No fue por dinero

Capítulo 16

No era ninguna broma que alguien vigilaría mi puerta. De hecho, cuando salí en mitad de la noche para ir al baño, el hombre que vigilaba me acompañó hasta la puerta del baño y después hasta mi habitación. Tenía órdenes de no dejarme salir, y menos aún sola.

Por la mañana, no me despertó Leonor. Tampoco ninguno de sus hermanos, como habría esperado. No. La primera persona que entró por la puerta, a las ocho y media exactamente, fue Héctor. Y entró, a decir verdad, como una exhalación.

—Joder, Lara —dijo cuando me vio.

Lo vi dejar una pistola sobre mi mesita de noche. ¿Por qué estaba Héctor allí y armado? En caso de que supiese que algo iba mal y hubiese ido a buscarme, habría ido vestido de Policía. Y no habría entrado solo. ¿Qué estaba ocurriendo?

—Héctor... ¿qué estás haciendo aquí? —pregunté.

—Me han ordenado vigilarte —me dijo—. Leonor dice que intentarás escapar... y se supone que debo encargarme de que no lo hagas.

Trabajaba para los Beltrán. Probablemente, lo había hecho desde el principio. Era uno de los informantes que tenían dentro de la Policía, y yo, que había estado encontrándome con él, no me había dado cuenta de ello.

—Tú... —dije, sin saber cómo continuar.

—Sí, fui yo quien les dije que sabíamos lo de la entrega, y fui uno de los que ayudó a Eloy. Además, les dije que les estaban siguiendo de cerca. Aunque no les dije que erais vosotras.

—¡Confiaba en ti! ¡Incluso querían ascenderte!

—Y me ascenderán, por supuesto. No dejaré la Policía. Pero trabajo para los Beltrán; los conozco desde que tengo uso de razón y no cambiaré de bando.

—¿Quién eres?

Si los conocía desde hacía tantos años, yo debía de conocerlo también. Y no lo hacía. O, al menos, no lo recordaba.

—Me llamo Patrick. Soy...

—El hijo de Oscar.

Oscar tenía un solo hijo, poco mayor que yo. No lo había visto demasiado, pero lo recordaba como un chiquillo tímido, aunque leal. Su madre, que vivía en Madrid, tuvo su custodia, y lo enviaba a colegios de la capital, aunque el niño visitaba con frecuencia a su padre.

Había cambiado mucho, más que yo. Nunca lo habría reconocido de no haberme dicho él quién era.

—Lara... no me han dicho por qué te tienen aquí, pero dicen que han matado a Natalia.

—Y no te han mentido —le dije—. Nos descubrieron anoche en el despacho de Lorenzo. Había una alarma que se activaba al abrir la puerta, y no nos dimos cuenta. Nos encerraron, y a ella la mataron.

Asintió con gravedad. No conocía mucho a Natalia. Tal vez, de hecho, lo poco que sabía de ella fuese que era mi amiga.

No podía creer lo que estaba sucediendo.

Natalia estaba muerta, y Héctor trabajaba para la familia Beltrán. Y no se llamaba Héctor, sino Patrick, y era el hijo de Oscar. ¿En qué momento se había vuelto todo una completa locura?

—Patrick —pronuncié despacio, como si quisiese probar cómo sonaba aquel nombre.

Él sonrió levemente y asintió.

Era un traidor, sin duda, pero si algo tenía claro, era que lo que había ocurrido entre nosotros no había sido planificado, ni una mentira. No había más que ver la preocupación de él para darse cuenta de que todo había sido cierto. También lo había sido por mi parte.

—Saben que estoy embarazada —dije entonces.

Suspiró. El bebé no era suyo, pero no le importaba. Desde que le había dado la noticia, al darme cuenta de que nuestra extraña relación iba en serio, siempre había sido muy bueno conmigo y me había cuidado. Tenía miedo de que algo fuese mal con el embarazo y saliese perjudicada.

—¿Y qué harán?

—Por el momento, hacer venir al médico.

Él no dijo nada. Miraba fijamente mis labios, y antes de que pudiese decir algo, me estaba besando. Por un breve instante no reaccioné, y después traté de apartarlo, pero sin éxito. Tenía más fuerza que yo y se resistía a alejarse.

—No es el momento... —comencé a decir.

—¿Y por qué no? Creí que te perdería, Lara. Pero ahora estamos los dos solos...

Quería decirle que alguien podía entrar en cualquier momento al ver que no estaba vigilando en la puerta. O podían entrar para despertarme o traer el desayuno. O tal vez Leonor quisiese hablar. O...

No continué pensando en qué más podría pasar.

En contra de lo que la razón me decía, me dejé llevar. Al fin y al cabo, lo que Héctor... Patrick había dicho era cierto. Estábamos los dos solos. ¿Qué era lo peor que podía pasar? ¿Que alguien nos viese, tal vez?

Lo atraje hacia mí para besarlo, y sentí sus manos recorrer mi cuerpo por encima del pijama prestado de Leonor. No le costó demasiado bajarme el pantalón, que quedaba bastante flojo, y yo hice lo propio con sus pantalones, aunque al ser más justo, me costó algo más. Tuve incluso que dejar de besarlo y mirar lo que estaba haciendo para poder desvestirle.

—Creo que necesitas más práctica —soltó él, riendo.

—Cállate —le respondí, aunque no me había sentado mal su comentario.

Cuando logré deshacerme de sus pantalones y de su ropa interior, vi su erección. Pero no me dio tiempo a hacer nada, pues él estaba quitándome la camiseta del pijama, liberando con ello mis pechos, dado que no dormía con sujetador.

Me tumbé sobre la cama y él se colocó delante de mí. Le quité la camiseta, que era la única prenda que aún se interponía entre ambos, y la tiré a un lado, sin preocuparme por dónde caería. Después tomé su erección entre mis manos y lo miré a los ojos.

Vi su impaciencia.

Pensé en hacerlo esperar, pero sería demasiado cruel, de modo que comencé a mover las manos y...

...y la puerta se abrió.

Tal vez no había medido bien lo que sucedería si nos descubrían. Porque, a juzgar por la expresión de Eloy, estaba dispuesto a sacar un arma y disparar a alguien en aquel mismo instante. Comprobé que la pistola de Héctor... Patrick continuase en la mesilla, donde él la había dejado. Solo por seguridad.




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