Yo no sabía que más hacer, Henry estaba mensajeando con alguien mientras que, Antón, su padre se quedaba mirando el jardín durante horas.
Aquel jardín tan bien cuidado, el que él mismo cuidaba, le hacía recordar mucho a su esposa, es lo único que le quedaba aún con vida, además de su hijo. No hacía falta saber que la extrañaba a más no poder... pero ella ya no estaba más, no en este plano.
Aunque Antón decidió no estar en ningún bando, sé que aún le queda un poco de corazón, uno roto pero uno en fin.
Me senté a su lado, y miré el jardín también.
— Sabes, no siempre fui así. Yo era feliz en algún tiempo.
Habló. Al instante me sobresalté y lo miré. No esperé eso, pensé que no tenía ningún don, realmente me sorprendió.
— ¿Puedes verme? —El me miraba de reojo, como si ya estuviese acostumbrado.
— Solo cuando estoy sobrio. —rió— ¿Y tu? Que haces aquí.
Yo aún no podía asimilar nada, es la primera vez que hablo con alguien humano después de tanto tiempo, eramos todos iguales, pero en mi mente aún había esa gran diferencia. Somos humanos, somos ángeles o somos demonios.
Ahora soy un Ángel.
— Solo pasaba —comenté sin decir nada, no me inspiraba demaciada confianza, no lo conocía.
— Bueno, no se si se entendió el mensaje, pero yo no quiero ningún ángel guardián en mi vida—comentó tranquilo, en ningún momento mostró otro sentimiento. Parecía ser de piedra—...El único que tenía se ha ido. Así que tu y tu dios se pueden ir al carajo.
Sabía que no estaba hablando del ángel que luchó con muchos demonios para salvarlo, hablaba de alguien especial para él, indudablemente se refería a su esposa.
— Lo siento, pero ni siquiera tiene el derecho de hablar así de mi Dios ni de mi.—comenté un poco ofendida— Realmente lo siento, pero todo ese odio no hará regresar a su esposa.
Estoy segura que se me fue de las manos lo que dije, no tenía mucho filtro, era mi defecto.
Lo lastimé, lo sé y ahora la culpa carcome mi conciencia. Su cara se descompuso, y las lagrimas cayeron de su rostro marcado por los años.
Entonces tomó un trago de whisky, luego otro y otro.
— Perdón... Yo solo... —dije arrepentida, pero el no me escuchó, ya no podía verme, se había perdido en el alcohol y sus penas.
Y era mi culpa.
Entonces me fui de allí no podía hacer nada, nuevamente tenía que hablar mucho más de lo necesario. Era así desde pequeña, usaba sus debilidades para hacerlos aún más débiles. Y eso me lastimaba a mi.
— Siempre que abro mi boca alguien sale lastimado, por qué dios, por qué.
Suspiré, sabiendo que no habría ninguna respuesta. ¡Ni siquiera era una pregunta!
— A ver Henry que haremos hoy...—rodé los ojos, quería cambiar el tema—...Que nueva hazaña harás, niño.
Hablé sola.
Era el segundo día que estaba con el y se la pasaba con el aparato electrónico todo el día, respetaba un poco la privacidad, así que no sabía con quien hablaba. Seguramente era con alguno de sus amigos o alguna chica.
— ¡Henry! Van aquí... —lo llamó su padre con su voz carraspera— No me hagas subir, niño.
Bajé primero, mientras que mi protegido se ponía sus calzados. Antón se sentó en su sillón, con algunas cervezas en el suelo.
Escuché los pasos tranquilos de Henry bajar por las escaleras. Yo estaba un poco nerviosa ¿Le diría que a su lado tiene un ángel guardián? Seria realmente peligroso, nunca es bueno decir que lo eres, además podrían hablar de más y habrían problemas. Como que un demonio negocie la vida de tu protegido o tu alma, o quizás quiera entrar al cielo para revolucionarlo de la forma más cruel.
Nunca pasó pero las bocas hablan.
— Necesito que te vayas, hoy vendrán algunas putas a casa —comentó lo más normal y grosero del mundo— Y quiero la casa sola.
¿Como podía hablar así de una mujer? Después de haber llorado la muerte de una.
Henry no dijo nada, se fue por su mochila, ropa y algunas cosas más. Con cara desagradable se marchó de su casa dando un portazo.
Ahora él tendría que pensar en donde pasar la noche. Un recuerdo vino a mi mente, estaba sola y tenía 17 años de edad, vivía con uno parientes lejanos y era de llegar a casa muy tarde. Una vez, ellos cansados de mi y mi actitud, sacaron las cosas mías fuera de su casa y, tristemente, a mi también. No los volví a ver desde ese día.
— Hola ¿Fer?... —llamó a su amigo, no se notaba a través del teléfono, pero estaba apenado— Si... ¿Estás hoy?
Caminaba por el atardecer con su mochila, estábamos solos con un clima bastante fresco y sin un lugar cómodo para ir.