—Están muy impacientes —comentaba Héctor mientras me acariciaba el pelo suavemente.
Estábamos los dos en su coche. Después de ir a comer con Gonzalo, él se había quedado en su casa, y yo me había marchado con Héctor, en su coche, a un monte donde nadie pudiese vernos, pues debíamos tener mucho cuidado.
—Pero ahora tienen a Eloy... ¿no?
Él negó con la cabeza, y yo me incorporé para mirarlo. Hasta aquel mismo momento, pensaba que Eloy continuaba detenido por haber sido descubierto con droga.
—¿Qué ha ocurrido? —pregunté, algo nerviosa.
—El chico vuelve a estar libre —me explicó Héctor—. Según los análisis, los polvos blancos que llevaba eran polvos de talco.
—¿Polvos de talco? ¿Por qué iba a tener Eloy polvos de talco? Es evidente que esos análisis están mal, o...
—... o que alguien cambió las pruebas —completó Héctor, asintiendo con la cabeza con gravedad.
Aquello significaba que alguno de nuestros compañeros ayudaba a los Beltrán y, si no descubríamos pronto quién era, era posible que sabotease pruebas más adelante, y que todos nuestros esfuerzos fuesen en vano.
No pude evitar sentirme decepcionada. Había pasado días en aquella operación, pensando que, en aquella ocasión, no habría nadie en el equipo que pudiese ayudar a la familia Beltrán ni pasarles información, como había sucedido en ocasiones anteriores. Ahora, no solamente tendríamos que obtener nuevas pruebas, sino también encontrar a quien nos estaba traicionando.
—Supongo que no se sabe nada respecto a posibles sospechosos —comenté, esperanzada.
—No, aún no se sabe nada. Ha sido completamente inesperado para todos.
Héctor me ofreció llevarme a su casa, a pesar del peligro que aquello entrañaba, porque alguien podría vernos. Yo me negué. Me gustaba estar con él, pero en aquel momento, tenía otras cosas en las que pensar, además del sexo.
Me fui pronto a casa aquella noche. Héctor habría querido que continuásemos juntos, pero comprendió que necesitaba mi espacio. Que necesitaba pasar sola por aquella enorme decepción, y buscar una nueva manera de enfocar aquella operación. Porque habíamos descubierto a Eloy Beltrán con las manos en la masa, pero no había servido de nada.
—Necesitamos una prueba contundente, que nadie pueda refutar —me había dicho Héctor.
Sin embargo, como pasaba en gran parte de los casos, era más fácil decirlo que hacerlo. Cuando llegué a casa, aún pensaba en qué prueba podría ser aquella, y dónde podría conseguirla. Porque Gonzalo me había servido para llegar hasta la familia y entrar en su casa, pero sospechaba que no daría más de sí, dado que no sabría mucho.
Después de contarle a Pablo todo lo que había sucedido, sin escatimar en detalles, y de que él me abrazase durante un buen rato en el sofá, me encerré en mi habitación. Había decidido que aquella noche debía hacer una llamada, y tenía que hacerla sola.
—Diga.
La voz al otro lado de la línea sonó segura. Sabía perfectamente quién lo había llamado, no me cabía duda de ello.
—¿Ya estás en la calle? —pregunté.
—Recuerda que soy un Beltrán —me respondió Eloy, y habría jurado que tenía una sonrisa de suficiencia en la cara, a pesar de que yo no podía verlo—. Fue sencillo.
Me estaba sacando de mis casillas. Aquella noche no tenía mucha paciencia, pero aquel chico, proveniente de una familia poderosa y que pensaba que podía jugar a ser narcotraficante, estaba acabando con toda la paciencia que tenía.
—¿Fue sencillo engañar a la Policía?
—Más de lo que piensas; te lo aseguro.
Me masajeé la sien con una mano mientras continuaba sosteniendo el teléfono móvil con la otra.
—Supongo que, en ese caso, te veré pronto en alguna comida familiar.
—Yo no estoy tan seguro de eso. Creo que le caes mal a tu suegra, Lara, y en estos momentos intenta convencer a mi padre de que eres el mismísimo diablo y no debería permitirte entrar en casa. Mi padre no tiene nada que ganar ni perder, con que... ¿cuánto crees que tardará en convencerlo?
No tardaría mucho tiempo. De hecho, no me sorprendería que pronto no pudiese acercarme a Gonzalo siquiera. Maldije por lo bajo a Mónica, y Eloy rio al escucharme. No veía la necesidad de ocultar mi desagrado por aquella mujer, dado que ella tampoco ocultaba que me odiaba y no me quería ver cerca de su hijo.
—En ese caso, creo que no hay mucho que yo pueda hacer —comenté.
—¿Estás segura?
¿Lo estaba? Como policía, estaba segura de que no había absolutamente nada que pudiese hacer para detener a Mónica. Si lo que deseaba era convencer a su marido de que no me invitase a su casa, lo haría. Yo solamente podía confiar en que Gonzalo hiciese algo por mí.
—No parece que te guste mucho tu madrastra.
—Ah, ¿no? —Fingió sorpresa—. Pensé que disimulaba mejor...
—Sabes que no es cierto.
—La verdad es que apenas tengo relación con ella —admitió finalmente, tras guardar unos segundos de silencio. Supuse que había estado pensando si contarme la verdad o no—. Solamente he tenido y voy a tener una madre. Mónica solamente es la nueva mujer de mi padre.
Lo comprendía perfectamente. Y estaba convencida de que todos los hermanos de Eloy compartían su opinión. Debía de haber sido complicado aceptar a la nueva esposa de su padre, con un hijo ya mayor, tras la muerte de su madre.
Yo no dije nada. No sabía qué debía decir en aquel momento. De haber estado frente a él, tal vez habría sabido cómo reaccionar, pero no en aquel momento. Tratándose de una llamada telefónica, todo era más complicado.
—No me gustaría que Mónica se saliese con la suya —dijo Eloy, finalmente—. De modo que te recomiendo que hagas algo.
Tras decir aquello, colgó. Sin siquiera despedirse o proponerme algo para evitar que su madrastra se saliese con la suya.
Estaba enfadada, frustrada. No solamente por el hecho de que hubiese un traidor dentro de la Policía, sino también por el hecho de que Mónica desease ponerme las cosas más difíciles por simple sobreprotección hacia su hijo. Estaba llena de rabia, lo cual nunca era bueno, porque no hacía pensar de manera racional.
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Editado: 08.01.2022