No llores, mi Princesa

CAPITULO 17

Lo primero que siento al despertarme es el sol impactándome los ojos con crueldad. Con el cerebro abrumado, solo intento incorporarme… cuando de pronto, pego un brinco y los recuerdos de esta noche vuelven a mí. Los ojos de Catalina, el calor y la suavidad de su piel, los gemidos de su voz llamándome. Y me maldigo. Porque… sé que ella no está a la par mía. No quiero abrir los ojos, no quiero enfrentar la realidad. Hace unos minutos, o unas horas, escuché unos ruidos en la casa: puerta que se abría, pisadas por el apartamento, agua de ducha chorreando, y el pitido de la cerradura de la puerta principal activándose. Maldiciéndome por no haberme despertado, me levantó desnudo y me dirijo hasta la ducha. Fría, porque no merezco otra cosa. De inmediato, grito y aprieto los dientes con fuerza. Catalina se fue, y no puedo culparla. Esta noche no debía pasar. No de esa manera. Sí, quería a Catalina en mi cama. Quería que ella tuviera un buen rato, conmigo, y yo con ella. Un instante de deseo y goce. Pero jamás pensé que nuestra unión fuera a ser tan… intensa. Sin duda alguna, no fue solo sexo. Fue… ni siquiera quiero ponerle nombre. No quiero. Por tantos motivos; porque todos y cada uno de ellos van en contra de lo que soy y de lo quiero. No quiero sentimientos, no quiero pasión, no quiero tener que preocuparme por alguien más que no sea mi persona, y mucho menos otra mujer. La única mujer en la que debo pensar es en Lucy, y ninguna otra mujer. Traición, es la primera palabra que me llega a la mente. Traicioné a Lucy y defraudé a Catalina. Cuando el recuerdo de las laceraciones en su espalda debajo de mi tacto llegan a mi mente, reviento mi puño sobre la cerámica de la ducha. Imbécil. ¿Y ahora? Ahora, solo dejo el agua helada refrescar mi mente porque necesito pensar con claridad, ahora más que nunca.

Cuando castañeo mis dientes, decido que mi penitencia es suficiente y salgo para secarme con prisa. Voy hasta mi closet, y me visto sin pensar con ropa formal del día. Al momento de escoger un reloj, realizo lo poco que me queda para llegar a la universidad. Catalina, ¿cómo te fuiste? ¿Acaso llamaste un taxi? Normalmente, ellos no llegan hasta aquí. Será, que llamaste a ese… Ni quiero pensar en esa posibilidad. Molesto, termino de atar mi reloj y me dirijo a la cocina. Allí, lo primero que veo es el cuadro de Lucy y yo sobre la encimera de la isla. Y comienzo a reir. De pronto, lo único que quiero es estamparlo contra la pared, cualquier pared y abofetarme de paso. Debí guardarlo, ¿por qué no lo guardé? No lo hice, porque nunca pensé tener ese grado de complicidad con Catalina. Y la palabra complicidad es sin duda alguna un eufemismo, “bomba” sería la palabra correcta. Bomba, polvora, explosión, terremoto, cualquier palabra de esas es una pálida descripción de la noche que pasé con Catalina. ¿Por qué te fuiste, Catalina? ¿Por miedo, por vergüenza, por timidez? O quizás, por las mismas razones que tuve al despertar. ¿Acaso lamentaste no haberlo hecho con Antón? Esa idea, me hace reventar de una risa amarga, por que Dios me ayude si ella realmente corre a su lado después de haber estado conmigo, de esa forma.
Miro el cuadro de Lucy conmigo. Es una foto digna de cualquier portada de una novela romántica: la nieve, las sonrisas, la mirada llena de felicidad… Pero ahora que estuve con Catalina, entiendo a la perfección que el amor que sentí por Lucy era cariño… nada más. La palabra “traidor” vuelve a mi mente. ¿Será por eso que te fuiste, Lucy? Porque al final de cuentas mis sentimientos no igualaban a los tuyos. Si solo me hubieras explicado, pienso al tomar nuestra foto en mis manos. Si solo hubiera tenido el valor de terminar nuestra relación cuando era tiempo, a lo mejor seguirías con vida. Con pesar, vuelvo a guardar la foto a donde estaba anoche; y enciendo la máquina de café poniendo una taza debajo del chorro; el ruido del café triturándose invade el apartamento, y distraído miro la cocina. Cuando algo en la pizarra me llama la atención. Sin creer lo que veo, me acerco. Sin duda alguna puedo leer la escritura de Catalina justo debajo de mi mensaje de ayer: “Alessandro, gracias. No me busques.”

Esas palabras son como un detonante en mi cabeza. Cada una de sus palabras me enojan, y me ponen fuera de control. Cada una me hace sentir como un idiota. Y riéndome, entiendo que Calina pensó exactamente lo mismo que yo al despertar. ¿Gracias? Como si acaso le hubiera hecho algún favor para agradecerme, solo fui un maldito que se aprovechó de ti, Catalina. Nada más con esas dos palabras quiero… Bien que no estás aquí Catalina, porque te haría suplicar hasta entender que la palabra gracias es la única que no debiste pensar; y qué decir con “no me busques”.
—No te busco, Catalina. Ok —digo en voz alta, mirando la pizarra como si fueses ella—. No te buscaré en la universidad, tampoco en las reuniones futuras en la casa de tu padre, tampoco en las recepciones donde estarás por seguro. Y tampoco lo haré, cuando nuestros padres anunciaran nuestro compromiso…. ¡Maldita seas, Catalina! ¡Maldito soy!

Todo se salió de control, no tenía que haber ocurrido de esa forma. Catalina y yo iba a ser como un paseo, tranquilo y sin problemas.




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