No puedes elegir de quién te enamoras

Érase una vez un... ¿amor?

Christina había vuelto a hablar conmigo. Parecía haber sido uno de sus usuales cambios de humor, pero al menos me sentía bien de que todo volviera a la normalidad.

Intenté un par de veces abordar el tema de lo que sucedía con Bastian, pero ella lo evadía hablando de su padre, de su colegio... cualquier cosa que fuera lejana a lo que yo quería saber.

Finalmente acepté que era asunto suyo, y dejé de intentar hablar al respecto. Ella parecía nuevamente feliz, sonreía la mayor parte del tiempo, ya no estaba en su mirada el vacío que demostraba algunas veces al hablar sobre las cosas de su pasado que solían derribar su ánimo. Me hubiera gustado decir lo mismo sobre mí, pero aun existían cosas que estrujaban mis pensamientos impidiéndome permanecer bien la mayor parte del tiempo.

Gabriela comenzó a atender llamadas por las tardes, solo entonces pude darme cuenta de que eran para ella, pues el horario era el mismo y ella permanecía eternos minutos con el auricular en su oído. Quizá hablaría con ella después, me pregunté si todo estaría bien.

Llevaba algunas semanas ahí, había dejado de sentirme como una extraña viviendo con Andrea y su familia; mientras mi amistad con Christina iba en aumento, su hermana fingía arduamente que yo no estaba ahí... o quizá lo olvidaba. Aun así, yo me sentía perfectamente cómoda con el resto de las personas con quienes convivía bajo el mismo techo.

—Vanne, necesito llamar a mi colegio para terminar un trámite inconcluso de hace algunos meses, cuando termine podemos comer algo, ¿está bien?

—Claro. Estaré en la cocina mientras terminas —respondí.

Ella se dirigió a su habitación, en el instante en el que el sol decidía esconderse nuevamente esa tarde.

Los últimos días las lluvias se habían duplicado. Solían llegar acompañadas de granizo, mismo que caía en ambas fuentes provocando un ruido estruendoso, el cual me encantaba; con el sonido de la lluvia el tiempo dejaba de correr, todo alrededor desaparecía... eran minutos maravillosos en los que me alejaba de toda preocupación.

—¿Todo está bien, Vannesa? —preguntó. Comíamos en silencio, una vez más me encontraba perdida en mis pensamientos, quería evitarlo, pero la mayoría de las veces no era posible.

—Sí. En realidad pensaba en que... no he hablado con mi madre. Quizá pueda llamarla más tarde.

—Deberías hacerlo, seguramente ella se sentirá agradecida de poder escucharte.

—Por primera vez, creo que eso es cierto —en verdad había cambiado mucho entre nosotras. Era una linda sensación—, pero, ¿qué hay de ti? ¿estás bien?

—Te debo una disculpa. No me he sentido... estaba confundida, necesitaba pensar.

—Estuviste días así —mi cuerpo se estremeció al recordarlo—. Creí que estabas... molesta conmigo.

—No, no fue así, Vanne —me miró disculpándose al tiempo que tomaba mi mano, acelerando mi corazón instantáneamente—, no podría estar molesta contigo. Solo necesitaba tiempo para entender algunas cosas. Verás, yo...

—Christina, ¿has visto a Gabriela? —Jennifer había entrado sin hacer ningún ruido, no habíamos notado que estaba en casa. Moví mi mano en cuanto ella se acercó.

—Está afuera, con Ignacio. ¿Sucede algo?

—Necesito que consiga un vuelo a París mañana temprano.

—¿No puedes hacerlo tú, Jennifer?

Ambas parecían completas extrañas todos los días, alejadas una de la otra, incluso de los lugares que frecuentaban en casa, pero cuando hablaban entre ellas era imposible no percibir la tensión en sus palabras... o así lo noté esa primera vez que nos encontrábamos juntas las 3.

—Iré a buscarla —salió tan rápido como había entrado. Solo entonces Christina volvió a mirarme.

—¿No has intentado... hablar con ella? —pregunté.

—Por mucho tiempo lo hice. Pero ella parece no recordar que somos hermanas. Y he aprendido a vivir con eso.

—No tengo hermanos —la miré a los ojos al hablar, pocas veces lo hacía—, pero si los tuviera me gustaría arreglar las cosas con ellos.

—Gracias. Estoy segura de que podremos estar bien otra vez... en algún momento.

Por primera vez en todas esas semanas, no aparté mi vista de ella, y parecía notarlo porque tampoco retiró la suya. Había una razón por la que no me gustaba mirarla, casi lo había olvidado, pero en ese instante fue imposible ignorarlo. Esos hermosos ojos claros aceleraban mis latidos, me hacían querer verlos más y más cerca, me invitaban a perderme en ellos, y, casi sin notarlo, acorté lentamente esa distancia que parecía abismal en ese segundo.

¡Christina! ¿Estás aquí? —escuchamos a lo lejos. Me separé de ella, aun mirando sus ojos.

Supe que era Bastian. Me levanté antes de que entrara y nos encontrara, debía darles espacio. Me dirigía a la fuente pero Christina tomó mi mano antes de llegar a la puerta principal.

—Tenemos que hablar sobre algo, Vanne.

—Tal vez después, Bastian está buscándote, estaré afuera.

Salí a paso veloz de la estancia, pero no me detuve en la fuente. Caminé unas cuantas cuadras en dirección a mi antiguo colegio, tan rápido que cualquiera habría pensado que estaba huyendo de algo. Y creo que así era. La lluvia había cesado, pero las calles aun se sentían frías. Ese aire helado entró a mis pulmones después de mi profunda inhalación con la que esperaba calmar mis confusos sentimientos.

Ya no podía esconderlo.

Sentía algo por Christina, diferente a la amistad que creía existente entre nosotras. Lo había sabido desde el primer día que la vi. Pero no podía permitirme pensar en eso, pues eran precisamente los sentimientos por una chica los que me habían hecho estar en casa por tantos días, sin salir...

Pero ahora, la situación era peor. Yo trabajaba para Christina. Me negaba rotundamente a verme a mí misma saliendo con otra chica, los sentimientos que habían nacido por ella provocaban una lucha interna constante a la que había sido fácil ignorar hasta esa tarde, cuando estuve a punto de besarla.




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