—¿Listo el Espagueti Siracusani para la mesa cuatro?
Eran las ocho de la noche de ese mismo día. Amy había llegado a las siete al restaurant Italiano en donde había comenzado a trabajar hacía menos de un mes. Tenía una buena actitud a pesar del mal rato que le había hecho pasar Maddie en la tarde. Amy era de las personas que intentaba que la mala actitud de otros no le afectara.
Iba camino a entregar el pedido de la mesa cuatro, cuando de pronto la bandeja que llevaba en las manos comenzó a volar por el aire. El sonido producto del aterrizaje de la misma y del plato de porcelana no pasó desapercibido en el lugar. Ella había atraído la atención de todos los clientes. Su rostro, la camisa blanca que llevaba al igual que sus manos y el cabello, se habían manchado de salsa.
—Déjame ayudarte.
Aquella voz masculina la sobresaltó. Al levantar la mirada se encontró con esos ojos negros que había visto más veces de lo que le hubiera gustado.
Ceño fruncido, ojos inundados de ira, aletas de la nariz dilatadas; eran un reflejo claro de que Amy estaba más que enfadada con el chico que la había hecho caer al suelo.
—¿Tú otra vez?
—Sí. Es sábado por la noche y pensé…¿por qué no? Amy debe estar extrañándome. —Una sonrisita cínica acompañaba sus palabras. Bradley estaba frente a ella, apoyado en una rodilla, mientras la veía humillada—. Te ves asquerosa. Mira ese cabello. —Él intentó quitarle pedazos de espagueti que tenía en el cabello, pero ella rechazó el contacto y le propinó un empujón en el pecho.
El jefe de los camareros apareció en escena como si lo hubiesen llamado a gritos.
—¡Amy! —la reprendió su jefe de inmediato.
Ella se colocó de pie lo más rápido que pudo.
—Disculpe señor. Es que tropecé.
—Si no me dice no me doy cuenta.
El señor observó la camisa blanca que Bradley llevaba puesta debajo de una americana azul y notó que estaba manchada de salsa.
—Señor James, disculpe este incidente.
Los ojos de Amy casi se salieron de sus cuencas al escuchar cómo lo había llamado su jefe.
—¿Te apellidas James?
—Sí. Soy Bradley James. Un placer —dijo él sonriente, al tiempo que le extendía la mano.
Bradley apenas se tambaleó luego de que Amy apartara su mano extendida bruscamente.
—¡Amy! ¿Qué es lo que pasa contigo? —de nuevo un llamado de atención de su jefe.
—Discúlpeme que diga esto, pero esta es una chica muy grosera. Quise ayudarla a levantarse y me empujó de forma agresiva. Ya ve cómo manchó toda mi camisa —la acusó Brad.
Amy supo de inmediato que estaba en problemas al ver la expresión de disgusto en el rostro de su jefe.
—Amy, ve por tus cosas. Hasta hoy trabajas aquí.
Ella no se esperaba eso. Intentó defenderse de la acusación de Brad, pero las palabras murieron en sus labios. Después corrió de allí completamente humillada para buscar su bolso en el locker y marcharse del restaurant.
Le llevó pocos minutos llegar a la parada de bus. Estaba allí sola y parecía ausente. Por dentro luchaba para no llorar.
De pronto, el brillo segador de las luces de un auto bañaron sus ojos. Parpadeó unas cuantas veces antes de darse cuenta de que el auto que se había detenido frente a ella era el de Brad.
—¿Te llevo? —Amy lo ignoró por completo—. ¿Estás muy enojada?
—¿Por qué no terminas de largarte y me dejas en paz? —gritó irritada.
—Lo siento princesita, pero no. No puedo dejarte en paz —su voz sonaba tierna y suave.
—Esa chica que llegó a molestar a la tienda es… ¿Tu prima? ¿Tu hermana?
—Ah, la pequeña Maddie. Sí, es mi hermana. Quise enviarte un regalito en la tarde. ¿Te gustó?
—¿Y así son todos los miembros de tu familia? ¿Puras serpientes de sangre fría?
—Pero miren quien habla: la reina de la frialdad.
—¿Tú en verdad crees que con todo lo que me haces voy a querer salir contigo?
Brad apagó el auto, descendió de él y llegó hasta Amy.
—Escúchame Amy. No eres la mujer más bonita ni la más interesante que tú crees que eres. No quiero salir contigo. Necesito salir contigo, que es muy diferente. Sharon, mi ex, cree que no puedo salir con una chica como tú y yo estoy dispuesto a demostrarle todo lo contrario, ¿entiendes? —explicó él.
—¿Una chica como yo? ¿A qué te refieres con eso?
—Así tan…inaccesible, tan echa la perfecta y hasta insoportable.
—Ah, soy un desafío. ¿Eso quieres decir?
—Algo así.
—¡Vaya! Me estoy comenzando a sentir importante —dijo ella con tono presuntuoso.
—¿Te divierte eso?
—Pues claro que me divierte. ¿Cómo quieres que me sienta después de esto que acabas de decirme? Ahora tengo un acosador solo para mí. Pasé de ser la chica ordinaria y solitaria a ser la chica en la que piensas y a la que sigues todo el día.