Los días convertidos en semanas avanzaban a paso veloz, hasta que caí en la cuenta del mes en el que estábamos: mayo, el mes de mi cumpleaños.
Celebrar nunca parecía formar parte de mis planes. Odiaba mi cumpleaños. Aunado a recuerdos depresivos relacionados con mi antigua habitación, mi madre, las noches de llanto...
Christina sabía que se acercaba ese día, no había olvidado cuando yo le mencioné en alguna ocasión que mi padre me había regalado las botas que ahora usaba, en mi último cumpleaños. Por lo que fue difícil dejarlo pasar.
—Christina, por favor no insistas. No te diré qué día es mi cumpleaños, no me gustan los regalos...
—Por favor, Vanne, te gustará lo que tengo para ti.
—Te lo diré... una vez que haya acabado el día.
—No, vamos. Confía en mí —me miró fijamente. Intentando convencerme.
—De acuerdo —estaba acostumbrada a ceder con facilidad ante ella, pues no dejaba de mirarme a menos que accediera—. Faltan 3 días.
—Te lo agradezco. Prometo que será un día como cualquier otro.
Casi anochecía, nos encontrábamos en uno de los sofás terminando de leer algunos capítulos del que ahora llamaba "nuestro libro". Bastian entraba y salía cerca de nosotras, pues la puerta principal estaba a unos metros de donde nos encontrábamos. Pero parecía ignorar nuestra presencia. Casi parecía que su mente se encontraba en otro sitio.
—¿Siempre es tan expresivo?— pregunté, esperando que no notara mi sarcasmo.
—No —pareció notarlo de todas formas—, no siempre fue de esa forma. Él e Ignacio llegaron hace 2 años. Bastian y yo conversábamos bastante. Además de Gabriela, no teníamos a alguien que pudiera entender lo que queríamos expresar. Ya sabes, cosas del colegio, amigos, familia.
—Y, ¿qué ocurrió entonces?—lo miraba dirigirse a la cocina, aún con la mirada cansada. Como el día anterior... y el anterior.
—Sus padres fallecieron hace un par de meses.
No había tenido gran contacto con él, nos veíamos ocasionalmente. Pero me entristeció saber lo que había pasado. Ahora entendía por qué estaba demasiado ausente la mayoría del tiempo.
—No habla de eso nunca —Christina continuó—. Solo dedica su atención en hacer cosas en casa, aquí y allá. Sale a correr más seguido que antes... no intenté acercarme a él, porque pude entender que es mejor estar solo cuando tu mente carga con algo... que quisieras que no estuviera ahí.
—¿Qué pasó con ellos?—pregunté.
—No lo sé con certeza. Ignacio dice que ocurrió durante un vuelo, pero tampoco habla al respecto —hizo una pausa antes de continuar—. Entiendo lo dificil que es perder a uno de tus padres... no pienso preguntarle nada sobre eso. Sé que no quiere que alguien lo haga.
—Creo que... tú tampoco hablas sobre eso.
Pareció intercambiar una mirada a distancia con Bastian, para volver a encontrarse con la mía.
-—No —mostró una sonrisa decaída. Entonces —respondió—, el 14... cumplirás 20 años.
—Así es.
—¿No quisieras ver a tu madre ese día? Podría acompañarte si así lo deseas.
—No lo había pensado...
—Puede ser una buena ocasión para cambiar los problemas que han tenido. Es decir, que conversen, después de este tiempo distanciadas.
—Eso creo... —llegó a mi mente la mirada preocupada de mi madre. Me pareció que por primera vez en un tiempo, quería verla—. Lo haré. Gracias.
Tal como lo prometió, pasamos la mañana de mi cumpleaños como cualquier otra. La había notado entusiasmada, por lo que estaba segura de que quería darme un regalo, pero me alegró que no lo hiciera.
Únicamente tocó el tema cuando me recordó ir a casa de mi madre. Ella me llevó en su auto, desde luego. Me había aclarado anteriormente que no dejaría que saliera sola.
—¿Quieres que baje contigo? —preguntó al estacionarse.
—Descuida, solo me quedaré un momento, no quiero que Andrea...
—Nadie dirá nada, Vanne, es tu día especial —quitó los seguros para permitirme bajar—. Vendré en un par de horas.
—De acuerdo, gracias.
Cuando perdí de vista su auto, toqué el timbre. Mi madre no tardó en abrir la puerta. ¿Habría estado esperándome?
—Feliz cumpleaños, hija —me abrazó rápidamente.
—Lo sé. Gracias, madre.
—Me alegra que vinieras. Oí un carro hace un momento.
—Sí... volverán por mí más tarde.
—Entonces pasa, podemos comer algo y puedes contarme mejor sobre cómo te ha ido.
Tal como intuí, ahora parecía que hablar con mi madre era más sencillo.
Se le notaba más tranquila, y sé que notó lo mismo en mí. Tuve la impresión de que veía por primera vez cada rizo castaño que sobresalía de su cabello, así como la sonrisa que decoraba su rostro, la cual no veía desde hacía tiempo.
Me comentó que había empezado a dar clases en casa, de cocina. Me alegraba saber que se mantenía ocupada. Hablamos sobre mi amistad con Christina, aunque la mayoría ya se lo había contado en días anteriores. Mi padre, quien la llamaba con frecuencia, no tenía fecha de regreso, pero al parecer todo estaba resultando bien.
Fue agradable pasar la tarde con ella. No me sentía presionada al hablar, no discutíamos, no estábamos molestas, no tenía esa amarga sensación que me provocaba el llanto... en ese corto lapso de tiempo, hubieron cambios significativos que nos permitían convivir como no lo habíamos hecho antes.
—Tengo algo para ti —dijo, al cabo de un par de horas de conversación.
—Madre, sabes que no me gustan los regalos.
—No puedes evitar recibirlos en tu cumpleaños. Espero te guste, hija —me extendió una caja—, feliz cumpleaños.
—Gracias... —lo tomé, y abrí con cuidado. Era una nueva chaqueta negra de piel, no usaba una desde los 15 años—. Muchas gracias madre, es muy linda.
—No agradezcas, hija... —miró repentinamente hacia arriba, pensativa— ¿escuchas eso?
—¿Escuchar qué?
—Un auto afuera...
—Oh, sí. Creo que ya debo irme.
—De acuerdo —buscó mi mirada evitando que me dirigiera a la puerta—. Vannesa, ¿te sientes bien estando ahí? Entiendo por qué decidiste irte, no cuestionaré si tu decisión no ha cambiado. Pero al menos necesito saber que realmente vale la pena el estar en ese lugar.
Editado: 08.08.2021