No sabía si hacía lo correcto o no, pero estaba a dos pasos del famoso burdel de Madame Rose, donde los hombres y mujeres pecaban en los placeres más oscuros del ser. La niebla era un manto blanco que rodeaba las calles londinenses, ocultándolas tras su halo fantasmagórico. No era una noche que invitaba a salir, sino más bien a resguardarse en la casa.
Tragó saliva y pagó al cochero que le había llevado hasta allí. Levantó la vista y miró el cartel, el cual indicaba el nombre del local, nada menos que el propio nombre del pecado. Chasqueó la lengua contrariada y avanzó hasta la puerta. Se detuvo al ver un guardia a fuera. Parecía imponente e intimidaba. Su cuerpo corpulento ocupaba el ancho de la puerta. Tenía que mostrar seguridad si quería entrar.
- Invitación - le espetó el hombre sin intentar ser amable.
Parecía que uno podía entrar con invitación o tarjeta, era algo exclusivo si quería uno disfrutar de las diversiones que ofrecían. Cassie apretó el trozo de papel antes de dárselo. El desconocido mensajero tuvo el detalle de enviárselo junto con la nota. El hombre corpulento le evaluó con la mirada. Ella trató de no mirarle a los ojos, temía que pudiera descubrir su identidad. No llevaba a nadie consigo. No podía peligrar su reputación trayendo a su doncella que se desmayaría antes, a su nana (la mataría si supiera lo que había hecho), o a su hermano que la encerraría en su habitación antes que cometiera esa estúpida locura. Estaba sola en eso. Había hecho caso a la nota, llevaba ropas negras y había ido a la hora que los duques estaban dormidos, incluidos los del servicio. Parecía una viuda negra.
La joven permaneció rígida hasta que el guardia le dijo que pasara con esa voz autoritaria. Menos mal que no tendría que verlo más. Entró y le llegó a las fosas nasales un perfume dulzón. Como fresa y caramelo. Demasiado empalagoso. El vestíbulo estaba decorado por los colores rojo, berenjena, burdeos y dorado. Había como un mostrador. En el fondo se podían escuchar las risas estridentes de los hombres y los gritos alegres de mujeres. Enfrente de ella había una escalera caracol que daba lugar a la segunda planta y tercera del edificio. ¿Cuántas habitaciones habría?, se preguntó mientras intentaba no ponerse más nerviosa aún. El olor, los gritos, los colores la estaban afectando.
- Buenas noches, querida - una mujer de cabellos negros, atractiva y para nada refinada, apareció ante sus ojos interrumpiendo sus pensamientos.
Asintió sin pronunciar palabra.
- Creo que es nueva por aquí - ladeó la cabeza curiosa por la mujer vestida de negro. En su negocio, había visto de todo: viudas, mujeres casadas que querían escaparse de la monotonía del matrimonio pero nunca una mujer tapada de pies a cabeza de negro. Actuaba con timidez. podría la mano en fuego si tenía enfrente a una joven virginal -. ¿Qué le ha traído a este maravilloso lugar?
Cassie carraspeó y se acercó a la mujer para hablarle en voz baja.
- Señora...
- Llámame Rose - le señaló con una sonrisa -. Aquí no nos mostramos tímidos.
Sus palabras la sonrojaron, entendió la doble intención de su comentario.
- Verá, no he venido aquí porque me interese participar - ignoró la ceja arqueada de la mujer -. Necesito saber si se encuentra dicho hombre.
Rose se envaró y su sonrisa desapareció.
- Si es una mujer despechada que quiere encontrar a su marido a las faldas de una de mis chicas, le pediré que se marche - no fue delicada, es más, la cogió del brazo dirigiéndose a la salida.
- No, por favor - suplicó y se detuvieron. Se soltó de la mano de la señora -. No se imagina quien soy. Ayúdame y le pagaré por el servicio que me preste.
Su oferta hizo que la señora la soltara y la mirara de nuevo.
- No estoy para juegos - ahora entendía como podía llevar un negocio, esa mujer tenía carácter y no se andaba con sutilezas -. Dime una razón para no echarla de aquí.
- Alguien me mandó esta nota - se la enseñó y la morena se la arrebató. Frunció el ceño
- ¿Quién es su prometido?
Suspiró y dijo:
- Se lo diré si me promete que guardará silencio sobre mi identidad.
Era de suponer que si le decía quien era su prometido, sabría que ella era la hija del duque Werrignton. Aún la prensa hablaba de su compromiso; ni siquiera sabía la mitad de las cosas que había ocurrido entre ellos.
- No se preocupe, yo mantengo el nombre de mis clientes en la más estricta discreción. Ven - le señaló una puerta que había a su derecha -. En mi despacho podremos hablar con más tranquilidad.
- Gracias.
El despacho era una habitación coqueta en la que le impresionó al ver estantes repletos de libros, un escritorio y un buen fuego en la chimenea. Se acercó al fuego, estaba helada.
- Le apetece brandy, whisky...
La joven hizo un gesto con la mano rechazando la oferta.
- No bebo alcohol - negó con la cabeza. Tenía un nudo en el estómago, si tomaba algo, lo echaría por la boca y no sería agradable verlo.