Nivel 0: "La promoción":

31. Ensayo para la graduación. ✓

Tenía alrededor de dos semanas de no ver a mis compañeros y volver a tenerlos cara a cara vaya que me daba cierta emoción, decidí llamarla así a falta de una palabra que describiera mejor lo que sentía.

Estaba consciente que no les hablaría a todos y que ellos, ni mucho menos yo nos tomaríamos la molestia de saludarnos. Pero eso no disminuía el hecho de que me alegrara siquiera verles las caras por un momento.

Todo noveno fue citado el jueves quince de noviembre a las cuatro de la tarde para el ensayo de lo que se haría en la graduación el treinta del mismo mes. Yo llegué con mi abuelo pues creí que ensayaríamos con la persona que nos entregaría, cosa que no fue así. La elegancia con que mi abuelo fue, se vio desperdiciada cuando la seño Sofía dijo que sólo ensayaríamos los alumnos; ambos decepcionados, él tuvo que irse y yo tuve que quedarme en el colegio con los treinta y dos, sin contarme, de mis compañeros puesto que el único que faltó fue Kevin, ni idea la razón por la cual no fue.

En cuanto cruce el segundo portón que da a los salones la imagen de la mayoría de mis compañeros me golpeó con ingratitud, lo primero que pensé fue que había llegado tarde, afortunadamente no llegue ni temprano ni tarde, llegué justo a la hora exacta en la que todo empezó.

En cuanto entre recibí el más cálido saludo que jamás me hubiera imaginado: Laila, se prendió de mí cuello chillando de la emoción grito un eufórico y efusivo: — Te extrañe... —. Me tomo un par de segundo despabilar y ser plenamente consciente de los gruesos brazos que estaban enredados alrededor de mi cuello, con brutalidad, y el muy bien dotado cuerpo que se pegaba al mío. Tarde todavía unos segundos más en ajustar mis delgaditos brazos alrededor de su, casi inexistente, cintura con fuerza, emoción, aprehensión... Con añoranza. Me di cuenta, por primera vez, que yo también la había extrañado.

Mi corazón se estrujó con una agradable sensación ante el gesto, ni por error me habría pasado por la cabeza tener un recibimiento tan efusivo y menos de su parte siendo ella de gran simplicidad y de mucha practicidad, Laila era una persona bastante pragmática, como yo. Eso me gustaba en ella.

—Igual... Te extrañe —me sincere. No fue hasta ese momento que me di cuenta de la verdad de cada una de mis palabras—. Te extrañe mucho —necesitaba repetirlo puesto que ni yo me lo creía, ¿Cómo era que no me había dado cuenta de cuánta falta me hacía?

— ¡Ey adivina! —dijo separándose de mí, pero sin dejar de abrazarme por un lado del cuello—; pase mate... ¡Urra! —celebro saltando de la emoción.

Ella estaba en recuperación de matemáticas desde que las vacaciones empezaron —vacaciones que iniciaron solo para los que pasaron en limpio, es decir sin dejar ninguna materia—, según lo que me comentó solo tuvo que resolver una simple y pequeña guía con un par de ejercicios, dos días después ella también estaba de vacaciones.

—Qué bueno está eso —le respondí con la mayor sinceridad, me alegraba que ya estuviera descansando y disfrutando en su casa.

Acto seguido se apartó de mi camino y aferrada a mi brazo nos encaminamos a donde la señorita Sofía estuviera; segundos después nos condujo al templo donde nos hizo formar por orden de lista, uno tras el otro. Nos tocó formar a cielo abierto, el que ya fuera algo tarde fue algo que todos agradecíamos, puesto que no tendríamos que soportar la crueldad del sol.

Por causa de la inicial de mi apellido paterno, tocaba hasta el final, era casi una de las últimas, unas cuantas personas más atrás estaba Laila. Esa lejanía no nos impidió que tonteáramos un poco, riendo con nuestros típicos sarcasmos o haciéndonos bromas muy pesadas entre las dos.

Estoy consciente que para cualquier persona nuestro trato —bromas y juegos— les hubiesen parecido un poco ofensivas. ¿Para mí y para ella? En lo absoluto, solo eran juguetonas y locas bromas dichas con palabras al aire con la única intención de divertirnos entre las dos. Nunca hubo ningún tipo de mal entendido entre ella y yo.

Así hablábamos, así siempre nos llevamos, y así siempre nos encantó; su modo turbio de ser siempre embonó a la perfección con la brutalidad de mi carácter.

En el templo el plan era sentarnos cada uno con un asiento de distancia, dicho asiento sería para que se sentara la persona que nos entregaría. Mi persona especial, nada más y nada menos que, mí abuelo.

Quien nos podía entregar: a las niñas su padre, o algún familiar hombre, y a mis compañeros los entregaría su madre, o alguna mujer importante para ellos.

Luego de dos formaciones fallidas vino la vencida, la indicada... La perfecta.

Mi asiento en especial era el mejor que me hubiera podido tocar, estaba a la orilla de la fila; tenía una amplia salida, perfecta para pavonearme con elegancia, cantoneando mis reducidas caderas con un caminado tan ensayado como ficticio cuando me llamaran al frente. A mi lado izquierdo Nancy Gómez, algo era seguro no estaría aburrida con ella y sus graciosadas al lado. A mi costado derecho la amplia entrada del templo, con vista a la pizarra con un decorado hecho por Julieta, Jenny, Polly y Florence. Muy lindo, muy a pesar de ser tan simple.

Con todos cómodos en nuestro asiento el programa inicio, el maestro de ceremonias: Javier, "El Culón", de octavo.

Tenía una hermosa y muy prominente retaguardia, misma que despertaba gran envidia, admiración, deseo y risa —como a mí, más por el apodo que le habían puesto que por otra cosa—. Era la primera vez de este chico, como maestro de ceremonias, por lo que se equivocó como nunca, ganándose mil risas de mis compañeros y más de un par de regaños por parte de la señorita Sofía y la señorita Saraí Ortiz, de biblia, la cual estaba de apoyo.

—Oración inicial —empezó Javier— por Julieta Flores.

— ¡Padre Santo!... —repicó desde los asientos de adelante sorprendida— ¡¿Y yo hago la oración?! —no me quedo claro si eso fue una objeción o solo una exclamación de asombro.




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