No en esta vida (trilogía Tres Vidas I)

Capítulo 5

   Para cuando desperté, Thomas ya se había ido. Su lado de la cama estaba vacío y sus cosas, recogidas. No dejó ninguna nota, pero se encargó de rebuscar entre mi equipaje y sacar mi uniforme de amazona, en una señal clara de que, en cuanto lo viera, me diera prisa para bajar a desayunar.

   No tardé mucho en vestirme, mas me tomé mi tiempo en hacerme una trenza de raíz, aprovechando mi larga melena. Cuando era Aileen White, solía cortarme cada tres o cuatro meses el pelo a la altura de los hombros, por lo que me era casi imposible hacerme peinados. Este nuevo cuerpo era bastante distinto al anterior en cuando a forma, ya que mi rostro era el mismo. Ahora era un poco más alta, tenía más caderas, algo de tripa y un busto abundante, además del cabello mucho más largo y de vuelta a su color castaño original –Douglas y yo nos pusimos reflejos rubios cuando yo cumplí dieciocho. Yo antes era feliz con mi copa B; ahora, si tuviera que comprar un sujetador, tendría que utilizar seguramente una copa D o E.

   Bajé los escalones con mucha lentitud y ayudándome de la barra de madera. Tenía el cuerpo dolorido, con unas agujetas que hacían que mis músculos se tensaran de manera muy inconveniente. Conseguí llegar a la parte de restauración –que consistía en una sala con unas quince mesas y dos o cuatro sillas cada una– viva, aunque no sin esfuerzo. Necesitaba hacer ejercicio más a menudo, porque no podía permitirme estar así todos los días. Lo único que me apetecía era quedarme tumbada en la cama. Y teniendo en cuenta que el viaje iba a durar varios días y que Thomas no iba a querer que tuviéramos ningún día de descanso, era mejor que me pusiera en forma.

   El príncipe estaba sentado en una de las mesas más alejadas, como si no quisiera que lo relacionaran con nadie. Había apartado una silla para mí, que ahora mismo utilizaba para apoyar las piernas, mientras desayunaba su café con beicon y huevos cocidos. En su mano se hallaba una especie de cigarrillo que ocasionalmente se llevaba a la boca para fumarlo. Era la segunda vez que veía una cosa así en esta vida. La primera vez fue cuando tía Fiorella consiguió un paquete completo y me enseñó cómo se utilizaba. Ella fue quien fumó, no yo. Yo tendría por entonces unos once años.

   Me acerqué zigzagueando entre el resto de mesas. Había pocas personas allí, aunque no era de extrañar, ya que acababa de amanecer. Un grupo de tres hombres me dirigió una lasciva mirada conjunta que hizo que se me pusiera la piel de gallina. Aceleré mi pasó hasta conseguir llegar al lado de Thomas.

   El príncipe alzó la vista hacia mí y, con un gesto de cabeza, indicó que podía sentarme en la silla que había frente a él, de la cual ya había apartado sus botas.

   —¿Qué vas a tomar? —me preguntó, iniciando por primera vez él la conversación.

   Sentí que la boca se me hacía agua.

   —Lo mismo que tú.

   Elevó una mano para que una moza viniera a tomarnos nota. Cuando la mujer se fue, Thomas apagó su cigarro a medio fumar en el cenicero, donde quedaban restos de un anterior pitillo.

   —Pensé que ibas a dormir hasta tarde y que tendría que ir yo a despertarte —pinchó una loncha de beicon, la dobló con el tenedor y se lo metió en la boca.

   Yo observé embelesada ese movimiento. Sus labios, manchados con un poco de aceite, brillaban más y, por consiguiente, me llamaban más la atención. Tuve que centrarme en lo que me había dicho para no parecer una idiota delante de él. Mi momento de atontamiento pasó al sacudir mi cabeza mentalmente.

   —En realidad soy una chica madrugadora, aunque no me guste nada. No soy capaz de quedarme durmiendo hasta más de las nueve de la mañana.

   —Son las seis y media.

   Me encogí de hombros. Mi reloj biológico no solía funcionar muy bien, pero una se acababa acostumbrando.

   —¿Atlor está muy lejos? —agradecí a la moza por la comida y me dispuse a desayunar con ganas.

   —Tardaremos más o menos lo mismo que tardamos en llegar aquí. Hoy podemos hacer más descansos incluso.

   —Genial. ¿Puedo pedir una bañera antes de irnos? Me siento sucia.

   —Lo siento, no podemos esperar a que te des un baño. Por el camino hay una pequeña laguna. Podemos parar y te puedes limpiar allí.

   Lo que daría yo por tener un servicio con retrete, lavamanos y ducha. Era muchísimo más práctico, más higiénico y más rápido. Tendría que arriesgarme a darme un baño en esa laguna, rezando para que no haya mucha fauna dentro de ella y para que a Thomas no le diera por curiosear mi cuerpo desnudo.

   No conocía de nada a Thomas más que de estos dos días, pero por lo poco que habíamos estado juntos, podía intuir que no era esa clase de chicos. A ver, estaba segura de que, en el caso de que le gustaran las mujeres, le agradaría ver a una bella muchacha, igual que a mí me gustaba ver las revistas de modelos masculinos que ponían en la peluquería a la que asistíamos mi madre White y yo. No estaba diciendo que yo fuera un pibón, aunque yo misma prefería más mi aspecto de ahora que el de esquelética que tenía cuando era una White, exceptuando el tamaño de mis senos. Mi punto, resumiendo, era que el príncipe no parecía el tipo de hombre que miraría a una mujer desnuda –o con menos ropa de la que debería llevar– sin el consentimiento de ella.




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