Domingo 9 de septiembre
―¡Oh mierda! ―murmura Matilde a su lado. Andrea todavía mira hacia el campo con gesto estupefacto. ¡Oh, mierda!, es una buena expresión para lo que ha pasado.
―La falló ¿verdad?
―¿Qué? ―Matilde la mira con cara de: no te creo que me estés preguntado eso―. ¡Claro que la falló! Como dice un amigo de internet: ¡La ha cagao!
―Pobre.
Y es que no se trata de sólo fallar un gol y ya, vámonos a casa. La afición grita y aplaude las buenas jugadas, y silba y abuchea los fiascos como aquél. De modo que los mismos que el domingo pasado vitoreaban al joven, en esta ocasión silban y gritan algunos insultos. Andrea no entiende bien cómo algo tan simple como un juego puede provocar semejantes reacciones en las personas.
―Pues sí, pobre, pero tampoco es para ponerse a llorar. Ya se le pasará. Pero a ti te puede servir.
―¿De qué hablas?
―El chico está devastado, y lo estará por lo menos lo que resta del día y la noche. No creo que alcance hasta mañana o más días, aunque quién sabe. A lo que iba: necesitará consuelo.
―¿Quieres que vaya a donde está? ―No, nunca se atrevería a hacer algo así.
―No ahora, probablemente esté demasiado triste o demasiado molesto y seguro pasa de ti, eso si tienes suerte. Lo que hacer es puedes mandarle un mensaje, lo más probable es que no te responda ahora o ni se dé cuenta, pero cuando lo haga pregúntale si quiere hablar, lo mejor sería que quedaran en algún sitio, pero en tu caso, una llamada servirá. No me mires así. Aprovecha las oportunidades de la vida, chica. ¿Qué tal si vamos a almorzar? Mamá dice que preparó Rice and Bean. Yo no sé inglés, pero a mí ese nombre me suena gringo. ¿Por qué rayos una comida típica lleva nombre yankee?
―¿Y a ti qué mosca te picó?
―No lo sé, pero vamos a casa.
―¿No dijiste que Mati necesitará consuelo?
―¡Qué Mati soy yo! Y mira, ya se va.
―Estás cómo exaltada.
―¡Anda ya! Mejor mira.
Era cierto, el joven se había quitado el uniforme y se dirigía a la salida más lejana, que quedaba al otro lado del campo. «Me dijo: espera te pueda ver, sin embargo se va. Aunque pensándolo bien, en sentido estricto sí me vio».
Suelta un suspiro y accede a irse con Matilde. Matías debe estar shockeado por fallar la jugada que definía el partido. No puede hacer otra cosa que estar allí para cuando la necesite. Por lo pronto, un mensaje como recomienda Matilde. Y paciencia. Tiene que tener mucha paciencia.
*******
―Vamos a casa ―dice la joven. No es una petición, es una orden.
Alfredo se siente hastiado con la actitud de la joven. Está pasando algo de lo que él no se entera. Se ha portado todo el día como un cachorrito complaciente. Le compró una rosa (porque sabe que a Karolina no le gusta lo ostentoso, de lo contrario le habría comprado la floristería), chocolates, no la ha presionado para que vayan a un lugar más divertido y ha llevado más sol que un garrobo, para que al final la chica resulte molesta por quien sabe qué cosa.
―Vamos ―accede.
Su intención era llevarla a almorzar, no al sitio del jueves pasado, luego ir a dar una vuelta. Ahora su buen humor se ha esfumado. Tras lo del jueves se había propuesto ser un caballero, un cursi romántico, ser ese bobo que las chicas como Karolina anhelan, pero si ella no pone de su parte, ¡al carajo con el chico buena onda!
―¿Ocurre algo? ―pregunta con tono seco mientras van por su carro.
―No. No pasa nada. No te preocupes.
Para colmo se encierra en sí misma. Alfredo siente la frustración en sus venas, más que frustración es rabia. ¡Mierda! Si la noche del jueves él había tenido la culpa de que se fuera al carajo, en esa ocasión sí que no tiene idea de qué ha salido mal.
Bueno, una idea sí que tiene. Ese flacucho del partido. Se habían sonreído antes del empiezo de la segunda mitad. Se estuvieron mirando antes de que iniciara el juego. Se buscaban con la mirada varias veces. Y lo de la semana anterior. ¡Mierda! ¡Si hasta se enojó cuando él se mofó del imbécil! ¡Y luego se hablaron! ¡Y ella le dijo algo al oído!
¡Qué imbécil había sido! Las señales estaban allí, y él, montado en su ego, las había pasado por alto. Aunque, bueno, por qué iba a pensar que ese chico podía competir con él, solo había que mirar y comparar. Pero… ¡ah, maldito!