Nizary

Cap IV: Secretos revelados

Al despertar, Ciara de cercioró de que Selin siguiese dormida, llamó a una de las sirvientas y le pidió con amabilidad que le preparase un baño.

Tras despabilarse con las tibias aguas y ese perfume de rosas, se vistió colocándose un sencillo vestido blanco que le llegaba hasta los talones; sus mangas cubrían sus brazos del frío que emanaba de las paredes del castillo. Se puso unos bajos zapatos que la princesa le había obsequiado y salió de la habitación.

Siempre había sido la que madrugaba más de las tres, y quería ir a la biblioteca para poder estudiar algunos hechizos, si es que había libros de magia allí.

Una sirvienta la guió hasta las enormes puertas de la biblioteca y se retiró, dejándola sola en ese enorme pasillo.

No había nadie a la vista, no quería que una dama de compañía sola en una biblioteca llamase la atención; así que se fijó por todos lados para asegurarse de que nadie estuviese viendo e ingresó rápidamente, cerrando la puerta detrás de ella, sin darse cuenta de que tuvo que haberse fijado detrás de las esquinas.

Al volverse de la puerta al interior de la habitación, se quedó sin palabras al admirar tanta belleza. Siempre había amado los libros y aquella biblioteca era un inmenso templo dedicado a ellos. Contaba con dos pisos con las paredes repletas de estantes cubiertos por libros de diversas clases, tamaños y colores; además de escritorios, sillones por doquier y diez libreros enormes, cinco arriba y cinco abajo. Jamás se había sentido más en casa que en ese momento.

Comenzó a revisarla de arriba a abajo para ver si hallaba alguno sobre hechizos, pero no parecía haber ninguno de esa clase; hasta que, entre los estantes de la planta baja, descubrió un cuaderno de unas treinta páginas, de tapa azul y sin título. Le pareció curioso que un objeto como ese apareciera en la biblioteca real, así que decidió leerlo, sentándose en uno de los escritorios.

Lo abrió y abrió sus ojos como platos al leer el título escrito en la primera página:

 

Propiedad de Asteria de Dalfia

 

No lo podía creer, era el diario íntimo de la amante del rey Alexandrus, pero ¿qué hacía allí?

De pronto, la duda la invadió ¿sería correcto leerlo? ¿debería? Otra incógnita se metió en su mente ¿y si contenía secretos sobre los brujos? ¿qué tal si, en realidad, lo había dejado allí para que alguien más lo encontrase?

 

<< Un momento… >> pensó, mientras se preguntaba por qué la amante del rey se interesaría por el bienestar de aquel reino siendo ella de otro.

 

Se decidió por abrirlo entonces, y comenzó a leer.

El libro era un tanto extraño, las primeras cuatro hojas habían sido arrancadas, algunas sólo tenían bocetos y dibujos, la mayoría de un hombre apuesto, de cabellera ondulada y rasgos varoniles.

Le sorprendió el hecho de que muchas páginas contuvieran hechizos; la mayoría para la creación de amuletos protectores, brebajes curativos y una poción de amor, lo que le llevó a pensar si tal vez lady Asteria de Dalfia pudo haber hechizado al rey Alexandrus para concebir un futuro heredero al trono, además de su hijo Dimitri, puesto que su presunta hija, Lucille, era mayor que el príncipe Christopher. Sin embargo, esa idea se deshizo al encontrarse con una página escrita, con la bitácora del día incompleta, pero que le reveló un gran secreto…

 

…esto no está bien, definitivamente no está bien. Me siento como una perfecta tonta. Por los Dioses, Asteria ¿Qué has hecho? Sabía que un amor así no podría ser posible. Alexandrus ni siquiera sabe quién soy realmente, no debí dejarme llevar por sus cortejos ¿Cómo le explico? ¿Cómo explicarle a un rey que tendrá un hijo bastardo con una mujer de la raza Wolfcang…?

 

Pasmada, se cubrió la boca con una mano, ahogando una exhalación de sorpresa.

Debía decírselo a Wendy cuanto antes, no podía ocultarle una información así; Lucille, la bastarda del rey Alexandrus, una de las herederas al trono de Nizary pertenecía a su raza ¿eso era posible? ¿una reina no-inmagia? Sea como esa era un hecho asombroso.

Cerró el libro y se levantó de la silla decididamente, volteándose hacia la puerta con rapidez, sin esperarse el susto que se pegó al hacerlo.




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