Me desperté encerrada en un lugar oscuro, no podía ver absolutamente nada y lo único que podía apreciar era ese olor, ese raro olor dulce el cual se iba ensuciando con algo, hasta que me acordé. La chica me había dicho que tenía que morir y lo único que pude ver fue cuando el polen, de lo que pudieron ser los pétalos de rosas, entraron por mi rariz y quedé inconsciente.
Quise moverme pero el dolor que sentía en mi cuerpo era insoportable, sentía como si tuviese enterrado clavos por doquier, de pronto, una puerta se abrió y entró aquella mujer, pero no venía sola, venían con ella unos hombrecillos los cuales tenían una capucha negra puesta. Los pequeños hombres se acercaron a mí y me levantaron, me dirigieron hacia la mujer.
-Mirate nada más, tan indefensa, tan débil -dijo mientras sostenía mi barbilla-. Me das lástima. Me empuja la barbilla hacia un lado. Sin saber porqué, cada toque que ella me daba parecían espinas clavadas en la piel. Al estar en la luz miré mis manos y estas tenían clavadas rosas negras al igual que mis pies, también podía ver las heridas purulentas que estaban esparcidas en mi cuerpo y como mi ropa estaba rasgada ¿hasta donde puede llegar la maldad?
La mujer me tomó por el cabello y me arrastró hasta un pequeño monte donde había una piedra redonda. Me dejó ahí tirada mientras mandaba a sus hombres que rodearan la piedra con un lenguaje de señas. Ella se fue por un momento, entró al interior de un árbol sin decir nada.
—Por favor, ayúdenme —susurraba. No tenía fuerzas ni siquiera para hablar. La mujer salió, vestía totalmente diferente, tenía una corona de espinas con rosas negras, una capa que cubría todo su cuerpo y tenía la daga en sus manos.
—¡Morietur! —gritó. Todos sus hombres comenzaron a repetir al unísono, extendieron sus manos y fuego de color negro comenzó a brotar de ellas. —A sacrificium pro me. Nova virtute. Novum Regina quod...
—¿Divirtiéndote, Astartea? —interrumpió una voz. Miré hacia arriba y había alguien en una rama del árbol, lo único que pude identificar fue su ropa negra y su cabellera larga, la cual se movía al compás del viento.
—Esto no te incumbe, Abbadon.
—Recibí muchas quejas, al parecer tus gritos se escuchan hasta la montaña de las pesadillas.
—Desaparece de mi vista —dice Astartea.
—Solo te recuerdo que tienes a la favorita, estás en el infierno y...Astaroth está cerca. Después de decir esas palabras de su cuerpo salieron alas, voló por encima de nosotros y se fue. Astartea, por otro lado, hizo una señal con las manos y todos rompieron el orden que tenían, nuevamente pétalos de rosas negras comenzaron a aparecer y me tiró un puñado de estas.
Desperté nuevamente pero esta vez estaba en lo que se le conocía a un bosque, árboles frondosos, verdes, se movían al compás del viento, los cuales estaban perfectamente resaltados con el cielo escarlata.
—Aquí no podré realizar bien el ritual, es un asco —dice Astartea —. Necesito alimentarme, necesito sus almas. Todo iba bien, maldito. ¡MAlDITO! Gira bruscamente a mí y comienza a pegarme en la cara, nuevamente el dolor era insoportable. Si era para torturarme prefería que me matara rápido, me haría un gran favor, terminaría con una vida a la que llamo miserable, al menos descansaria de tanto.
Solo cerré mis ojos y dejé que siguiera, quizá los golpes serían los que acabarían con mi vida, sonreí, mi abuelo se vino a mi mente y me sentía feliz porque al parecer sería el día donde estaremos juntos otra vez.
—¿Sabes? Cuando yo voy a matar a alguien lo hago de una vez.
—Astaroth...
—Cuanto tiempo, Astartea, estás menos horrible que de costumbre.
—Si te acercas la mato —dice Astartea. Se colocó detrás de mí y agarró mi cabeza, no podía ver casi nada, me dolía toda la cara, mis ojos ardían pero moría de ganas de ver a la sombra, aquella sombra que siempre ha estado conmigo y que me ha sacado de situaciones de apuro.
—Hazlo —dijo Astaroth —. Sabes que no te serviría de nada. Astartea no respondió ¿acaso tenía razón?
—Al menos el mundo quedaría con una vida miserable menos. Antes que Astartea rompiera mi cuello se apoderó de mí una fragancia a rosas, rosas con vainilla, aquel olor era tan placentero que sólo quería seguir inhalando más y más, abrí mis ojos por un momento, veía borroso pero aun así vi que alguien estaba arriba de mí. Por el ardor cerré mis ojos nuevamente y una vez que Astartea me soltó, mi cuerpo cayó de lado y solo podía escuchar a los dos seres forzando.
—Para no tener la rosa estás casi a mi nivel —dice Astartea.
—Te equivocas, estoy en un nivel más alto que tú. Astartea lanzó un grito desagradable, un grito que estuvo lleno de dolor —¿por qué? —retoma Astaroth —, porque a pesar que no tengo la rosa he ido a la tierra y sin mi cuerpo he matado, ah y claro, sin tocarlos. Nuevamente Astartea lanzó otro grito y esta vez pude escuchar como si algo se desencajara, cuando a alguien se le desacomoda un hueso, ese era el sonido que podía asimilar —¿por qué? —dice nuevamente —, porque a pesar de no tener mi rosa te voy a matar.
—No, no, pietate.
—¿Por qué sería gentil contigo? Recuerda, somos demonios. Volví a escuchar el grito de Astartea, giré mi cuerpo con las pocas fuerzas que tenía y esta vez pude ver a los dos seres, estaban diagonal a mí pero aún así observaba que Astaroth estaba encima de Astartea, ella tenía sus brazos extendidos mientras miraba a Astaroth con temor, un temor que transmitía pero él por su parte, no tenía ni un poco de sensibilidad con la situación, agarró algo y comenzó a apuñalarla, lo hizo unas tres veces por el pecho y la cuarta fue en su frente.