Pronto el sentimiento de seguridad que les dio aquel edificio se disipó junto al subidón de adrenalina, dando paso a un intenso dolor en sus fatigados músculos y a miradas preocupadas. Edgar se echó en el piso tratando de soportar un calambre en su pierna derecha y Victoria comenzó a hiperventilar, intentando por todos los medios controlar el ataque de pánico que estaba teniendo.
—¡¿Qué está pasando?! —preguntó apoyándose con una mano sobre el muro para no caerse.
—No lo sé —contestó Gabriel, apenas mejor que ella. Aunque quería echarse al suelo a descansar, un resquemor sutil no se lo permitía. Su desconfianza estaba justifica, pues no podía verse nada—. Vamos muchachos, levántense, no se queden quietos... ¡Diego! ¡¿Dónde estás?!
De pronto, como si hubiesen activado un sensor de movimiento, las luces del lobby se encendieron automáticamente, mostrando ante ellos un espacio amplio en completa soledad. Suelo de cemento pulido, un recibidor de madera en el centro, columnas imponentes y algunas carteleras informativas llenas de papeles en blanco. Una corriente de aire frío recorría el habitáculo de esquina a esquina, esparciendo un olor penetrante a lejía que incomodó a Victoria.
—Esto no puede ser real —balbuceó Edgar, intimidado ante el silencio sobrecogedor, solo interrumpido por el rechinar de sus zapatos de goma y el zumbido de las luces en el techo.
—Estefany ¿Sabes dónde puede estar Diego? —le preguntó Gabriel.
—Debe estar en el cafetín, por aquí, vamos.
Haciendo de tripas corazón, avanzaron por aquel espacio desolado, llamando a Diego con firmeza y sin dejar de mirar con desconfianza las múltiples esquinas y rincones, a la espera de que algo saltara para atacarlos.
Cruzaron hacia la izquierda y al fondo, donde debían ver una puerta metálica que los llevaría al cafetín, se encontraron con una barricada impenetrable de pupitres desvencijados apilados contra el muro.
—¿Hay otra forma de llegar, Estefany? —preguntó Victoria.
—No hay manera...
Una sensación extraña dominaba a Estefany. Estaba sugestionada y cada poco tiempo volteaba hacia los lados, mirando por sobre su hombro a la profundidad del lobby. «Alguien nos mira», pensaba con seguridad, incluso vigilando el techo, no fuese que algún animal rastrero los acechara, y, sin embargo, nada aparecía desde la oscuridad, no al menos hasta que un movimiento fugaz, casi imperceptible, llamó su atención, haciéndola girar la cabeza hacia la zona de los ascensores.
Los otros continuaban en su intento de descifrar como pasar a través de la muralla de madera y hierro retorcido, pero Estef había abandonado esa inútil tarea y se dedicó a vigilar la zona de los ascensores.
—No estoy loca... vi algo —susurró sin parpadear, siendo escuchada por Victoria.
El lobby de los ascensores era simple: un pasillo corto con una pared al fondo decorada con mosaicos aguamarina y un cartel que marcaba el piso; planta baja. Una papelera de hojalata se encontraba en la esquina y, tanto en la pared de la izquierda como el de la derecha, dos ascensores, uno frente al otro. El de la izquierda estaba cerrado y el de la derecha con las puertas abiertas, pero a medio bajar. Esto permitía ver un espacio bastante amplio entre su suelo y la fosa bajo él; un vacío tenebroso e insondable que Estefany no podía parar de mirar.
«Vi algo moverse... alguien nos observa ¿está ahí?», se preguntó sacando su teléfono. Avanzó con lentitud, respirando profundo. No escuchó lo que le preguntaba Victoria y se acercó más y más a la fosa oscura del ascensor, se agachó un poco y encendió la linterna.
—¿E-estás ahí Diego? —preguntó con timidez, intentando distinguir algo entre el aceite rojizo y la mugre acumulados por los años dentro de la fosa.
—¿Estefany? —Victoria se acercó a ella, confundida.
Nadie entendería por qué pensaba que Diego estaba ahí dentro, pero ella no podía ignorar lo que sentía. Se atrevió a acercarse un poco más al borde, intentando ver el fondo. Su luz, aunque tenue, logró iluminar el muro y un par de cables metálicos muy gruesos.
—Estef —susurró Victoria —. Tranquila Estef, ahí no hay nada.
—Lo sé... solo que, es tan raro.
Estefany se puso de rodillas, enderezando la espalda para intentar levantarse; no tenía forma de saber que aquello alteraría a algo oculto entre las sombras. Un brazo gris, cubierto de aceite, se precipitó sobre ella a toda velocidad, haciéndola caerse hacia atrás en tanto la puerta del ascensor se cerraba con violencia, seguido de un golpe seco y cuatro fuertes chasquidos.
Ambas chicas gritaron de espanto, Victoria intentó ayudar a Estefany a levantarse, pero la última estaba aterrada y se arrastraba hacia atrás con las palmas de las manos hasta que su espalda golpeó la puerta del ascensor contrario. Esta se abrió súbitamente y Estefany casi cae al vacío, tendría que haber caído, pero la mano salvadora de Edgar intervino, jalándola con fuerza del tobillo. Un nuevo golpe seco hizo que la puerta del ascensor se cerrara y así, como si no hubiese pasado nada, el lobby volvió a quedarse en silencio, al menos por unos segundos.
Casi de inmediato el ascensor de la derecha comenzó a caer, pero en lugar de precipitarse de inmediato al par de metros que tenía por debajo, se escuchó con claridad como caía y caía y siguió cayendo durante varios segundos como si debajo de ellos se expandieran numerosos sótanos que Estefany desconocía.
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Editado: 14.09.2023