan reconfortante que me daba con cada abrazo, con cada beso, me acostumbré tanto a ese calor que cuando sentí en un trece de abril el frío de su mano, se quebró mi alma, lo extraño.
Desde ese día la relación con mi mamá se volvió aún más distante, yo no quería salir de mi cuarto para nada y ella tampoco hacía nada, supuse que entendía que quería estar sola pero...era cuando más necesitaba a alguien. A pesar que mi mamá siempre está presente cuando necesitaba algo, en mi colegio o cuando estaba enferma, no ha estado en mis batallas emocionales, aquellas noches oscuras que me dan miedo, donde me quedo completamente sola y que para dormir bien, debo tomar pastillas, y ella solo está para decirme que no debo excederme de la dosis, que si estoy sola es por su trabajo y que los fantasmas no existen.
Ya estoy en último año de preparatoria y espero que las crisis emocionales no se presenten aunque es algo casi imposible, el año pasado casi me tiro de un segundo piso por ver a una mujer que aparecía todas las noches en mi cuarto tocando un violín justo a las 2:59am, comenzaba a cantar y cuando llegaba a la parte de la canción que decía:
"Debiste morir,
Ahora presa estás
Si quieres salir
Suicidate ya.
Tú vas a sufrir
Tú vas a llorar
Aún estando a salvo
Tu alma se llevarán".
La melodía entraba en mi cabeza, daba vueltas y vueltas sin parar hasta que llegaba esa necesidad de querer hacerme daño, a veces me rasguñaba sola, me daba golpes con objetos hasta que llego ese día. Antes de tirarme vi un pequeño destello de luz y un calor que se me hacía tan conocido el cual se apoderó de mí, comencé a llorar hasta que sentí a alguien detrás de mí que me cargó, perdí la noción de todo y me desperté en la enfermería.
"Las personas grandes son grandes porque pasan obstáculos grandes". Todos los días al despertar me recuerdo esa frase, me la dijo mi abuelo antes de morir y es como mi impulso para afrontar todo lo que me impide seguir.
Me tenía que ir a dormir, justo mañana entraba a clases y siempre he tenido cierta dificultad para levantarme por las mañanas. Insomnio. Me metí dentro de las sábanas e imaginé que mi abuelo me estaba dando las buenas noches, es una forma que utilizo para dormir un poco más tranquila aunque siempre lo peor estaba por comenzar.
No recuerdo a qué hora me dormí, solo sé que una presión en mi pecho me hizo despertar. Me levanté de golpe y me senté en la cama con mi corazón latiendo muy rápido, en cuestión de segundos un dolor de cabeza me invadía, reprimiendome pensar con claridad. Aún con la molestia alcé mi cabeza y al frente de mí estaba una silueta, posaba casi a tres metros de distancia y tenía su cabeza inclinada hacia un lado, esa silueta ha aparecido desde que tengo memoria, nunca me ha hecho nada malo, solo está ahí, observandome pero en esta ocasión la silueta extendió su mano y me señaló, me comenzó a faltar el aire y poco a poco todo se iba poniendo oscuro.
—Lía...¿Co...estas? Podía escuchar la voz de alguien intentando preguntar algo, quizás un "¿Cómo estás?" ¿Dónde carajos estaba? Abrí mis ojos y el panorama que podía apreciar era la habitación de un hospital.
—¿Qué hago aquí? —pregunto.
—Tú madre te encontró desmayada en la cama, al ver que no reaccionabas se preocupó y llamó a una ambulancia.
—¿Cómo está doctor? —pregunta mi mamá.
—Está muy bien, espere a que se repose un poco más y se la podrá llevar. Mi madre asienta con la cabeza y le sonríe al doctor, lo acompaña hasta la puerta, le da las gracias y vuelve hacia mí.
—Te dije que no te pasaras de la dosis.
—No he bebido pastillas —respondo.
—¿Entonces esto por qué fue? ¿No comiste bien? ¿Anemia?
—¿Anemia? ¿De qué estás hablando? Y además, no sé porqué preguntas porque si te digo la verdad, no vas a creerme.
—Lía Aleya —dijo seria—, ya vas para dieciocho años así que te pido por favor que te comportes como una chica de esa edad y dejes de molestar con esos temas de los fantasmas.
—Me hubiese gustado que fuera mi abuelo el que estuviese aquí —susurré.
—Ya lo sabes. Asentí con la cabeza.