Ni Tan Perra, Ni Tan Santa

Capítulo quince:

Llorar viene en el contrato de la vida.

 

Mi madre finalmente se había atrevido a aparecer ante mi luego de lo sucedido entre mi padre y ella. Transcurrieron alrededor de cinco años que no la he visto en persona, solo a través de video llamadas en las que pese a ver su rostro, por muy loco que suene, se me había olvidado realmente como era.

Eleane era hermosa, pero por más que he tratado de buscar algún parecido entre las dos no he dado con ninguno. Ella es todo lo contrario a mi, piel trigueña; facciones extremadamente delicadas; cabellera y ojos realmente oscuros; cuerpo más proporcionado que el mio y de estatura solo un poco más alta de la promedio. Además, demasiado seria para mi gusto.

Cualquier persona que nos mire jamás se le cruzaría por la cabeza que somos madre e hija y si no fuera porque me parezco a mi tía me hubiera dado por pensar que era adoptada. Recuerdo que cuando salíamos con Ellen todos creían que era hija de ella y no de Eleane. 

— Estás hermosa. — me sorprendo por lo dicho.

Mi madre nunca fue extremadamente amorosa sino alguien de semblante fuerte y serio, por eso cuando se inclina hacia adelante con el fin de depositar su mano en una de mis mejillas su movimiento me toma desprevenida, obteniendo como primera reacción que logre echarme para atrás. Sí, no era una extraña la que tenía ante mi, pero ya que han pasado largos años sin verla y al no estar acostumbrada a tantas muestras de afecto de su parte se sentía inclusive más lejana que una desconocida.

Apenas ingresé al lugar y la vi esperándome en una mesa, aunque me mostré segura en mi caminar al dirigirme a ella, toda muestra de valentía se esfumó cuando llegué y sin aviso alguno me abrazó, sorprendiéndome y casi logrando derribar mis barreras por completo. 

No sé qué decirle y si de por sí ya me sentía incómoda, que me mire tan detenidamente hasta logra crisparme los nervios. Dios, es increíble que no sepa cómo reaccionar ante mi propia madre. Con decirles que he estado debatiéndome en si llamarla de esa forma o sencillamente Eleane, hasta ahora no he dado con una respuesta.  

— Has crecido.

Evito no contestarle de mala manera, pues ciertamente en mi cabeza le pregunté que si pensaba me quedaría enana toda la vida y que obviamente debía crecer. Opto por dejar que me observe todo lo que quiera y en cambio me pongo a visualizar cada detalle del excéntrico restaurante en el cual nos encontrábamos y que pertenecía nada más y nada menos que a su nuevo esposo.

El lugar es realmente elegante y tiene bien merecido las cinco estrellas que se le otorgaron. Las tonalidades entre caoba oscuro de sus paredes y sofás— porque sí, a un lado de la mesa se hallaban sofás y al otro sillas—, así como el color champagne de las lámparas y manteles, le daban ese toque de glamour a un lugar de renombre como este. 

En una de sus esquinas, teniendo en cuenta que también venían niños que pueden fácilmente aburrirse en lugares como estos, decidieron incorporar un enorme acuario donde se veían nadando pequeños peces, mantarrayas y desde donde me encontraba podía visualizar los tentáculos de un pulpo pegado a los vidrios. Para los niños ese parece el atractivo más sobresaliente dado que miran con asombro lo que hay dentro. De solo pensar que esos mismos peces y octópodos que crían pueden ser de pronto los que sirven en sus platos me produce lástima.

Y he de estar realmente ciega para no haberme dado cuenta que uno de los niños parados frente al acuario es Mason Samuels; parece decirle algo a los demás niños mientras mueve uno de sus indices de un lado a otro. Me pregunto qué le estará diciendo, pero conociendo a ese pequeño rufián lo más seguro es que le esté pidiendo dinero a los otros niños por dejarlos ver los peces y estoy en lo cierto cuando algunos sacan billetes de sus bolsillos y se los dan; como consiguió su propósito se va directo hacia la mesa frente al acuario donde se encuentra su familia, solo falta Evan porque hasta la loca de Hannah conversa con sus padres mientras Mason ahora parece querer llamar su atención subiéndose a sus piernas.

Sin embargo, no es por el decorado ni por la enorme pecera que destacaba el lugar sino por su exquisita y afrodisíaca comida.  

Vuelvo mi vista a la mujer que creo pondrá mi mundo patas arriba, porque pese a que mi madre se muestre cariñosa también se ha creído con el derecho de criticar mi vida. Sí, muy madre mía y todo, pero ella no puede esperar a que en casi cinco años nada haya cambiado y yo sea la misma de siempre, esa que le hacía caso y se iba a cambiar de ropa cuando ella aseguraba estaba indecente para asistir a alguna parte. Eso fue lo que hizo hoy apenas dejó de abrazarme cuando llegué: decirme que mi atuendo era vulgar para una ocasión que ameritaba hasta un vestido de gala. Ni que fuera a recibir un Oscar.



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En el texto hay: juventud, desamor, amor

Editado: 05.07.2019

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