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La tormenta se desató de repente. No había señales de mal tiempo en el cielo esa mañana, pero cuando el viento comenzó a aullar y las primeras gotas de lluvia cayeron, supe que no era un simple aguacero. Era una tormenta de verdad, con truenos que retumbaban como si la tierra misma estuviera protestando.
Me encontraba en el granero, tratando de organizar unos papeles cuando la lluvia comenzó a golpear con fuerza las ventanas. Miré a mi alrededor, pensando en cómo la granja se vería más hermosa después de la tormenta, con el aire limpio y el verde aún más vibrante. Mientras trabajaba, no pude evitar pensar en Valeria, en su frialdad inicial y en cómo, poco a poco, había comenzado a cambiar. No podía negar que me intrigaba, pero también había una parte de mí que no estaba dispuesto a dejarse llevar tan fácilmente.
De repente, el sonido de un trueno estremeció el granero. La puerta se abrió de golpe y Valeria, empapada y temblando, apareció en el umbral. El viento había arrastrado la lluvia hasta ella, empapando su cabello y su ropa. Me acerqué rápidamente para ayudarla, mientras la lluvia seguía azotando la granja como una cortina de agua.
—¿Valeria? —dije, un poco sorprendido al verla en ese estado—. ¿Estás bien?
Ella asintió, aunque sus labios estaban tan azules como el cielo tormentoso fuera del granero.
—Me perdí un poco en la tormenta —admitió con una sonrisa nerviosa—. No esperaba que fuera tan intensa.
La vi temblar y supe que tenía que actuar. La tomé de los hombros, guiándola hacia una esquina del granero donde había una manta y una pequeña estufa que usábamos para calentar la zona en las noches frías. Me quité mi chaqueta y se la ofrecí.
—Aquí, póntela —le dije, tratando de sonar lo más casual posible, aunque mi corazón estaba acelerado—. Necesitas calentarte.
Mientras se envolvía en la chaqueta, nuestras miradas se encontraron. Había algo en esos ojos azules que me hacía sentir un tirón en el pecho, algo que no podía ignorar. Ella estaba a punto de hablar, pero un trueno más fuerte que el anterior hizo que se acercara un poco más a mí, buscando un refugio en la calidez de mi presencia.
Nos quedamos en silencio por un momento, escuchando el retumbar de la tormenta. La atmósfera en el granero se cargó de una tensión palpable, como si la tormenta no solo estuviera afuera, sino también dentro de nosotros. Sentía que mis pensamientos se mezclaban con el sonido de la lluvia, y el espacio reducido del granero nos hacía conscientes de nuestra cercanía.
—Gracias por ayudarme —dijo Valeria finalmente, su voz temblando ligeramente.
—No es nada —respondí, mi voz más baja de lo habitual—. Me alegra que hayas entrado antes de que te mojaras completamente.
Nos miramos de nuevo, y por un momento, la tormenta afuera pareció desvanecerse. En su lugar, había un silencio denso, lleno de una intimidad inesperada. No pude evitar notar cómo sus labios se movían ligeramente, y cómo sus ojos se mantenían en los míos, buscando algo que no podía definir.
Con un impulso que no pude controlar, me acerqué un poco más. La distancia entre nosotros se redujo, y pude sentir su respiración mezclándose con la mía. El calor de la estufa parecía ser nada comparado con el calor que comenzaba a aumentar entre nosotros. Sentí que algo se movía dentro de mí, una mezcla de deseo y curiosidad que no podía ignorar.
—Valeria… —empecé a decir, pero no encontré las palabras adecuadas. Mi mente estaba en blanco, solo concentrada en el instante que compartíamos.
Ella se acercó aún más, sus ojos fijos en los míos. La distancia entre nuestros cuerpos era tan mínima que podía sentir el latido de su corazón, igual que el mío, acelerándose con cada segundo que pasaba.
Finalmente, nos inclinamos hacia el otro, nuestras bocas encontrándose en un beso suave pero cargado de una tensión que había estado construyéndose durante semanas. El beso fue un momento en el que el mundo exterior dejó de existir, en el que solo estábamos nosotros y la tormenta que rugía fuera. El sabor de su labios era embriagador, y el contacto de su piel contra la mía encendió una chispa que parecía iluminar todo lo que nos rodeaba.
Nos separamos lentamente, nuestros rostros aún tan cerca que podía sentir su aliento en mi piel. Ella me miraba con una mezcla de sorpresa y anhelo, y yo sabía que, en ese momento, las cosas habían cambiado irrevocablemente.
—Mateo… —dijo en un susurro, su voz llena de emociones que no podía identificar claramente.
—Valeria —respondí, mi voz temblando ligeramente—. Esto… esto ha cambiado todo.
Ambos sabíamos que lo que acababa de suceder entre nosotros no era solo un simple beso, sino el comienzo de algo mucho más profundo y complicado. La tormenta seguía rugiendo afuera, pero dentro del granero, el verdadero torbellino era la confusión y la promesa de lo que vendría.
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Editado: 31.08.2024