Es un delirio, un sinfín de cuentos. Trato de contar mi historia cada día y en toda palabra ocurre un atropello. Escribo con miedo, me oculto en sierras oscuras de dolor máximo con tal de mostrar una mueca feliz al mundo para decirle una vez más, para mentirle, que puedo con esto.
Mi cabeza martillea a cada rato, mis relatos dan miedo a cualquiera que pueda comprender sobre ser un lector, un receptor. Y mi trabajo emitiendo esto es plasmar toda la tristeza que alguna vez me ahogó.
Las cosas que me enseña el exterior son típicos casos de sufrimiento global, sin embargo el color de las cosas tiene siempre un sabor diferente. Aprendí a sentir empatía por personas que ni siquiera se lo merecen, hechándole la culpa a la sociedad, a su familia, a la despreocupación marital. Enseñé a no decir si a todo, pero yo todavía lo hago. Enseñé a buscar límites y los míos me asustan hasta dejarme tirado en una lluvia de meteoritos.
No soy una buena persona, no he aprendido a amar, a compartir cosas, no sé cómo se siente alegría por los logros de otro.
No soy una buena persona, solo no lo soy y ya.
Quiero morir.