Llevaba una hora sentada en una roca a su lado, pronto, cuando el sol saliese tendríamos que regresar a casa para darle la medicación a Edrea. Mi mejor amigo.
Llevaba dos días con un catarro y había decidido salir para hacerle un fármaco.
Drunther tenía unos inviernos demasiado fríos. Cosa que no favorecía en la salud de nadie.
Llevaba unos pantalones de cuero anchos, una camisa blanca ancha y jersey de cuero, todo suyo, que me había prestado para salir por el bosque y así no resfriarme yo.
Estábamos esperando la puesta de sol cuando me quedé alelada mirándolo. Era perfecto, su era nariz recta y sus ojos negros, tan negros como la misma noche. Tenía el pelo rojizo alborotado y las pecas asaltaban sus mejillas y nariz como constelaciones. Sus labios eran carnosos y me sonreían mostrándome su dentadura brillante. Era fuerte, y guapo, tenía la suerte de decir que él era mi pareja.
Nuestra flor tradicional. Significaban amor sincero y recuerdo eterno.
Miró hacia el horizonte y yo seguí su vista. El sol se estaba alzando entre los árboles. Teníamos que darnos prisa.
Comencé a decir el conjuro en voz alta, en lengua muerta, para ser exactos.
Estábamos a dos metros de casa, cuando el olor a fuego inundó mis cinco sentidos. Me miró alertado y corrimos hasta que al llegar vimos como unos guardias salían con antorchas, de casa. Mi casa, estaba llena de fuego. El fuego abrazaba cada trocito de ella.
Se me escapó un grito ahogado y lo miré asustada.
Intenté seguirle, pero, me había echado un conjuro para que no pudiese moverme. Era como si unas manos me aferrasen al suelo.
Mi sentido me decía que algo malo pasaría, mi sentido nunca se equivocaba.
Cuando conseguí liberarme, toqué el suelo y conjuré mentalmente.
Pasé y al entrar me quedé atónita al ver tanto desastre. Mi casa estaba completamente destruida, no quedaba nada, todo había sido quemado y arrasado por las llamas.
Corrí en su busca cuando los vi, inertes. Él lo protegía con su cuerpo y Edrea estaba tumbado en la cama con rostro agonizante, sus cuerpos estaban quemados. No estaban vivos. Habían muerto.
Me acerqué intentando espantar las lágrimas y tomé sus manos, cogí un poco del fármaco y mientras trazaba una estrella en sus manos con el líquido, recitaba un hechizo.
(Deja que tu corazón se acelere, deja que tu alma reviva, deja que la vida vuelva a surgir en tu pecho, vuelve a reír. El amor nace en ti. Revivir, revivir, regresar…)
Me arrodillé entre sus cuerpos y grité. Grité y lloré. Sentí el fuego volver a atacar pero no me importó. Grité, grité tanto que no noté cuando el fuego quemó mi mano.
No distinguía sus cuerpos entre las llamas. Solo pude andar por el sendero que las llamas hicieron para que pasase.
Al salir cogí de mi jardín dos ramos de No me olvides y los dejé en la entrada. A los minutos, todos llegaron con flores. Habían muerto dos personas importantes. No sabía cómo nos repondríamos de esta.
Así que me giré, sin lágrimas en mí rostro y me dispuse a buscar otro nuevo alojamiento.
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Editado: 20.09.2024