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La granja, que antes había sido mi refugio, ahora me parecía un lugar lleno de recuerdos dolorosos. La decisión de irme no fue fácil; sentía que estaba huyendo, pero no podía quedarme más tiempo. Mi corazón estaba hecho trizas después de la confrontación con Mateo. La culpa me abrumaba, y la tristeza era una sombra constante en mi vida. Las palabras de Mateo seguían resonando en mi mente, doliendo más de lo que había imaginado.
Las primeras luces del alba apenas iluminaban el campo cuando me levanté. Tomé una última mirada a la habitación en la que había pasado tantas noches y, con un suspiro, comencé a empacar mis cosas. El equipaje se llenaba lentamente con las pocas pertenencias que había traído, cada artículo cargado de recuerdos de los momentos buenos y malos.
Mientras guardaba una de las últimas cosas, escuché un suave golpeteo en la puerta. Al abrir, vi a Tomás y Sebastián, los gemelos que me habían hecho reír y me habían enseñado a ver el mundo con otros ojos. Sus ojos estaban llenos de preocupación, y sus pequeños rostros reflejaban una tristeza que se unía a la mía.
—¿Tía Valeria, ya te vas? —preguntó Tomás con una voz pequeña y temblorosa—. ¿Por qué?
Tragué saliva, tratando de mantener la compostura mientras sentía una oleada de dolor en mi pecho. No podía soportar ver la tristeza en sus ojos. Había sido un desafío lidiar con ellos, pero también habían traído una luz inesperada a mi vida.
—Sí, chicos —dije, mi voz quebrándose—. Tengo que irme. No puedo quedarme más tiempo.
Sebastián frunció el ceño, sus pequeños brazos cruzados sobre el pecho. La frustración era evidente en su expresión.
—¿Pero por qué? ¿No te gusta estar aquí con nosotros? —preguntó con una inocencia que me rompía el corazón.
Me arrodillé frente a ellos, tratando de encontrar las palabras adecuadas. No quería mentirles, pero tampoco podía decirles toda la verdad.
—Es complicado —comencé, tomando un respiro profundo—. He cometido errores, y creo que es mejor para todos si me voy.
Los gemelos se miraron entre sí, luego volvieron a fijar sus ojos en mí, como si esperaran una explicación más sencilla.
—No queremos que te vayas —dijo Tomás, con lágrimas asomando en sus ojos—. Eres nuestra amiga, y nos haces reír. No podemos dejar que te vayas.
El dolor que sentía en mi corazón se intensificó al escuchar sus palabras. Me levanté para abrazarlos, apretando sus pequeños cuerpos contra el mío. La conexión que había formado con ellos era real, y no podía evitar sentirme completamente atrapada entre mi culpa y el deseo de quedarme.
—Ustedes son increíbles —dije, mi voz ahogada por las lágrimas—. Pero no es solo sobre lo que yo quiero. Hay cosas que debo arreglar, y es mejor que me vaya.
Sebastián miró hacia el suelo, y Tomás secó una lágrima con el dorso de su mano.
—Entonces, ¿qué podemos hacer para que te quedes? —preguntó Tomás, su voz llena de desesperación.
Me separé un poco de ellos, intentando recomponerme. Miré a los dos pequeños, sabiendo que la decisión de irme no era solo mía, sino que también estaba afectando a aquellos a quienes había llegado a querer.
—No estoy segura de que haya algo que puedan hacer —dije, con tristeza—. Necesito tiempo para resolver las cosas por mi cuenta. Pero nunca olviden cuánto significan para mí.
Tomás y Sebastián se abrazaron a mí, sus pequeños cuerpos temblando mientras trataban de calmar su tristeza. El dolor en mi pecho se sentía casi insoportable.
Finalmente, me enderecé, secándome las lágrimas y sonriendo con pesar.
—Prometo que intentaré volver algún día —dije—. Pero por ahora, tengo que irme. Cuídense mucho, ¿de acuerdo?
Los gemelos asintieron lentamente, sus lágrimas cayendo libremente. Me dirigí a la puerta con el corazón pesado, sabiendo que dejaba atrás algo valioso. Al salir, el sol apenas comenzaba a elevarse, lanzando sus primeros rayos sobre el campo. El paisaje de la granja, que una vez había sido mi refugio, ahora se veía desolado y lejano.
Mientras me alejaba en el coche, miré por última vez la granja y los dos niños que se quedaban atrás, sintiendo que una parte de mí permanecía con ellos. La tristeza se mezclaba con la esperanza de que algún día pudiera regresar, de alguna manera, a un lugar que había llegado a sentir como hogar.
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Editado: 31.08.2024