No me odies #5

Capítulo 24

Clarette al despertar se preguntó si lo que había vivido en la anterior tarde había sido producto de su imaginación. Pero no lo fue, una sonrisa bobalicona se extendió por sus labios y estiró los brazos, llena de felicidad. ¡Qué mejor levantarse de una buena mañana recordando los besos de Charles! 

Una criada entró en la habitación y fue a correr las cortinas dejando que los rayos del sol se dejaran deslizar a través de las grandes ventanas. Más tarde, apareció su doncella con una sonrisa amable en los labios. 

— ¡Buenos días! ¿Cómo ha amanecido? 

— Me he levantado de maravilla — se estiró un poco más sin importarle que el gesto perezoso no era bien visto en una dama — . ¿Me podrías pedir un baño? 

— Por supuesto. ¿Quiere desayunar abajo o prefiere mejor aquí?

— Aquí, si puede ser —no le apetecía ver a sus padres. 

Ayer pudo escapar de ellos porque habían llegado más tarde de lo acostumbrado. Parecía ser que la velada se alargó a las tantas de la madrugada, por lo que tuvo suerte de no encontrárselos. Tenía un poco de miedo que al verla sospechara de lo que había hecho, aunque era una ridiculez pensarlo porque ellos no estuvieron en el East End. 

No tardaron mucho en subirle los cubos de agua, mientras se desnudaba enfrente del espejo. Se percató de algo que no se dio cuenta ayer. Estaba en una nube de dicha que no vio que tenía como una pequeña mancha circular oscura, entre una tonalidad marrón y violácea en su cuello. Es justo donde le dio el mordisco. Avergonzada se tapó el cuello utilizando un mechón de su cabello como pañuelo. Su doncella no se había fijado.

—No hace falta que me ayude — inquirió nerviosa —, puede irse y descansar hasta que la llame de nuevo.

— Sí, señorita.

Gimoteó cuando se pudo quedar sola. Lo que dio la oportunidad de mirarse de nuevo. Se rascó en la mancha y no se quitaba. Un escalofrío la recorrió cuando sus uñas rascaron la piel sensible. 

 Como su madre la llegase a ver, la iba a matar a golpes. Debería haberse sido más prudente y haberle parado un poco los pies.

Ja, eso nunca lo hubieras deseado.

¿Qué podía hacer?

Mortificada fue hacia a la bañera y trató de quitárselo con agua y jabón. Pero qué ilusa era, no desaparecía. Trató de tranquilizarse. Era la primera vez que alguien la marcaba. Aunque se sentía azorada, no podía parar otras sensaciones desconocidas y punzantes se adueñasen de ella. Alzó nuevamente la mano hacia la zona del cuello, no sin recordar como Charles le había besado y dado un mordisco. Justo ahí. 

Cerró los ojos queriendo, para su mayor vergüenza, que lo volviese hacer. Otro escalofrío le recorrió por la espina dorsal erizando de paso su piel desnuda. Debía ponerle remedio antes que alguien se percatara. Se lavó rápidamente. Algo tenía que hacer. Después de bañarse, se vistió sin la ayuda de su doncella, no quería tentar a la suerte, y la viera con la marca. Aunque era discreta, no podía fiarse. Se puso un vestido sencillo de cuello alto que la ocultara, y se hizo una trenza ya que no tenía la habilidad de hacer un moño sin que este se deshiciera en segundos. Satisfecha con el resultado, buscó a su doncella para que la acompañara. Estando su madre en casa, era lo mejor, sino la regañaría por ir sola sin la compañía de ella. 

Rezó para que la salida no fuera en vano. 

— ¿A dónde vamos, señorita?

— A la consulta de Mayfair —miró a la mujer que  asintió sin reprocharle. 

Solo había estado una vez en esa consulta cuando fue a pedirle el puesto de enfermera. Había pasado mucho tiempo desde ese día. Dos meses, quizás. ¡Cómo había cambiado su relación hasta ayer! No podía creérselo. No sabía cómo actuar  cuando lo tuviese enfrente de ella. ¡Estaba que le atacaba los nervios! Aunque daba una apariencia tranquila, por dentro se moría. Unas manzanas más que recorrieron llegaron a la consulta. Estaba en el barrio Mayfair, una zona elegante y refinada. Era la otra cara de la moneda, muy diferente a la otra. No pudo evitar comparar ese edificio de paredes color pastel, al de East Eand, que estaban viejas y húmedas. Se notaba a la legua que uno era de los pudientes; la otra, de los más pobres. 

Respiró antes de entrar. En esa puerta no hacía falta cerrojo porque nadie les iba a robar, ni entrar cuando le diera la gana. Ni siquiera había personal para recibirle, es decir, un secretario como sucedía en el otro lado. Claro está, ella era la secretaria. No había gente en el vestíbulo. Podía ser que ya había despachado los pacientes que tenía a esa hora o había alguien todavía dentro. Esperó el suficiente tiempo para saber que no había un paciente en el interior de la habitación. De todas formas, tocó la puerta. 

En vez de salir a recibirla, dijo en voz alta:




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