No puedes elegir de quién te enamoras

Primer Encuentro

Con la alarma sonando en mi celular, nuevamente abandoné aquel sueño parcial en el que deambulaba mi mente.
Mientras secaba mi cabello, comencé a sentir la preocupación que no había llegado el día anterior.

Había pasado tanto tiempo en casa, sin hacer nada por mí, sin pensar siquiera en levantarme de la cama, que ahora pensarme en otro sitio me provocaba una intranquila confusión... pero era tarde para cambiar de opinión. 
Una vez afuera de la habitación de Jennifer, respiré profundamente, como si quisiera prepararme para sentir por segunda vez aquella indiferencia proveniente de su boca y mirada. 
Toqué un par de veces hasta que escuché: "Pasa, Vannesa". Antes de que pudiera entrar por completo la vi acercarse a su ropero para tomar un abrigo. 
—Parece que nos encontramos cada vez que estoy por irme. 
Al cerrar la puerta de su ropero, supe que me diría algo, así que permanecí sin moverme al pie de la puerta.
—Las cosas de este armario son muy valiosas para mí. Sería mejor que te limites a asear el resto de la habitación, cuidando no tocar lo que está dentro. 
—Sí, claro —miré fugazmente la puerta cerrada del armario para encontrarme nuevamente con su mirada—. Entiendo.
—Excelente. Lindo día, Vannesa —caminó apresurada hacia mi dirección y salió, con sus rizos anaranjados rozando mi rostro. 
Me dediqué a recoger las prendas que se encontraban sobre la cama, acomodando la mayoría en su segundo armario. No me atrevía a siquiera tocar el otro, aunque aun así, me acerqué curiosamente y miré por una pequeña rendija... alcancé a vislumbrar algunos dibujos, quizá ciertos retratos hechos a mano, similares a los que había visto el día anterior, así como algunas brochas, pinceles y pequeños botes de pintura. 
Limpié sus ventanas mientras miraba hacia el jardín trasero... pero me alejé de inmediato, pues aunque no se tratara de una gran distancia hacia abajo, mi miedo a las alturas me obligó a no mirar.
A la par que trataba de arreglar cada uno de los pequeños objetos en sus muebles, fotos, adornos, una caja de collares, entre otras cosas, me miré momentáneamente en el espejo de su extenso tocador... ¿Hace cuánto lucía de esa manera? Como si las noches eternas en cama hubieran surtido el efecto contrario: más cansancio. Incluso mi cabello lucía apagado. Me daba cuenta de que esa imagen en mi rostro acompañada del negro de mi ropa, me hacía lucir lúgubre... y triste. ¿Cómo es que mi madre no podría haber notado eso? 
"Ahora debo ir con Christina", pensé. 
Con cada paso que daba a través del pasillo, esa incómoda sensación en mis manos y estómago, volvía. 
Al estar afuera, sin pensarlo tanto, toqué un par de veces. No hubo respuesta. Toqué de nuevo. Pero a cambio recibí silencio. 
Decidí abrir la puerta lentamente, no vi a Christina por ningún lado. Comenzaba a preguntarme si había despertado hacía tiempo y se encontraba en algún otro lugar de la casa, hasta que centré mi vista en su cama... ella seguía dormida. 
Cerré la puerta lentamente, cuidando no hacer ruido.
Me acerqué sigilosamente a ella. Descansaba en la almohada, acostada en su mejilla derecha. Con mi mano apoyada cuidadosamente en su espalda, la moví un poco. 
—Christina, despierta.
Después de una corta exhalación, abrió lentamente sus ojos y me miró. 
—Gracias por despertarme, Vannesa, dormí un poco tarde —sonrió y comenzó a levantarse—. Iré a darme un baño.
Mientras aseaba y ordenaba su habitación quise ponerle nombre a mi incomodidad. 
Socializar nunca fue algo característico en mi persona, como mencioné antes, y, por razones que hasta ese momento no quería vislumbrar, estar con jóvenes de mi edad me resultaba estresante. Con ella no era diferente. Pero, igual que en otras ocasiones, no podía completar mis pensamientos al respecto, pues me obligaba a distraer mi mente en algo diferente. 
Al terminar de poner en orden los libros de su repiza, Christina salía de su baño.
—He terminado —dije, pero no la miré. 
—Te lo agradezco —se acercó a la ventana a un costado de su cama, cuyos vidrios estaban separados del piso a 30 centímetros de distancia. La abrió para después centrar su mirada afuera. 
Bajé hacia la cocina para tomar el almuerzo. 
Suponía que Andrea no se encontraría en casa, ya que el día anterior Gabriela había mencionado un viaje de negocios. Escuché el sonido de platos y cubiertos mientras me acercaba. 
—Buenos días —Gabriela colocó su taza en la mesa al levantarse—. Por favor, ven. Quiero que conozcas a Ignacio, es nuestro jardinero. 
—Un placer, señorita —estrechó mi mano—. Y bienvenida. 
Era un hombre algo mayor. Calculé que pudiera tener más de 60 años. Pero con el paso de los días descubriría que Ignacio se distinguía por poseer un espíritu jovial. 
También conocí ese día a su nieto, Bastian. Él solía encargarse de traer las comprar, era carpintero y básicamente estaban a su cargo las tareas pesadas. No fue difícil adivinarlo, el tamaño de sus brazos (y su físico en general) no dejaba lugar a dudas. 
Compartimos el almuerzo los 4, y así sería la mayoría de los días siguientes. 
Gabriela parecía estar siempre de buen humor. Era respetuosa al hablar y parecía llevarse bien con ambos. Ellos también se mostraban animados en la conversación que comenzaba, respecto a su familia, quienes se encontraban al norte del país. 
También tuvieron interés en saber de mí. Me hacían preguntas sobre mis estudios, mis padres y mi nuevo empleo en nuestra, ahora, casa compartida. 
Bastian, quien tenía mi edad, escuchaba atento y asentía con cada una de mis respuestas. Pero no hizo conversación conmigo directamente. Ignacio se alegró al saber que estaría con ellos, y, me aseguraron que no iba a arrepentirme de mi nueva decisión. 
"Eso espero" —pensaba.
Al dirigirse cada uno a continuar con sus labores, el resto del día lo dediqué a caminar en casa, de arriba abajo, de izquierda a derecha. Quería familiarizarme con cada centímetro, cada cuadro en la pared, cada puerta en ambos pisos... no quería dejar ningún espacio sin visitar. Me haria sentir más cómoda el conocer por completo el lugar donde permanecería por ahora. 
Finalmente, salí al jardín principal, y, esperando que no hubiera nadie mirándome, me recosté en el suave césped bajo un gran árbol, cercano a la gran fuente que me había ayudado a acercarme en primer lugar. Miraba las nubes buscando encontrar algo allá arriba... algo que le diera razón a mi motivo de estar ahí. Algo que me impidiera salir en ese mismo momento y volver con mi madre. Algo que me ayudara a saber que estar ahí no era un error...
Pero las nubles solo mostraban su esponjosa forma, misma que era desecha por el viento que comenzaba a soplar con fuerza. Entonces desvié mi mirada casi por impulso a una de las ventanas en casa, sentía que alguien había estado mirándome, pero no vi a nadie ahí. 
Una ligera brisa comenzó a caer... no me hubiera molestado permanecer en el césped que empezaba a humedecerse, pero Gabriela me llamó, preocupada por la lluvia. 
Así fue ese primer día. Aún recuerdo la sensación de vacío que llenaba mi corazón. Deseé con todas mis fuerzas que desapareciera... 
"Ten cuidado con lo que deseas, Vannesa". Mi padre solía decirme. Y pronto descubriría que tenía razón...




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