No llores, mi Princesa

CAPITULO 15

Poco a poco, los pesados párpados rojizos e hinchados de Catalina se cierran. Sin prisa, aparto el cabello de su rostro admirando cómo la luz del atardecer la alumbra. Con cuidado de no despertarla, abro la puerta y me recuesto en el auto. 
Las declinaciones rosadas del cielo se extienden sobre la ciudad, y pronto la noche tomará su lugar. Pronto, el Cuervo volverá a salir.  
Cierro los ojos e intento idear un plan. Mis ideas se mezclan y chocan; no logro pensar con claridad. Desde mucho tiempo, mis sentimientos contradicen mis actos. Si los escucho, tendría detrás de mí, a mi futura prometida. Una estrategia eficaz y lógica; por un lado protejo a Catalina, y por otro lado no necesito más alianza o contratos con su padre.
Los últimos rayos de luz se desvanecen con sutilidad para dejar paso a la oscuridad de la noche. Puedo sentir la temperatura caer, oler la humedad del aire, y sentir el viento frío soplar sobre mis piernas. Amo la noche, ella me pertenece, y yo le pertenezco a ella. Hace mucho tiempo que deje de reconocerme y de pertenecer a la luz del sol. Es una verdad que no debo olvidar, sobre todo con Catalina a mi alrededor. No quiero llevarla a mi mundo, ella es mi princesa y mi ángel de luz. La protegeré con mi vida, daría mi vida por ella. Pero no puedo compartir mi vida con ella. Solo así, podré protegerla. 

Con calma, camino hasta la puerta del auto, y entro. Catalina sigue en la misma posición, tensa. Enciendo el motor, y pongo un poco de calefacción. Vuelvo a adentrarnos en la autopista y aprovecho los pocos minutos que nos quedan antes de caer en hora pico. 
Me deslizo entre los vehículos antes de llegar al cruce. Debo decidirme, ¿a dónde la llevo? De todas las posibilidades, la única que me parece válida, es llevar a Catalina a mi casa. Ella tendrá que quedarse allí mientras logro ponerle la mano sobre su padre. Nadie es invencible, todos tenemos debilidades o algo que reprocharnos. Buscaré el suyo, el Cuervo encontrará su debilidad. 

Satisfecho, tomo la primera salida de la autopista, y sigo el flujo de los vehículos hasta llegar a la salida de la ciudad donde las colinas dominan el panorama. Me falta poco para llegar y Catalina sigue durmiendo. 
Minutos después, estaciono el auto justo al frente de la entrada de la casa. Salgo del coche, y abro la puerta del pasajero.

—¿Catalina? Catalina, ¿me escuchas? —Ella, se mueve, pero no se despierta. Suspiro, le quito el cinturón de seguridad, y me la llevo en los brazos. Su cuerpo contra el mío, es como una descarga eléctrica. Se siente bien y a la vez duele. Alejo todos los pensamientos e imagines de nuestros cuerpos envueltos y camino con prisa hasta la habitación de los invitados. 
La acuesto, doblo la cobija sobre ella, y me voy antes de cometer una locura. 

En la cocina, saco la comida preparada por la ama de casa, y la vuelvo a calentar a fuego lento. Por mientras, prendo mi computadora y chequeo cada correo; contesto a algunos y reenvío otros para su debido seguimiento. Estoy apagándola, cuando mi celular vibra. 

—¿Qué pasa? —pregunto a Mancha. 

—Tienes que venir, tenemos un problema. 

—¿Cuánto tiempo? ¿No puedes arreglarlo sin mí? 

—Sé que te molesta, y por lo visto no es un buen momento. Necesitamos al Cuervo. Apenas puedas, mejor. 

—Estaré en quince —digo, antes de colgar frustrado. 

Apago la estufa y continuo de preparar la mesa. Un plato, cubiertos, un vaso de vino tinto, una servilleta de seda y listo. 
Voy a mi habitación. Me ducho en cinco, y me visto con mi atuendo de noche. Me quito las cadenas de oro, mi anillo de plata de mi meñique, y mi reloj; en su lugar me coloco una cadena de plata con el dije del cuervo, mi anillo de plata con la calavera en el mayor. En el espejo dejo mi pelo caer sobre mi frente, pongo mis guantes de cuero rojos con mi chamarra negra. Por último, los botines de cuero a juego. Luego, abro la gaveta escondida detrás del espejo y tomo dos navajas; la primera con un elástico en mi antebrazo derecho, la segunda en el estuche de mi perna derecha. Por último, la pistola, como siempre debajo de mi axila izquierda en su estuche. Echo una última mirada al espejo, y me voy. 
De paso a la salida, tomo las llaves de mi Betty. Estoy por cruzar la puerta, y dudo. Catalina está en el cuarto de la par.
¿Y si se despierta mientras no estoy? Maldiciéndome, camino de vuelta para la cocina, y escribo un “Catalina, volveré pronto. Alessandro”. Observo mi mensaje, es impersonal, justo lo necesario: no estoy satisfecho. Frustrado, juego con el lápiz, ¿me quedo o no quedo? 
¿Por qué tengo un mal presentimiento? Ella está a salvo, aquí, nadie la molestará; y yo tengo a mi pandilla. Con esa idea en mente, dejo el lápiz sobre la mesa y bajo hasta la cochera. 
Allí, como siempre, paso mi mano en sus delicadas y potentes curvas. Jamás me cansaré de ese ritual. Sin perder más tiempo, monto a mi Betty, la enciendo y dejo la emoción del ruido del motor junto con su vibración expandirse por mi cuerpo. Feliz, acelero con prisa hasta adentrarme en la noche ya avanzada . 

Apenas llego al cuartel, estoy impresionado por la cantidad de motos estacionadas. Corto el contacto de la mía, me quito el casco y me dirijo hacia la masa. 
—¿Por qué tardaste tanto? —me reprocha, Mancha. 

—Cuéntame lo que ocurre en vez de quejarte —le ordenó, molesto. 

—Hubo una pelea entre Ardilla y uno del clan de los Diablos. 

—¿Ardilla? ¿Ese mocoso?

—Murió, Cuervo —me lanza Mancha, tirando su cigarrillo al piso para aplastarlo con rabia. 

—¿Murió? —repito impactado —. Pero si apenas tiene 19 años. ¿Quién fue? 

—Ese es el problema, fue el líder, Cuervo. Por lo que supe, Ardilla se metió con su hermana menor. Quiso darle una lección, pero el chico cayó mal, su cabeza pego contra el borde de la acera. Lo llevaron al hospital, pero ya era muy tarde. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.