¡ni lo sueñes!

Capitulo 1 parte 2

Dos días después el humor de Rubén era pésimo. Cada vez que aparecía una 
enfermera para cogerle una vía, revisarle algún gotero o darle alguna 
medicación, protestaba. Todas las que al principio se habían peleado por 
atenderle, y a no querían ni acercarse a su planta. Era tal su grado de intolerancia 
que comenzaron a pensar que el simpático jugador español del Inter de Milán se 
había vuelto loco. 
Por la tarde, cuando llegó Jandro, intentó hablar con él. Si el mexicano no 
conseguía hacerle sonreír, no lo haría nadie. Y sí, Jandro lo consiguió. Cuando 
entró una joven rubia en la habitación, Jandro dijo en español. 
—Mira, colega… una linda italiana viene a visitarte. 
Rubén miró a la joven de arriba abajo: rubia, con una coleta algo 
deshilachada y unas horribles botas militares. Sorprendido por el comentario de 
su amigo sonrió con desgana. 
—Colega, tu gusto por el sexo opuesto va de mal en peor. 
Jandro miró a la joven que seguía sonriendo, sin inmutarse por aquel 
despectivo comentario. Dedujo que ella no se había enterado de nada y suspiró. 
De repente, sonó el móvil de Rubén, que contestó contento al comprobar que se 
trataba de una de sus chicas. Habló con ella unos segundos y cuando colgó, 
comentó: 
—Estefanía te manda recuerdos. 
—¡Wooo me alegra saberlo! —se mofó Jandro—. ¿Está en Italia? 
—No, dice que ha leído la noticia de mi lesión en un periódico portugués. 
Cuando haga escala aquí ha prometido visitarme. Y y a sabes lo que quiere decir 
eso… 
—Que suertudo eres, amigo. ¡Menuda potra! 
Siguieron con la guasa cuando Rubén reparó de repente en que la muchacha 
continuaba allí ley endo el informe de su fractura, y cuchicheó: 
—¿Tú has visto el enorme trasero que se le ve con esa bata blanca? Y eso por 
no hablar de… ¿pero dónde se ha dejado esta mujer los pechos? 
—Rubén… calla… —le recriminó Jandro. Estaba exagerando. 
En ocasiones ambos eran mordaces con las mujeres y esta estaba siendo una 
de esas veces. Por su condición de futbolistas famosos, las nenas más 
impresionantes de la Tierra se tiraban a sus brazos y ellos solo tenían que elegir. 
Esa era una de las cosas que más le gustaban de la fama, frente a otras no eran 
tan de su agrado. 
—Pero si no se entera de nada —se mofó Rubén tocándose su apreciada 
melena—. ¿No lo ves? ¿Verdad que no, bella? 
Al escuchar aquel calificativo tan italiano, la joven le miró y sonrió con 
coquetería. Divertido por aquello, Rubén prosiguió: —Mira, colega, a excepción de dos bombones morenos que tengo localizados 
y de los que ya he conseguido el teléfono, en este hospital están las tías más feas 
y asexuales que he visto en mi vida. 
Jandro se carcajeó, mientras la enfermera continuaba observando la pierna 
de su amigo y apuntaba algo en una tablet. 
—Sinceramente Jandro… esta no es de las más feas, pero deja mucho que 
desear. ¿Te acuerdas de cuando te lesionaste en Francia? Oh là là… allí sí que 
eran guapas las chicas. 
—Oh, sí… —evocó Jandro—. ¿Recuerdas a Guillermine? 
—Oh, sí. Grandes pechos. Culo respingón. 
—Y ardiente… —suspiró Jandro. 
—Una diosa en la cama y fuera de ella. Así me gustan las mujeres: 
arregladas, femeninas, bellas, explosivas… No como esta pobrecita… ¿Has visto 
que pelos lleva? —Jandro asintió. Esa mujer con su coleta mal cogida en lo alto 
de la cabeza no era nada de lo que su amigo decía—. Y ya no hablo de que va 
con botas horrorosas, antimorbo. 
La joven seguía a lo suyo mientras ellos despotricaban sin parar sobre su 
apariencia, hasta que Jandro cuchicheó: 
—Todo lo que tú digas, pero esta tiene un trasero perfecto para darle un buen 
azote. 
—Un trasero bien gordo, dirás —se mofó Rubén mirando a la joven que 
seguía sin inmutarse—. ¿Qué crees que dirá si le doy un azote? 
—Nada: eres Rubén Ramos, « el toro español» , el conquistador y caramelito 
del Inter de Milán. Si se lo das con dulzura le gustara y te dará su número de 
teléfono. 
—Dios me libre ¡espero que no! 
Se cachondearon y Rubén miró con picardía el trasero de la enfermera. Lo 
iba a hacer, iba a darle un azote, pero cuando levantó la mano con disimulo 
escuchó. 
—¡Ni lo sueñes! 
Rubén dejó la mano sobre la cama y la joven de bata blanca con una amplia 
sonrisa le miró y añadió en perfecto español: 
—Si se te ocurre tocarme, te voy a dar tal tortazo que vas a aprovechar de él 
hasta el ruido, ¿entendido? 
Los dos jugadores, sorprendidos, intercambiaron una mirada que ponía en 
evidencia que la habían cagado, les habían pillado en un renuncio. Ella, sin 
embargo, no dejó de sonreír en ningún momento y continuó: 
—Si tocas mi gordo trasero sin permiso, cuando toque tu dolorida tibia, con 
permiso, seguro que no lo voy a hacer con mucha dulzura, porque a mí, ni los 
toros españoles, ni los caramelitos como tú, me impresionan, ¿entendido, señor 
Rubén Ramos? 

Aquella mujer hablaba perfectamente español y les había estado entendiendo 
en todo momento. Sin más, se dio la vuelta y se marchó. Cuando se quedaron 
solos, se partieron el pecho, mientras Jandro, sin parar de reír, dijo: 
—¡Qué bueno, güey ! 
Divertidos, continuaron riendo mientras recordaban una y otra vez lo 
ocurrido.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.