Cinco años después.
Cerca del internado "Mayfield Saint Leonard " (Sussex del Este).
- No me puedo creer lo que estamos haciendo. Si se llega a enterar la directora nos expulsan. Sabes lo que estoy diciendo.
La otra joven puso los ojos en blanco al escuchar a su amiga y compañera quejarse.
- Shhh. Si dejas de quejarte no nos descubrirán - se recolocó de nuevo la peluca encima de sus cabellos rubios.
Vio que Amanda quería replicar pero cerró la boca. Cassandra ocultó una sonrisa. Gracias a su amigo, Robert, el ayudante de las cocinas iba a disfrutar de una noche libre de ataduras y de reglas. Considerando que llevaba más de medio año encerradas en el colegio sin salir. Eso era un buen motivo para las jóvenes de romper las leyes. Estaban cansadas de permanecer en un lugar por castigo de sus progenitores. Además se merecía ese trozo de libertad antes de volver a la institución.
Cassandra podía recordar perfectamente como su padre sin remordimiento decidió internarla en ese colegio para niñas, lejos de su hogar, por creer a su madrastra de su comportamiento impuro. No la creyó. A pesar que era su hija, no lo hizo. Había pasado cinco años de aquella desafortunada decisión de su padre. Esa espina la tenía guardada en el alma como una traición. No sabía si llegaría a perdonar su falta de confianza y su condena hacia ella. ¡Era su padre! Deberá haber creído en su palabra. Sin embargo, creyó a su madrastra.
El paso del tiempo no había menguado su odio hacia aquella mujer. Por culpa de ella, su padre había creído lo peor, había matado su confianza y ahora estaba en ese lugar que no conocía a nadie. Por suerte, conoció a Amanda, una joven despistada pero buena de corazón. Con ella, había sido menos el suplicio de estar en esa "prisión".
Las maestras no las trataban mal, eran exigentes. Sin embargo, la mayoría de sus compañeras no se podía decir lo mismo de ellas y más cuando trataban de seguir a una líder, esa líder era Samantha. Esa chica era la líder de sus compañeras. Era la reina abeja de un lugar que nadie quería estar pero que estaban obligadas a permanecer porque sus padres habían tomado esa decisión. Menos mal que no se había enterado de sus planes, porque hubiese ido con el chisme a la directora y hubieran pagado un grave castigo.
Las dos trataban buscar el lugar donde Robert le había dicha para reunirse. Por suerte, reconocieron la figura de su amigo en la esquina de una posada. Se podía escuchar el jolgorio que estaba montando adentro.
- Robert, ya hemos llegado - susurró. Las dos jóvenes se habían puesto dos capas para ocultar su identidad.
Debajo de las capas, se habían puesto dos disfraces y dos pelucas.
- Menos mal, me estaba empezando a preocupar - suspiró luego esbozó una sonrisa -. Tratad que nadie se os acerque. Parece ser que hoy el ambiente está más que caldeado.
- No nos asustes - se quejó Amanda, estaba pensado que podría llegar a pillarles.
- Tranquila, no haré que nada malo os pase - hinchó el pecho como un caballero más y extendió a ambos brazos para que sus amigas se agarraran a él -. Seré vuestro protector.
- Eso suena mal - frunció la nariz Amanda y Cassandra ocultó una sonrisa.
- Amanda, no pienses más y disfrutamos de esta noche, por favor - le pidió Cassandra.
- Está bien pero como alguien nos reconozcan o peor aún si alguien del colegio descubre que estamos a aquí, date por segura que nos quedamos sin pisar la calle un año. Además, nos ganamos unos latigazos.
Cassie resopló. Amanda nunca cambiaría.
En la posada del Tío Tom estaba a rebosar de gente. Había llegado turistas de otras zonas cercanas a Sussex. El tabenero no se podía quejar que esa noche ganaría unas buenas propinas. Aun así, frunció el ceño cuando vio tres personas, dos de ellas desconocidas. Pero no le dio más importancia. Envío a su mujer para que los atendieran, mientras él supervisaba que ninguno de sus clientes y parroquianos se fueran de la raya. Durante la noche, se había fijado el ambiente tenso entre dos grupos de hombres. Quería observar que no se les fueran de las manos. Estaría mal visto que en su posada hubieran más trifulcas y peleas. No era buena señal para su negocio.
- ¿Qué os apetece de beber, chicos? - les preguntó la mujer a los tres chicos.
Cassandra no paraba de observar el lugar donde estaba. Hacía mucho ruido. A pesar del ruido, era un lugar que invitaba a la calidez y pasárselo bien.
- Pues a mi me pones una pinta de cerveza y a las damas...
- Añada otras dos para nosotras - dijo Cassie ganándose un grito de sorpresa por parte de su amiga y otra mirada risueña de la mujer.
La mujer del tabernero se fue a por las bebidas.
- ¡Cassandra! - gritó y dándose cuenta que más de uno se giró, bajó la voz -. No podemos tomar esa bebida. Nos la tienen prohibida.
- Estamos esta noche para romper las normas - Robert aplaudió el comentario de la joven.
- Bueno, tendrá que haber una cabeza que piense.