Han pasado dos años desde que murieron, mi novio y mi mejor amigo, las dos personas más importantes de mi vida.
Es lacerante recordarlos. Lo bueno, es que Edrea, convive conmigo ya que le rogó a la divinidad, pero Él, no ha dado señales.
Estaba tumbada en la cama cuando Edrea se sentó a mi lado con una sonrisa.
Llevaba años con esa pregunta en mi mente, ¿por qué ellos y yo no?
Sabía que este tema hacía que saliese de mi cama, porque era así. Las muertes inocentes me enfurecían y hacían que me centrase solo en buscar la salvación del pueblo.
Así que me levanté, caminé por mi pequeña cabaña que estaba a las afueras de Drunther, al lado del bosque y me dirigí a mi armario.
Mi cabaña era pequeña pero acogedora, llena de estantes con especias, velas, libros, grimorios y flores.
Tenía unas tablas que cuando pasabas chirriaban y la puerta estaba llena de runas y de protecciones, al igual que las ventanas y demás puertas de la cabaña.
Mi pequeña cabaña, Sisy, como me gustaba llamarla, era yo. Había dos atrapa-sueños a cada lado de la puerta. La mesa era redonda y pequeña. No necesitaba mucho. Solo lo esencial. En una de las esquinas, había un gran altar que conducía a la única habitación que había, la mía.
Sisy guardaba muchos recuerdos. Mi habitación tenía un pequeño armario lleno de vestidos y ahí, entre la penumbra de este, estaba su capa. La guardaba con cariño.
A menudo me preguntaba si yo volvería a sentir. Si yo volvería a amar.
La cama era pequeña y el colchón estaba en buen estado. Creo que era lo único que no estaba deteriorado. Nunca me gustó la perfección. Sisy era un ejemplo de eso.
Había cosas de todo tipo y desordenadas. Como yo. Como la habitante de ella.
Cogí un vestido beige de escote recto con mangas de casquillo y me coloqué mis botas. Me recogí el pelo en un moño trenzado y coloqué las No me olvides en la misma posición que él lo hizo.
Me miré en mi reflejo y suspiré.
Mis ojos eran naranjas y mi pelo era negro. Era un contraste que hacía que mi persona fuese importante.
Era blanquecino y sus ojos eran oscuros. No llevaba montura, nunca me gustó, por el mero hecho de que era una cadena para un animal libre.
Monté en su lomo y trotamos en busca de la población herida. Todos estaban en el círculo de los árboles, en el centro del bosque, en mi lugar. En el lugar dónde curaba.
Al llegar, el frío mañanero golpeó con delicadeza mi rostro. Heiko se quedó a mi lado, cuidándome. Edrea veía a mi lado. Todos podían verlo. Todos eran brujos y él quería que lo vieran.
Yo, iba recta con el rostro inerte y me senté en el cadáver de un tronco cortado. Miré la fila que se expandía y asentí.
Un niño de unos dos años caminó con los ojos llorosos y con la mano llena de sangre. Sus ojos eran azules, parecían el mismo océano y su cabello era oscuro, como la noche. Como los ojos de Él.
Venía sin acompañante. Esto no podía ser verdad.
Me volví a fijar en el pequeño que me miraba asustado.
Poco a poco su piel se recompuso y solo quedó una pequeña marca.
Yo tenía una similar, así que para que el niño no se asustase al verla, se la mostré.
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Editado: 20.09.2024