Las vacaciones de navidad habían llegado. Amy había pasado la semana entera entre cuidar a su mamá e ir a trabajar, y no pudo quedar con Brad durante muchos de esos días. Excepto aquel jueves en que fue a su apartamento para ayudarlo a decorar el árbol de navidad, el cual trágicamente terminó desplomándose en el suelo con todo y adornos, cuando él perdió el equilibrio al intentar colocar la estrella en la copa. La pasaron muy bien ese día, incluso cuando tuvieron que salir a la tienda por más bambalinas.
También por motivo de las fiestas habían pasado su tiempo –cada uno por separado- comprando y envolviendo regalos, sobretodo ella, que año tras año recolectaba cierta cantidad de juguetes para entregarlos a la iglesia y que ésta a su vez donaba a los niños más necesitados de la localidad.
Brad había preparado todo para celebrar la noche buena junto a sus amigos como lo hacían año tras año. Esta vez habían quedado en reunirse en su apartamento a diferencia de años anteriores. Amy no iba a pasar esas fechas con ellos sino que lo haría junto a su madre, lo que entristeció un poco a Brad, pues le emocionaba la idea de pasar esos días junto a ella.
Zambullida en la cama, vistiendo un pijama, Amy estaba con el mando a distancia pasando un canal tras otro, buscando una película de navidad que ver. Ella, su madre y la enfermera, habían cenado temprano, y estaban en la cama, sepultadas bajo algunas mantas y rodeadas de almohadas y cojines mientras comían galletas de distintos motivos navideños y chocolates por doquier.
—¿Escuchaste eso? —susurró Rebeca.
—¿Qué cosa?
—Creo que Santa ha llegado temprano para dejar los regalos.
Amy se sonrió ante la ocurrencia.
—Mamá, ¿no crees que estoy bastante grande para caer en eso?
—¿Por qué no vas a tu habitación y te cercioras? Quizás te dejó algo.
—Mmm… ¿qué hiciste? —dijo Amy, mientras iba descalza camino a su habitación, vencida por la curiosidad.
Cuando regresó, un minuto después, cargaba en sus manos una caja con un moño rojo.
—¡Oh! Santa te dejó algo. ¿Por qué no lo abres?
Rebeca esperó sentada en la cama mientras la veía levantar la tapa y dejarla a un lado. Observó su rostro mientras Amy desdoblaba un vestido corto color crema.
—Wao. Qué bello —susurró Amy con admiración y entonces se inclinó para abrazarla—. Gracias mami.
—Lo mandé hacer para ti —dijo su madre con una sonrisa en el rostro—. Es para que lo uses esta noche.
—¿Esta noche? ¿Quieres que use este vestido para meterme a la cama a comer galletas y chocolates? —expresó ella con humor.
—No. Quiero que lo uses para que vayas y te diviertas con tus amigos. Según sé, Brad iba a celebrar la noche buena con varios de sus amigos en su apartamento.
En realidad ese era el verdadero regalo que quería hacerle Rebeca.
—¿Cómo sabes eso?
—Él me lo mencionó la última vez que vino.
—Ah. Es cierto. Pero ya le dije que no iba a ir. Hasta le encargué mi regalo del amigo secreto para que lo entregara.
—¿No quieres ir acaso?
—Pues…—Amy hizo una mueca—…no quiero dejarte sola en noche buena.
—No estaré sola. Jill se quedará conmigo. — Jill era la enfermera que Amy había contratado para cuidarla, y esa noche estaba a su disposición—. Además, quiero irme a dormir temprano, y no es justo que te quedes aquí en casa, encerrada, cuando puedes divertirte con otros jóvenes.
—No lo sé…
—Deja de buscar excusas. Mejor ve a cambiarte rápido para que no se te haga más tarde.
—¿Estás segura?
—Ve a cambiarte. Es una orden.
—De acuerdo. De acuerdo.
***
Después de un par de horas entre bebidas, chistes y anécdotas, Brad se dirigió en silencio hasta el balcón, dejando por un momento solos a los muchachos en la sala. La idea de llamar a Amy a su celular se mantuvo arrastrándose por su mente durante la noche. Sacó el teléfono del bolsillo, localizó su número y miró fijamente la pantalla, considerando llamarla. Pero no sabía qué decir o cómo empezar. Frustrado, apretó fuertemente el teléfono en un puño y gruñó. Quería llamarla porque deseaba escuchar su voz, pero abrir la puerta a una conversación que no encontraba cómo iniciar lo que iba a provocar era despertar una tonta ilusión que para él no tenía sentido.
Inesperadamente, oyó la puerta del apartamento abrirse y el bullicio de sus amigos filtrarse por la sala. Brad volvió la cabeza hacia el sonido de las voces y se deslizó en dirección a ellos, oyendo la música que se reproducía desde el interior mezclarse con el sonido de la risa y la dulce voz de Amy.
Se congeló al verla, pues no la estaba imaginando. En realidad era Amy. Siguió quieto por un minuto más, hasta que ella lo registró con la mirada y le sonrió.
Amy se mantuvo en su lugar, mirándolo reducir la distancia. Sus ojos negros estaban fijos en ella y en su rostro había una expresión que solo podría describirse como felicidad.