La pregunta fue incómoda y no hubo ninguno de los presentes que no sintiera un desaire al escucharla. El nerviosismo era palpable.
—Como una semana ¿Qué pasa? —contestó Naira titubeando.
—¿Por qué no querías que bajáramos?
—¿Qué? ¡Había que hacer algo!
—¿Recuerdas cuánto tiempo llevábamos sin entrenar?
—¿Por qué me haces preguntas?
—¿Cómo te hicieron ese corte en la costilla si tu blusa está perfecta?
—Yo no sé cómo...
—¿Cómo se llama nuestro maestro de Kung Fu?
Con una sonrisa temblorosa, Naira se encogió de hombros, incapaz de articular una sola palabra. Edgar no retrocedía en su interrogatorio, aunque todos tenían miradas confusas puestas sobre él.
—No entiendo por qué desconfías de mí, si yo estoy tratando de que todos salgamos de aquí, incluso Diego y Alison.
—¿Por qué no me contestas? ¿Cómo se llama nuestro maestro?
—También pensé que podrían ayudarme. Todos estamos juntos en esto ¿Por qué me miras con esos ojos? Todos nos hemos portado raro. Sé que estoy un poco impaciente ¡pero no es razón para desconfiar de mí! —explicó Naira, haciendo que todos de inmediato la miraran.
A Estefany se le enterneció el corazón ante esas palabras e incluso Edgar titubeo un poco al ver los ojos llorosos de su compañera, más algo en su interior lo hizo insistir. Con voz firme y afincando cada palabra volvió a preguntar.
—¿Cómo se llama nuestro maestro?
Naira, con lágrimas en los ojos, levantó el dedo y señaló a Gabriel sin titubear.
—Ya basta, Edgar. Es obvio que es ella —dijo Estefany—. Todo este mundo es raro y hay cosas que no tienen explicación. No la atosigues.
Por un segundo Edgar pensó como Estefany, incluso iba a disculparse con Naira. Había señalado a Gabriel, pero entonces ¿por qué sus dudas no se iban? ¿Por qué ese temor entre pecho y espalda no desaparecía? Gabriel puso una mano sobre su hombro e hicieron contacto visual por algunos segundos.
—Lo siento, Naira... pero si no eres tú, entonces es alguien más. Lo presiento.
—¿Lo presientes? ¡Por favor, Edgar! ¡¿Acaso estás escuchándote?! —Le recriminó Estefany con impaciencia.
—¡Sí, Estefany! ¡Me estoy escuchando! Al menos ya sé que sigues siendo tú; con esas ganas de pelear que tienes ¡Nadie es tan buen actor!
—¡No quiero pelear, pero estás dividiendo al grupo! Siempre hemos estado juntos ¿en qué momento pudimos ser reemplazados?
—En los baños, cuando las luces se apagaron.
—¡Bajo esa lógica pudieron haber reemplazado a cualquiera, incluso a ti, Edgar!
—¡Todos estábamos en silencio, no tiene sentido pensar en eso! ¡Tenemos que seguir o nos quedaremos atrapados para siempre! —Gritó Victoria.
—¡Justo ese es mi problema, todos estábamos en silencio! ¿Quién sabe si...?
—Dejen de gritar muchachos —intentó apaciguarlos Gabriel, haciendo gestos con las manos para que bajaran el tono. Funcionó.
Hubo un segundo de silencio, de absoluto silencio. Los cinco se miraron y una brisa gélida, cargada de un olor pútrido, los envolvió lentamente.
—Cuanta paz —susurró Gabriel.
—Ni risas... ni las maquinas, nada —aseveró Naira.
—Esta maldita cosa se está divirtiendo con nosotros —dijo Edgar con impotencia, sintiendo a un ojo invisible sobre ellos—. Victoria... ¿Cómo sabes que nos quedamos en silencio en el baño de hombres?
Ante aquella pregunta todos se quedaron quietos como estatuas, mirando a Victoria de reojo. Ella, que se mostraba preocupada, acelerada, llena de rabia y frustración, de pronto se dio una palmada fuerte en la frente y se mostró tranquila y sonriente; incluso se notaba algo burlona mientras negaba con la cabeza.
—Tengo que admitirlo, me atrapaste, y me sorprende mucho que lo hicieras; se me da bien interpretar estos papeles... además, los jugadores suelen estar tan nerviosos que no se dan cuenta de los pequeños detalles. Tú, en cambio...
Victoria estiró su mano y acarició a Edgar, que no podía mover un músculo, ya fuese por el miedo o porque cadenas invisibles lo sostenían. La palma de aquella mujer se sentía demasiado caliente; para él fue como si colocaran una plancha de metal al rojo vivo sobre su mejilla. De su boca a penas pudo salir un quejido mientras intentaba concentrarse en otra cosa que no fuera el dolor. Victoria habló.
—Tienes una vista muy fina, Edgar. Es una lástima, pensé que podría jugar más con ustedes, pero creo que ya nos estamos acercando al final. Naira no les ha mentido, las condiciones son las mismas. El juego acabará cuando lleguen al último piso... pero ¿cuál es el último piso? —Soltó una fuerte carcajada—, si lo descubren los dejaré ir a ustedes, a Diego, incluso a esas dos niñas, Victoria y Alison. Vamos, los reto... pero, eso sí, se les acaba el tieeeeempo.
Lentamente, su risa fue en aumento, volviéndose más histriónica y ronca hasta que llego a su cúspide con una retorsión violenta de su cuello y brazos. Un crujido de huesos y cartílagos rompiéndose dominaron el ambiente mientras ella se iba reptando por el pasillo como si fuera un camaleon ante sus miradas atónitas. Gabriel intentó seguirla, pero un rasguño hórrido en el pecho lo frenó en seco. Su camisa estaba intacta, mas su pecho estaba lacerado, como si una garra con cuatro uñas hórridas se hubiesen clavado en su piel.
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Editado: 14.09.2023