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El cielo estaba cubierto por nubes grises que amenazaban con una tormenta, reflejando perfectamente el nudo que sentía en el estómago mientras conducía de regreso a la granja. Cada kilómetro que recorría hacia ese pequeño rincón del mundo me acercaba más a la verdad que había tratado de evitar. Mi corazón latía con fuerza, al ritmo de la lluvia que empezaba a golpear suavemente el parabrisas.
Había pasado días, tal vez semanas, debatiéndome entre lo que debía hacer y lo que mi corazón me pedía a gritos. Pero cuando Sofía apareció en mi puerta, con su mirada firme y sus palabras llenas de convicción, supe que ya no podía seguir huyendo. Había llegado el momento de enfrentar todo aquello que dejé atrás: mi traición, mis sentimientos y, sobre todo, a Mateo.
La granja apareció a lo lejos, tan familiar y a la vez tan intimidante. Parecía que me había estado esperando, como si supiera que este regreso era inevitable. El aire estaba cargado de una tensión palpable, una mezcla de nostalgia y miedo que me obligó a estacionar el coche con manos temblorosas. Respiré hondo, tratando de calmar mi corazón acelerado, pero cada intento fallaba, porque sabía que en cuanto pusiera un pie en ese lugar, nada volvería a ser igual.
Bajé del coche, y el crujido de la gravilla bajo mis pies fue lo único que se escuchó en medio del silencio sepulcral que envolvía la granja. Me dirigí hacia la casa principal, pero mis pasos eran lentos, como si una parte de mí quisiera aferrarse al pasado mientras la otra se apresuraba hacia el inevitable enfrentamiento.
Cuando llegué a la puerta, mi mano vaciló en la perilla. Recordé la última vez que estuve allí, la manera en que Mateo me miró con una mezcla de decepción y furia. Ese recuerdo me atravesó como un cuchillo, pero antes de poder reconsiderar mi decisión, la puerta se abrió de golpe.
Mateo estaba allí, su figura imponente ocupando todo el umbral. Sus ojos se clavaron en los míos, y en ese instante sentí que todo el aire se escapaba de mis pulmones. No había esperado que me recibiera con una sonrisa, pero la dureza en su mirada me hizo retroceder un paso.
—¿Qué haces aquí? —su voz era tan fría como el viento que comenzaba a soplar a nuestro alrededor.
Tragué saliva, reuniendo el coraje que había acumulado durante el viaje.
—Necesito hablar contigo —dije, intentando que mi voz sonara más firme de lo que me sentía—. Hay cosas que… que no puedo dejar así.
Mateo permaneció en silencio, su expresión impenetrable, mientras me estudiaba con esos ojos que tanto me habían cautivado. Finalmente, se apartó, dejándome espacio para entrar. Lo seguí al interior, y la familiaridad del lugar me golpeó con fuerza. Cada rincón de esa casa guardaba recuerdos, tanto buenos como dolorosos, y me costaba mantener la compostura.
Nos detuvimos en la sala, y antes de que pudiera decir algo, Mateo se giró hacia mí, sus brazos cruzados sobre el pecho como si intentara protegerse de lo que estaba por venir.
—No sé qué esperas lograr con esto, Valeria —dijo, su voz contenida, pero sus palabras como dagas—. Ya se acabó.
Su frialdad me dolió más de lo que estaba dispuesta a admitir, pero no podía darme por vencida. No ahora.
—No se trata de lograr algo —le respondí—. Se trata de que necesito que sepas la verdad. De todo.
Mateo arqueó una ceja, claramente escéptico.
—¿La verdad? —repitió con un dejo de ironía—. ¿Y por qué debería creerte ahora?
Me acerqué un paso, a pesar de la distancia emocional que sentía entre nosotros.
—Porque no vine aquí para justificarme ni para pedirte perdón, Mateo. —Mi voz se quebró ligeramente, pero me obligué a continuar—. Vine porque tú mereces saber la verdad, y yo necesito decirla. No puedo seguir adelante con esta carga, y sé que es posible que nunca me perdones, pero al menos necesito que entiendas por qué hice lo que hice.
Mateo me observó, la dureza en su expresión se suavizó apenas un poco, y supe que, al menos, me estaba dando una oportunidad para explicar.
—Cuando llegué aquí —empecé, mi voz apenas un susurro—, solo tenía una misión en mente: conseguir este terreno para mi familia, para demostrar que soy capaz de llevar las riendas del negocio. No vine aquí con buenas intenciones, Mateo. Te mentí, te engañé… y no hay excusa para eso.
Vi cómo la tensión en sus hombros se intensificaba, pero continué antes de que pudiera interrumpirme.
—Pero lo que no esperaba era… todo lo demás. —Bajé la mirada, sintiendo las lágrimas asomarse a mis ojos—. No esperaba sentirme conectada a este lugar, a ti… y a los niños. No esperaba que todo lo que conocía, todo lo que creía importante, se tambaleara de la manera en que lo hizo.
Mateo permaneció en silencio, su mirada fija en mí, y aunque no mostraba ninguna emoción, sabía que me estaba escuchando.
—Sé que te fallé, y no sé si podrás perdonarme alguna vez, pero… —Tomé aire, sintiendo el peso de mis propias palabras—. No podía irme sin que supieras que, aunque llegué aquí con mentiras, lo que siento por ti, por Tomás y Sebastián, es real.
Mateo cerró los ojos por un momento, como si procesara mis palabras, y cuando los abrió de nuevo, su expresión era una mezcla de dolor y algo más, algo que no podía identificar del todo.
—Valeria… —dijo, y por un segundo, pensé que iba a decir algo más, pero en su lugar, simplemente me miró, su rostro lleno de una tristeza que me rompió el corazón—. No sé qué hacer con todo esto.
El silencio que siguió fue abrumador, y supe que, aunque había dado el primer paso, aún quedaba un largo camino por recorrer. Pero al menos había comenzado, y ahora dependía de Mateo decidir si estaba dispuesto a recorrerlo conmigo.
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Editado: 31.08.2024