Niñera de un maníaco

17. Caliente-frío

El gran complejo de edificios de las afueras parecía más un campus estudiantil que una residencia de ancianos. Acogedores arbustos de hoja perenne, bonitos callejones con bancos y gnomos.

Pero cuanto más se acercaban Yulia y Yegor a la entrada principal, más se percibía la atmósfera de aquel lugar. La soledad, la amargura y la tristeza se ocultaban tras la bonita fachada. Todo era moralmente presionante, incluso más que la prisión. ¿Quizás porque existe la posibilidad de salir de la cárcel al menos un día?

En la recepción, Yegor se presentó como "sobrino y esposa" de Yelena Reznichenko. Resultó que éste era el nombre de la antigua niñera de los Kovalsky. En pocos minutos, ya estaban ante la pesada puerta con una pequeña ventana de cristal. La habitación de la mujer era individual, lo que hablaba del estatus especial de su ocupante.

Cerca de la ventana que daba a la calle, había una mujer sentada en una gran silla de ruedas moderna. Tras llamar suavemente a la puerta, nos permitió entrar y dio la vuelta a la silla de ruedas.

A pesar de su edad, sus heridas y la plenitud inherente a las personas inmóviles, el rostro de la mujer se asemejaba a las pinturas de los artistas medievales. Sus grandes ojos almendrados brillaban con calidez y una especie de paz interior. Una nariz fina y aristocrática, líneas claras en los labios, una frente alta enmarcada por delicados rizos grises... Incluso ahora podría servir para pintar cuadros, pero ¿hasta qué punto era bella en su juventud?

- "Buenas tardes", se apresuró Yegor a ponerse manos a la obra. "Te hemos traído fruta", Yulia se percató sólo ahora de que sostenía una gran bolsa en las manos de su "amiga en desgracia", "y chocolate para la merienda, y también té".

- Yurka, ¿eres tú?" La mujer giró el carrito hacia Yegor y lo atravesó con la mirada. "¡No puede ver!", se dio cuenta Yulia con horror.

- "No, Elena Alekseevna, me llamo Yegor", el chico no se atrevió a aprovecharse de la situación.

- ¿Yegor? ¿Nadezhda Yegorka? ¿Y quién está contigo, has traído a tu prometida?", la mujer sonrió tan feliz y sinceramente que Yulia no pudo evitar apretar con fuerza la mano de Yegor.

- "Sí, Yegor me ha traído para que te conozca.

- Me alegro mucho. Me preguntaba si esperaría a que Yegor se casara o no. Sentaos, niños, hablemos, que esto es muy aburrido.

Yegor se sentó obedientemente en una silla del rincón, mirando confundido a Yulia.

- ¿Dónde trabaja tu prometida, qué hace?

- "Soy niñera, como tú...", empezó Yulia con cautela. Por suerte, Yegor se puso las pilas y la apoyó.

- "Elena Alekseevna, en realidad he venido aquí por una razón... No quiero que Yu... No quiero que Natalia trabaje como mi niñera. Tengo miedo de dejarla ir sola a las casas de otras personas. Vine aquí para decirle que no.

Era un paso arriesgado y cruel, pero Yegor y Yulia comprendieron que, al hacerlo, podrían averiguar al menos algo que salvara vidas. Así que el riesgo estaba justificado.

Elena guardó silencio. Sus ojos perdieron por un momento aquella luz tranquila, y en ellos se encendió algo completamente distinto.

- Yegorik, no me permiten hablar de esto. Me lo han prohibido. Pero tú eres mi familia, ¿cómo puedo callarme? Natalka no debe ir a casas ricas, de hombres y mujeres que se bañan en lujos, y menos con ellos. No le harán ningún bien...

- ¿Por qué?

- Mírame, niña. No siempre fui así. Yo era joven, como una cabra saltando. Tengo todo conmigo, crié a mi hijo sola. Cuando era pequeño, trabajaba donde me dejaban llevármelo. Luego creció, fue a la guardería y a la escuela, y yo estaba con hijos ajenos de la mañana a la noche. Y entonces, ¿ves lo que me pasó? Me quedé lisiado, no puedo andar, apenas veo.

- ¿Qué pasó? "Yegor no me lo dijo, quería que lo supiera por ti" Yulia miró a Yegor a los ojos. Esperaba ver condena, pero en su lugar vio sorpresa.

- "Querida, mi enfermedad se llama estupidez. Yo era ingenua, creía a la gente. Pero no se puede. No puedes, querida, confiar ciegamente en la gente. Especialmente en la gente rica. Ellos me lisiaron y me dejaron morir. Si no fuera por Sasha, mi hijo adoptivo, habría muerto. Llamó a una ambulancia y se sentó a mi lado llorando como un cachorro hasta que llegaron los médicos. Petro, nuestro jardinero, me trajo del liceo justo en ese momento. Lo trajo y enseguida llegó la ambulancia al patio. Y cuando me vio en el suelo y a Sasha, que estaba cubierto de sangre, empezó a pegarle. Pensé que había sido él quien me había empujado... A duras penas conseguimos separar a los chicos. Y me llevaron al hospital. Pero era demasiado tarde...

- "Siento haber tenido que contarte esto", Yulia se acercó mucho y cogió suavemente la mano de la mujer.

- "No lo he olvidado, querida. Recuerdo cada momento de aquel desafortunado día como si fuera ayer. Mi vida acabó allí, ¿cómo puedo olvidarlo?

- ¿Fue un accidente? ¿Te caíste por accidente?", preguntó Yegor en voz baja.

- Yegor, ¿estás bien? Corrí allí cientos de veces todos los días, y con Sasha en brazos, con comida y juguetes. No era ningún vago para caerme...

La sala estaba tan silenciosa que se oían las burbujas que estallaban en el vaso de agua mineral que había sobre la mesa.




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