El despertador de mi teléfono móvil sonó a las nueve de la mañana, y tuve que levantarme para apagarlo. Cuando lo hice, miré a mi alrededor, recordando todo lo sucedido la noche anterior.
Me encontraba en la habitación de Héctor, o en la que supuse que era su habitación. La luz se filtraba por las cortinas, dado que la noche anterior ninguno de los dos había pensado siquiera en bajar las persianas, y él se encontraba sobre la cama, junto al lugar donde había estado yo. Se había incorporado parcialmente para mirarme. Mi despertador lo había despertado.
—Lo siento —dije—. Puedes seguir durmiendo; me iré ya.
—No es necesario que te marches. Desayunaremos y después te llevaré a donde necesites.
—¿Estás seguro? No me importa ir en autobús o andando. No está tan lejos.
Tardaría poco más de media hora en llegar hasta mi casa, donde me ducharía y cambiaría de ropa, y después iría a la comisaría. Ir en autobús era lo más rápido si quería tener tiempo suficiente.
—No me importa —aseguró.
Yo llevaba puesta una camiseta de él que me había dejado la noche anterior. Me llevaba por los muslos, aunque también llevaba la ropa interior, que no recordaba en qué momento me había puesto antes de dormir. El resto de mi ropa estaba tirada sobre una butaca que había en la habitación, junto a la ventana.
No había sido una mala noche. Él lo hacía bien, y debía admitir que necesitaba aquello después de tanto tiempo sin estar con nadie. Un último polvo antes de iniciar la que podía ser la operación más importante de mi vida. No me arrepentía de nada.
—¿Has visto mi camiseta?
Miré en dirección a Héctor. Vestía unos pantalones de pijama, y estaba desnudo de cintura hacia arriba. La noche anterior no me había equivocado al pensar que tenía músculos, pero por la mañana, con la luz solar y más calma, podía ver mejor su cuerpo. No sabía si sería una de aquellas personas que iban habitualmente al gimnasio o si haría otra clase de actividades, pero era evidente que hacía ejercicio físico. No estaba nada mal.
—No —respondí—. ¿Podría estar en la cocina?
Caí en la cuenta de que la noche anterior no había llevado ninguna camiseta, sino una camisa, que recordaba haberle quitado tras tomar el vaso de agua.
—Sí, sí. No lo había pensado. ¿Bajamos?
Se puso una camiseta al azar del armario y ambos bajamos a la planta inferior, donde estaba la cocina. Yo caminaba descalza y con su camiseta; él, también descalzo, con el pantalón del pijama y una camiseta elegida aleatoriamente. No importaba. Después de habernos acostado, lo último que nos preocupaba era cómo vestir.
—Puedes comer lo que quieras —me dijo él—. En el armario encontrarás galletas, magdalenas, pan para tostadas... En el frigorífico hay leche y zumo y, si quieres café, tengo una cafetera. También hay fruta en el frutero. Coge lo que quieras como si estuvieses en tu casa.
—Gracias.
Él me indicó dónde encontrar lo que había mencionado, y después comenzó a preparar café. Yo, mientras tanto, saqué una caja de galletas y me serví un vaso de leche y otro de zumo de naranja. Ambos nos sentamos después en la mesa, el uno frente al otro, para desayunar.
—¿Solamente desayunarás café? —pregunté.
—Sí. Lo necesito para mantenerme despierto. Una vez que te acostumbras a tomarlo, dejarlo es difícil.
—Es lo que dicen, sí.
Me dediqué a comer galletas, mojándolas previamente en la leche. No sabía si él quería hablar o no, y no quería sacar un tema de conversación. Éramos solamente un par de desconocidos que se habían unido para acostarse una noche; no era necesario hablar más. Él se había ofrecido a llevarme a casa, y me parecía suficiente ofrecimiento.
—¿Tienes algo que hacer esta mañana? —me preguntó.
—Tengo que ir a trabajar —le conté—. Pero hoy entro tarde. ¿Y tú?
—Lo mismo. Pero también yo entro tarde.
Tenía sentido. De haber tenido que trabajar pronto, ninguno de los dos habría estado en un bar la noche anterior a altas horas de la madrugada.
Cogí mi teléfono móvil, donde vi, con alivio, que no tenía ningún mensaje ni ninguna llamada perdida. Mis amigas aún no se habrían despertado, y no me habían llamado del trabajo por ningún asunto de última hora. Aproveché para enviar un rápido mensaje a Pablo haciéndole saber que estaba en el piso de alguien y que pronto regresaría a casa.
—¿No te echará de menos tu primo o se preocupará? —me preguntó Héctor.
—Creo que somos lo suficientemente mayores como para poder pasar la noche fuera sin que el otro deba preocuparse.
Ir con desconocidos no era algo habitual en mi vida, pero aquella había sido una ocasión especial. Lo necesitaba, y me había gustado.
Mi teléfono vibró. Era Pablo quien me había respondido al mensaje que le había enviado, con una simple y breve palabra: "vale". No necesitaba nada más.
Cuando terminó de tomar el café, se levantó para meter la taza vacía en el lavavajillas. Yo lo imité, haciendo lo mismo con los dos vasos que había utilizado, y guardando después la caja de galletas en el armario donde la había encontrado.
—Debería ir marchándome —comenté.
—¿Podrías darme cinco minutos para ducharme? —me preguntó.
Asentí con la cabeza. Mientras él entraba en un baño de la planta baja, yo subí a su cuarto y me vestí con la misma ropa que había llevado el día anterior, dado que no tenía nada más. Doblé la camiseta de él y la dejé sobre la colcha de la cama.
Me encontraba absorta en las redes sociales cuando él entró, ya duchado y con la toalla alrededor de su cuerpo. Su cabello corto estaba mojado. Algo en él me atrajo al instante, y estuve tentada a acercarme para besarlo y volver a tener otra sesión de sexo aquella misma mañana. Pero no podía. El trabajo era lo primero.
—¿Estás lista? —me preguntó.
—Sí.
Tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para no girarme y mirarlo mientras se vestía. Tal vez a él no le importase que lo hiciese, tras habernos acostado, pero yo no quería parecer una acosadora o una loca.
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Editado: 08.01.2022