Sábado 22 de septiembre
Karolina abre los ojos por la sorpresa. Se irgue y estira el cuello por si logra mirar al remitente del mensaje.
Al final Javier la había terminado convenciendo de entrar a una venta de antojitos. Después, sin saber cómo, la joven se encontró tomando otro licuado y con la misión de terminarse una porción de tostadas.
No mira a nadie conocido a través de la malla metálica que cerca la mitad superior del local. El establecimiento se encuentra en una zona con bastante tráfico y los comensales son visibles para cualquiera que gire la vista hacia allí.
Ale: ―¿Ya le estás poniendo los cuernos a Matías? (Una carita guiñando un ojo y luego otra sonriendo).
Son sólo chanzas de su amiga, pero se da cuenta que para cualquier otra persona parece estar en una cita con un chico. Un chico nada feo, para terminar de amolarla.
―¿Sucede algo? ―pregunta Javier que se percata enseguida de su agitación.
―No ―miente―. Se trata de mi amiga, Alejandra. Al parecer sabe que estoy aquí.
«Y si ella lo sabe, lo puede cualquiera».
―Alejandra es la colocha ¿verdad?
―Sí. ―Cualquier deseo de platicar se ha ido de pronto.
Tiene que irse cuanto antes. Pero, ¿por qué? No está haciendo nada malo. Tener amigos no tiene nada de malo. Estar allí sentada compartiendo un licuado con un amigo no tiene de malo. Salir a dar una vuelta con un amigo no tiene nada de malo. O al menos así debería ser.
―Podrías ir con ella a la iglesia ―continúa Javier. Presiente que no está teniendo éxito, pero como hizo Jesús y los apóstoles, su deber es intentar guiar a las almas por el buen camino. No tendría tranquila la conciencia si no lo intenta, si sus palabras calan o no, ya depende del Señor―. Tú y tu mejor amiga, sirviendo a la obra del Señor, sería lo más maravilloso que les podría suceder…
―No voy a volver a los servicios de la iglesia ―ataja Karolina, más cortante de lo que pretendía. Si no lo corta, Javier se extenderá en un monólogo en el que no hace más que repetir lo mismo que repiten los pastores, sobre la bondad de Dios, los planes de Dios, lo feliz que se vive sirviendo a Dios y un largo etcétera. Honestamente está cansada de oír lo mismo, más en esos instantes―. Ya te expliqué por qué y no hay más que hablar.
―Dices que no sabes si crees en Dios, pero ¿no te ha bendecido Dios?
―Estoy bien, eso es cierto ―reconoce la chica―. Aunque no creo que sea cosa de Dios. Es cierto que tengo una familia, amor, salud, techo, vestuario y algo que llevarme todos los días a la boca. Pero, ¿qué he hecho para merecerlo y qué han hecho para merecerlo aquellos que viven en la indigencia y no tienen nada?
―Y porque tienes lo que ellos no, tienes que estar agradecida.
La joven sonríe con ironía y se pone de pie.
―Lo que tengo que hacer es irme. Y no te sientas mal por mi renuencia, tú ya cumpliste.
―No me siento mal. Como ves, estoy tranquilo.
―Bien por ti. Ahora me voy. ―La joven se pone de pie.
―La que está desosegada eres tú. Lo estás desde que recibiste ese mensaje. ¿Es tú novio?
―No.
En ese instante vibra de nuevo su móvil y al ver que se trata de Matías el corazón le da un salto. De pronto tiene miedo de leer los mensajes que el chico le ha enviado. ¿Y si también sabe que está merendando algo con un chico que él no sabe que existe?
―Te has puesto pálida ―señala Javier que saca la cartera para pagar la refacción que sólo él se ha terminado.
La chica no responde. Suelta un suspiro y entra a los mensajes, las manos le tiemblan levemente. Una sonrisa bailotea en los labios cuando termina de leer. Sólo es su chico diciéndole que se ve guapísima en la último selfie que le mandó, que la ha pensado durante toda la mañana y que ya va de regreso a Las Cruces.
Y ella debe regresar a casa.
―Buenas noticias, supongo.
―Algo así. ―Toda la tensión y el miedo la abandonan en un santiamén.
―Me alegro. ―Pagan a la chica que los atendió y salen a la calle―. ¿Quieres caminar o llamo un moto-taxi?
―Caminemos. Hace un día demasiado precioso.
El amor es así. Un simple mensaje de la persona que ama arranca sus temores y le vuelve brillosa la sonrisa.
Y también un simple mensaje puede mandar todo por un caño.