Presente
La hora del té era una tradición sagrada, y para la familia Rawson, que defendía y apoyaba las costumbres, la que más. Cada tarde había invitados, mejor dicho, invitadas en la casa de lord y lady Rawson. La gran anfitriona invitaba a sus selectas amigas a pasar la tarde con unos pastelitos y el té, el mejor que preparaba su cocinera. Por no decir, que desplegaba una preciosa mantelería y un juego de té que sería la envidia de la porcelana china. Estos detalles hacían que las presentes la elogiasen y lady Rawson quedará más encantada con dichos elogios, empapados de mucha azúcar. Sin embargo, no siempre era suficiente empacho para la mujer.
Entre las amistades de la señora no podía faltar la tía de Erikson. Desde que se habían prometido su sobrino y la hija de Rawson, no se perdía ninguna tarde de té. Es más, le daba la sensación a Clarette que estaba vigilando sus pasos, y eso para su alma, era un hastío. No era lo único que aparentemente se dedicaba la mujer. Cualquier pormenor o insignificante gesto, la mujer estaba pendiente para resaltárselo. Como águila al acecho de su pobre víctima que no tenía culpa de estar en la cadena alimenticia y ser una débil criatura fácil de atrapar.
¡No era su madre y estaba tomando derechos que no le correspondían!
Una vez le dijo algo de este asunto a su prometido, que vino a cenar con sus padres y con ella. Cabe destacar que su hermana desde que se casó no vivía en la casa. Como era evidente y normal, residía en la casa de su marido. Cuando le dijo la situación que estaba pasando con su tía, su prometido simplemente encogió los hombros y añadió:
— Debe acostumbrarse a la tía Margaret. Ella lo que hace y le dice es por su bien. Además, me sorprende su recelo hacia ella.
— No es recelo — musitó casi con enfado, pero el hombre que tenía delante era tan terco como su tía —. ¿Cómo se sentiría que en cada paso que da, fuera vigilado y reprochado?
— Exagera. Trate en simpatizar con ella —dijo dando por finalizada la conversación.
— ¡Claro a ti no te diría nada porque eres su sobrino predilecto! — masculló para sí misma sabiendo que no la escuchaba —. ¡Hombres!
¿Había sido una tonta por aceptar ese compromiso de conveniencia?
Sabes que es la decisión correcta y es lo mejor si quieres conseguir una vida tranquila y perdonarte.
Después de ese comentario, dicho caballero fue a fumar con su padre en el salón mientras su madre y ella se entretenían mirando las absurdas paredes, que estaban más vistas después de 30 años. Se sorprendía que siguiesen en pie y sin ninguna señal de humedad. Clarette trató no dejarse vencer por la resignación, aunque parecía ser que la resignación era parte de ella como sus ojos o manos.
Volviendo a la situación actual, no había cambiado nada respecto a lo que le comentó a Erikson. No había mejorado su relación. Ni ella creía que podía mejorar. Lo que hacía que se retrajera más y se callaba. Realmente, no era mala mujer. La tía era como su madre. Siempre delicadas y perfectas. Inmaculadas y sin ninguna mancha en sus vestidos que se les pudiese reprochar. En cambio, ella... Sí, estaba manchada y no precisamente era una manchita que se podía quitar fácilmente con jabón.
Cuando acabó la hora del té, pudo decir una excusa plausible para salir de ese ambiente agobiante. Por ejemplo, que le dolía la cabeza. Realmente no era una excusa. Le dolía. Su madre la dejó de marchar no sin tener las atentas miradas de ellas en su figura. Fue hacia su habitación, la misma que había compartido con su hermana antes que ella se fuera. Entró y fue directa hacia su cama.
Su doncella tan diligente como era, todos los días y a la misma hora, le había dejado el periódico sensacionalista debajo de la almohada para que no lo viese su madre. No podía leerlo delante de ella, y menos en a la presencia de la tía de Erikson. Ahí podía cometer la tontería de ganarse una buena regañina. No era apropiado que ella leyese. Su madre, años atrás, le había intentado quitar esa costumbre, cosa que no había erradicado y ella pensaba que sí. Lo hacía a escondidas para que no tuviera la menor sospecha de ello. Se había cansado de tener que soportar sus reproches y comentarios. Al menos, cuando lo hacía a escondidas, no la escuchaba. Una gran ventaja. A pesar de los pinchazos en la cabeza, cogió el periódico a la espera de ver alguna noticia interesante.
Aunque no lo quería pensar, ya que verlo en aquella fue reabrir viejas heridas y recuerdos, lo hizo. No podía quitarse el cosquilleo y el temblor de las manos al coger las hojas del periódico y pasarlas deprisa para ver si había alguna noticia de él. ¿Estaba volviéndose loca o lo estaba por estar ansiosa de querer saber una noticia de él?
Había pasado una semana sin saber nada de él. Parecía que se había esfumado. Ya no iba a acompañar a sus padres a las fiestas que se celebraban como lo hizo en aquella noche. Se arrepentía, como otras veces, de no haberle dirigido más que tres palabras. De no haber sido capaz de hablarle, de sacarle una sonrisa, un gesto... ¡Algo, que la hiciera notar enfrente de sus ojos! Sin embargo, no lo había hecho antes... ¿Cómo lo iba a hacer ahora? ¿Cómo podía ser visible cuando antes era invisible para él? No podía retroceder y cambiar. No podía volver y ser otra Clarette. No podía hacerlo y más cuando en el fondo del cajón había secretos.